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Capítulo 33. El adiós.

Enzo miró a su hijo, decir que no le removió lo más profundo de sus entrañas sería mentir, casi nunca lloraba, en principio porque pensaba que era un signo de debilidad, con el tiempo se dio cuenta de que se trataba más de un símbolo de vulnerabilidad, y no quería mostrar ante nadie ninguna flaqueza, no era conveniente y menos cuando eres el puto jefe de todos los capos de la mafia y que día a día había centenares de personas conspirando en tu contra, pero ver a su hijo con el rostro bañado en lágrimas y sufriendo lo conmovió, no pudo evitar el nudo en su garganta, el cual trató de disipar, para no terminar llorando como un crío.

Para consolarlo, Enzo tomó su hijo y lo abrazó con fuerza, dejando que el pequeño se deshiciera en llanto. El abrazo duró unos minutos y cuando ambos se separaron, Enzo le dijo:

—Piero, siempre estaré contigo... aunque no te vea físicamente, mis pensamientos y mis buenos deseos estarán en ti… quiero que sepas que por más que las cosas cambien, o que te vayas
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