Eva regresó al trabajo con la cabeza en alto, a pesar de que el nudo en su estómago no desaparecía. El eco de sus propios pasos en el piso reluciente le recordaba lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo. Aun así, estaba decidida a seguir adelante. Apenas se sentó en su escritorio, su compañera Carmen apareció en la puerta con una sonrisa entre culpable y aliviada.— Así que ya volviste — dijo Carmen, apoyándose en el marco de la puerta.Eva le devolvió la sonrisa y asintió.— Sí. Y tú, ¿cómo estás?Carmen avanzó unos pasos y, para sorpresa de Eva, se puso en cuclillas a su lado, con una expresión de genuina preocupación.— Esa es la pregunta que debería hacerte yo — susurró. Luego, bajó la mirada y apretó los labios antes de continuar —. Perdóname, Eva. No supe cuidarte. Yo… yo no debí dejarte sola. Soy una pésima amiga.Eva soltó una risa corta y negó con la cabeza.— No deberías preocuparte por eso, Carmen. No eres mi niñera, eres mi amiga. Además, estabas celebrando tu cumpl
Eva salió de la empresa con paso firme, pero sin prisa. Había aprendido a no llamar la atención innecesariamente. Aun así, Gabriel Montenegro la observaba desde la entrada del edificio, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión inescrutable. Su mandíbula se tensó al verla dirigirse a la parada del autobús. ¿Acaso pretendía viajar en transporte público? Solo imaginarlo lo sacaba de quicio.Sin embargo, su molestia se transformó en sorpresa cuando Eva, en lugar de esperar el autobús, alzó la mano y detuvo un taxi. Gabriel maldijo por lo bajo y, con rapidez, se dirigió a su auto, donde Ben ya lo esperaba al volante.— Sigue a esa mujer — ordenó mientras se abrochaba el cinturón.Ben lo miró por el retrovisor con una mezcla de incredulidad y diversión. Su jefe, el hombre siempre tan estoico y reservado, estaba actuando con una intensidad poco habitual. Era casi... humano. Aunque, claro, su obsesión con Eva también lograba sacarlo de quicio.— ¿Puedo preguntar qué estamos haci
El restaurante al que Gabriel llevó a Eva era un lugar exclusivo, donde la privacidad estaba garantizada por biombos de madera tallada y luces tenues que otorgaban un aire de intimidad. Eva se sintió incómoda al instante. No por el lujo del sitio, pues había estado en lugares así antes, sino por la sensación de que Gabriel quería algo más de ella. Algo que ella no estaba dispuesta a ofrecer. Gabriel lo notó de inmediato, y una frustración palpable se instaló en su expresión.Cuando el mesero se acercó, Gabriel pidió su comida con naturalidad y luego dirigió su atención a Eva. Ella forzó una sonrisa y hojeó el menú sin mucho interés. Antes de que pudiera responder, Gabriel pidió lo mismo para ella.— No tienes por qué decidir por mí — dijo con voz neutra.Gabriel apoyó el codo sobre la mesa y la miró con intensidad.— Solo quería sacarte a cenar. ¿Qué tiene de malo eso?Eva inspiró hondo y dejó el menú sobre la mesa.— Está mal porque soy tu empleada. Esto no es una cena de trabajo — r
Eva fijó la vista en la pantalla de su laptop, su respiración era lenta y controlada, pero sus dedos se movían con rapidez y precisión sobre el teclado. Su mirada se clavó en la información clasificada que tenía ante sus ojos: estrategias de mercado, fusiones secretas, planes de expansión, próximos lanzamientos... datos que, en manos equivocadas, podrían destruir la empresa Barut desde sus cimientos.Dio un último vistazo a la información antes de hacer clic en “eliminar”. En cuestión de segundos, los datos desaparecieron de la base de datos interna de la empresa. Nadie, ni siquiera el mejor experto en seguridad informática, podría recuperarlos. Jason no tendría nada para presentar en sus reuniones, ni cifras, ni proyecciones, ni siquiera los detalles de los productos que se lanzarían en los próximos meses. Un golpe certero, uno que lo pondría de rodillas.Sonrió con satisfacción mientras adjuntaba los archivos encriptados a un correo y los enviaba a la competencia más feroz de la ciu
