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Al día siguiente, la luz del amanecer se filtró perezosamente a través de las ventanas, iluminando la cocina con un resplandor suave. Alaia y Nolan desayunaban en un silencio casi reverente, roto solo por el ocasional sonido de cubiertos contra los platos.

La tensión de la noche anterior seguía presente, flotando en el aire entre ellos como una nube oscura que ninguno sabía cómo disipar. Nolan miraba su comida sin realmente verla, mientras Alaia, con ojeras marcadas bajo sus ojos, intentaba ocultar su cansancio.

—Dormí toda la noche —comentó Nolan finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era neutra, pero había una frialdad subyacente.

—Me alegra —respondió Alaia, con un tono que intentaba ser ligero, pero que apenas lograba disimular su agotamiento—. Yo estuve despierta la mayor parte del tiempo, por si acaso se presentaba una emergencia o algo…

Nolan la miró fijamente, sus ojos azules se estrecharon con desaprobación.

—Eso es precisamente lo que no me gusta —dijo con un tono ligera
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