Kathia lo miraba con una mezcla de frustración y deseo, atrapada bajo ese imponente hombre que la dominaba con una facilidad perturbadora en el interior de la limusina. Sus ojos grises y penetrantes, la observaban con deseo, como si todo en ella le perteneciera sin derecho a réplica. La respiración de la mujer se agitaba, y el movimiento de su pecho sólo parecía incitarlo más. —No deberías mirarme así, linda profesora, sé que también quieres esto —susurró ese italiano con una voz grave y engreída, mientras sus manos recorrían el contorno de su vestido, empujándolo lentamente hacia abajo hasta que quedó atorado en su cintura—. Tienes un hermoso cuerpo, ¿no te lo dije antes? —comentó él con total descaro, viéndola como si quisiera empezar a devorarla a besos en ese mismo instante. Ella cerró los ojos por un momento, el rubor mostrándose en sus mejillas. Trató de controlar sus emociones, pero su corazón latía desenfrenado. ¿Cuándo fue la última vez que recibió un comentario de
—¡JAJA LA ENCONTRÉ! —alzó la voz uno de los hombres—. ¡Cuánta suerte tengo! —¡Maldita sea, suéltame! —gritó Marina, intentando zafarse con todas sus fuerzas… Pero era inútil, ya estaba muy débil. ¡PUM! El hombre la empujó contra el vehículo, de modo que Marina quedó de espaldas, vulnerable. —¡Esto es por ser tan perra e intentar huir, m@ldita! —dijo el hombre que la sujetaba, levantándole la falda de la bata—. Quizá debería divertirme un rato contigo~ ¿te gusta rudo? Marina luchaba, pateando y moviéndose constantemente entre el miedo y la desesperación —¡Muévete imbécil! ¡No puedes hacer esto! —le gritó otro hombre, quitando a ese, y agarrando a Marina en un rápido movimiento, la golpeó con fuerza en el abdomen, causando que ella se quede sin aire y caiga de rodillas… Y justo en ese momento… William apareció en la entrada, caminando con calma. Su rostro lleno de ira y sus ojos azules normalmente fríos, brillaban con un odio capaz de consumirlo. —Todo esto es tu culpa —ha
✧✧✧ En la oficina del señor Andreotti. ✧✧✧ Desde la amplia ventana al fondo, se podía ver el océano. La brisa marina se colaba por el balcón abierto, haciendo ondear las cortinas color crema. Giovanni, sentado tras un elegante escritorio de madera oscura, tenía una expresión imperturbable. El viento jugueteando con algunos mechones de su semilarga cabellera negra. Sentado con aparente comodidad en un sillón de cuero oscuro, se encontraba, Stéfano Rinaldi, que tenía una postura relajada. En sus manos sostenía una máscara, un objeto que parecía haber sido cuidadosamente elaborado. —¿Por qué tantas vueltas con William? —preguntó Stéfano, rompiendo el silencio de la oficina—. Hace mucho debiste deshacerte de él. Sabes que habría sido rápido y limpio. Giovanni exhaló lentamente, como si la conversación le resultara tediosa, él apoyó los dedos entrelazados sobre el escritorio. Sus ojos grises claros se fijaron en su amigo. —Ese no es el tipo de fin que una escoria como Wil
—¿Ayudarte? —replicó Marina, con un tono sarcástico. Se inclinó hacia adelante, dejando de lado la bandeja con la comida, y apoyó las manos en el colchón para sostenerse—. Claro, te ayudó… a cambio de un contrato matrimonial que te ata a él. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Ese hombre no hace nada por bondad, Kathia. Es peligroso, y lo sabes. Kathia apretó los labios y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación. Su mirada avellana estaba llena de frustración. —No entiendes, Marina. Gracias a Giovanni, tú también estás aquí, libre de las garras de William. Si tanto te preocupa mi situación, entonces ven conmigo a Italia. Estaremos seguras allá. Marina negó con la cabeza, dejándose caer hacia atrás sobre la cama. Pof~ Tras un suave sonido, cerró los ojos por un momento, como si aquello le provocara un dolor adicional. —No puedo, Kathia. No voy a meterme más en esto. He tenido suficiente con William por semanas infernales… —hizo una pausa, con su voz cargada d