Eva se acomodó mejor en su silla, tarareando una canción mientras sostenía su taza de chocolate caliente. El aroma dulce la reconfortaba, dándole una paz que contrastaba con el caos que seguramente estaba desatándose en la empresa de Jason. No pudo evitar una sonrisa satisfecha mientras revisaba en su laptop algunos documentos de la empresa.— Moretti, a mi oficina — ordenó de repente la voz firme de Gabriel.Eva alzó la vista justo a tiempo para verlo ingresar a su despacho sin siquiera mirarla. Con calma, bebió otro sorbo de su chocolate antes de tomar su iPad y dirigirse hacia la oficina de su jefe.Cuando entró, lo saludó con la misma cortesía de siempre y comenzó a citarle su horario del día sin siquiera levantar la vista de la tableta. Pero Gabriel no respondió de inmediato. En cambio, la observó en silencio con una expresión inescrutable.— ¿Te has enterado de lo que pasó en tu antiguo trabajo? — preguntó de pronto.Eva sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se obligó
Gabriel entró a la sala de conferencias con una determinación inquebrantable. Cada paso resonaba en el aire tenso, como un tambor de guerra que marcaba el ritmo de un enfrentamiento que estaba a punto de estallar. La atmósfera era cargada, casi palpable, mientras Ben soltaba al padre de Penélope, quien se había mantenido en una postura defensiva, preparado para cualquier eventualidad. Pero, más que nada, la atención de todos se centró en Eva, quien, tras Gabriel, cruzó el umbral con una mezcla de valentía y desafío.— Te ordené que descansaras — siseó Gabriel, su voz grave y autoritaria.— Lo haría — respondió Eva, con la mirada fija en él —, pero a quien golpeó fue a mí.Se plantó frente a Gabriel, desafiando su autoridad con una firmeza que sorprendió incluso a su jefe.Gabriel, un hombre acostumbrado a la obediencia, sintió un leve escalofrío, pero al mismo tiempo, orgullo. Esto era nuevo para él.— Te romperé el cuello, si es posible — espetó el padre de Penélope, su ira brotando
La noche se cernía sobre Seattle, y el aire estaba impregnado de una tensión palpable cuando Jason recibió la noticia de que Penélope había regresado a la ciudad. Su corazón latía con fuerza mientras se montaba en su coche, una mezcla de rabia e ira recorriendo su cuerpo. No podía permitir que su traición quedara sin respuesta; sabía que ella era la causa de su inminente ruina, y estaba decidido a confrontarla.Con cada kilómetro que recorría, la ira se intensificaba. Su mente estaba llena de recuerdos, de momentos compartidos, pero ahora esos recuerdos estaban manchados por la traición. Al llegar a su casa, estacionó bruscamente y salió del vehículo, avasallando la entrada como si fuera un huracán. La puerta se abrió de golpe, y su presencia llenó la sala.En el interior, Penélope estaba con un vaso de agua en la mano, mientras sus padres discutían acaloradamente. Al ver a Jason entrar, la conversación se detuvo en seco, el aire se volvió denso y pesado. Jason caminó directamente hac
La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión que parecía palpable. Eva se movía de un lado a otro, incapaz de encontrar consuelo en su propio espacio, mientras que Gabriel la observaba con una intensidad que parecía atravesar su alma. Sus ojos azules oscuros, profundos e implacables, la seguían en cada paso, como si intentara desentrañar cada pensamiento que cruzaba su mente.— En verdad, señor Montenegro, no quiero perder mi trabajo — comenzó Eva, intentando desviar la atención de la atracción que sentía hacia él. Tomó una porción de pizza con manos temblorosas, dándole un mordisco mientras continuaba —. Sé que fallé al mentirle… Por favor, haré lo que sea.Sus palabras salieron entre masticadas, y la mezcla de ansiedad y hambre le hizo parecer aún más vulnerable.Los ojos de Gabriel se dilataron, y dejó de lado su postura rígida. Se puso de pie y se acercó a ella, haciendo que su corazón latiera más rápido. Eva se quedó perpleja, como si el mundo a su alrededor se