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Alaia miró a Nolan, buscando alguna señal, algo que le confirmara que todo era un error, pero lo único que encontró fue la mirada extenuada de alguien que estaba al límite, pero no por voluntad propia.

Las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, esta vez por la confusión y la culpa que comenzaban a invadirla. ¿No había intentado suicidarse? ¿Entonces qué había pasado?

—Nolan —dijo con voz suave, pero decidida—. ¿Qué era ese bote vacío que vi cuando te encontré?

Nolan cerró los ojos un segundo antes de responder. Su rostro mostraba agotamiento, no solo físico, sino algo más profundo, como si estuviera cansado de una batalla que llevaba peleando demasiado tiempo.

—Se me acabó el medicamento —explicó, sin rodeos—. Me sentía mal y... intenté levantarme para ir al botiquín. Pero las piernas no me respondieron, y caí.

Alaia sintió un alivio inmediato al escucharlo, como si una pesada nube que cubría su pecho comenzara a disiparse. Al mismo tiempo, una sensación de vergüenza la invadió.

¿Cóm
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