✧✧✧ La noche del día siguiente. Nápoles, Italia. ✧✧✧ La limusina negra que transportaba a Valentina Bianchi se detuvo frente a la imponente mansión de Francesco Andreotti. El sonido del motor al apagarse llenó el aire antes de que el mayordomo, impecablemente vestido, se acercara. —Bienvenida, señorita Bianchi —dijo el hombre, abriendo la puerta con un gesto elegante y cortés. Valentina salió del vehículo y ajustó su vestido azul. —Gracias, Roman —respondió con voz suave. Ella siguió al mayordomo mientras este la guiaba en el interior. —Por aquí, señorita —dijo Roman, deteniéndose frente a las puertas del salón comedor. Valentina hizo una pausa. Inhaló profundamente e ingresó. Sus ojos se posaron en la mesa elegantemente preparada. María y Francesco Andreotti estaban de pie junto a la mesa, esperándola. Doña María, con su cabello oscuro recogido en un moño impecable, se adelantó con una sonrisa genuina, aunque sus ojos reflejaban una leve curiosidad. —Valentina, mi
Kathia sintió un dolor en su pecho, recordar las señales que William dejaba y ella ignoraba por amor. Le iban resultando asfixiantes, sintiéndose actualmente… ¡Estúpida!, al recordarlo. —Gracias señor Andreotti, aunque no es necesario que usted se tome la molestia de ir conmigo, no son sus hijos… —respondió Kathia, trató de sonar amable, pero… Sabía que su tono, estuvo lleno de molestia y dolor. Aún así, el señor Andreotti, no dijo más del tema y se sentó a su lado en ese sofá largo. —Estos días arreglaré todo para traer a Alessandro. Es un buen niño, te será fácil enseñarle —dijo ese hombre, refiriéndose a su sobrino de quien Kathia sería tutora. Fue justo en ese momento, que la figura del señor Francesco Andreotti apareció en la puerta. Seguido del mayordomo. —Mis disculpas señor Andreotti, le dije a su señor padre que esperara, pero… —No te preocupes —exhaló Giovanni, volviendo su mirada hacia su padre—. ¿Se puede saber el motivo de tu visita, padre?, nunca me has visi
✧✧✧ La noche de ese día. ✧✧✧ La música clásica resonaba en el departamento de Valentina Bianchi. La mujer rubia estaba sentada en una silla cerca de los ventanales, con las piernas cruzadas, y luciendo una sexy bata de seda color negra. Su mirada celeste estaba fija en la ciudad de Nápoles, iluminada por las luces nocturnas… Sin embargo, su mente estaba ida en sus cientos de pensamientos, prisionera de la ira y la frustración que se acumulaban desde que su promedio… ¡LA HUMILLÓ Y CAMBIÓ POR OTRA MUJER! Sobre la mesa cercana, había una carpeta abierta. Los papeles estaban esparcidos, algunos con anotaciones a mano hechas por su detective privado. Había fotos, informes, pequeños fragmentos de información. Todo sobre Kathia Cárter. Una investigación real y previa que su padre comenzó por ella desde que llegó quejándose al hogar de los Bianchi. Sin embargo, tal como sospechaba, no habían encontrado absolutamente NADA. Giovanni había sido cuidadoso, demasiado cuidadoso.
✧✧✧ Ese mismo día, en Los Ángeles, Estados Unidos. ✧✧✧ El sol apenas se asomaba por las ventanas de la lujosa mansión de William, y el ambiente dentro de su oficina era todo menos tranquilo. Papeles arrugados, un jarrón roto y un portavasos destrozado cubrían el suelo. William, lleno de ira, jadeaba mientras se pasaba una mano por el cabello despeinado. Sus pasos resonaban mientras iba de un lado a otro como una bestia enjaulada. Frente a él, un hombre de mediana edad, su detective privado, permanecía de pie, rígido, con el rostro pálido. El silencio era sofocante, interrumpido solo por el sonido de objetos siendo lanzados al suelo. —¡¿Cómo demonios puede ser que no sepas nada?! —gritó William, golpeando con el puño una de las estanterías de madera oscura. ¡PUM! Tras el golpe, todo se tambaleó, algunos adornos amenazando con caer al suelo y hacerse añicos. —¡¡Te pago una m@ldita fortuna!!, ¡y no eres capaz de encontrar a quién salvó a la perra de Marina Davis…! ¡NADA