✧✧✧ La noche del día siguiente. Nápoles, Italia. ✧✧✧ La limusina negra que transportaba a Valentina Bianchi se detuvo frente a la imponente mansión de Francesco Andreotti. El sonido del motor al apagarse llenó el aire antes de que el mayordomo, impecablemente vestido, se acercara. —Bienvenida, señorita Bianchi —dijo el hombre, abriendo la puerta con un gesto elegante y cortés. Valentina salió del vehículo y ajustó su vestido azul. —Gracias, Roman —respondió con voz suave. Ella siguió al mayordomo mientras este la guiaba en el interior. —Por aquí, señorita —dijo Roman, deteniéndose frente a las puertas del salón comedor. Valentina hizo una pausa. Inhaló profundamente e ingresó. Sus ojos se posaron en la mesa elegantemente preparada. María y Francesco Andreotti estaban de pie junto a la mesa, esperándola. Doña María, con su cabello oscuro recogido en un moño impecable, se adelantó con una sonrisa genuina, aunque sus ojos reflejaban una leve curiosidad. —Valentina, mi
Kathia sintió un dolor en su pecho, recordar las señales que William dejaba y ella ignoraba por amor. Le iban resultando asfixiantes, sintiéndose actualmente… ¡Estúpida!, al recordarlo. —Gracias señor Andreotti, aunque no es necesario que usted se tome la molestia de ir conmigo, no son sus hijos… —respondió Kathia, trató de sonar amable, pero… Sabía que su tono, estuvo lleno de molestia y dolor. Aún así, el señor Andreotti, no dijo más del tema y se sentó a su lado en ese sofá largo. —Estos días arreglaré todo para traer a Alessandro. Es un buen niño, te será fácil enseñarle —dijo ese hombre, refiriéndose a su sobrino de quien Kathia sería tutora. Fue justo en ese momento, que la figura del señor Francesco Andreotti apareció en la puerta. Seguido del mayordomo. —Mis disculpas señor Andreotti, le dije a su señor padre que esperara, pero… —No te preocupes —exhaló Giovanni, volviendo su mirada hacia su padre—. ¿Se puede saber el motivo de tu visita, padre?, nunca me has visi
✧✧✧ La noche de ese día. ✧✧✧ La música clásica resonaba en el departamento de Valentina Bianchi. La mujer rubia estaba sentada en una silla cerca de los ventanales, con las piernas cruzadas, y luciendo una sexy bata de seda color negra. Su mirada celeste estaba fija en la ciudad de Nápoles, iluminada por las luces nocturnas… Sin embargo, su mente estaba ida en sus cientos de pensamientos, prisionera de la ira y la frustración que se acumulaban desde que su promedio… ¡LA HUMILLÓ Y CAMBIÓ POR OTRA MUJER! Sobre la mesa cercana, había una carpeta abierta. Los papeles estaban esparcidos, algunos con anotaciones a mano hechas por su detective privado. Había fotos, informes, pequeños fragmentos de información. Todo sobre Kathia Cárter. Una investigación real y previa que su padre comenzó por ella desde que llegó quejándose al hogar de los Bianchi. Sin embargo, tal como sospechaba, no habían encontrado absolutamente NADA. Giovanni había sido cuidadoso, demasiado cuidadoso.
✧✧✧ Ese mismo día, en Los Ángeles, Estados Unidos. ✧✧✧ El sol apenas se asomaba por las ventanas de la lujosa mansión de William, y el ambiente dentro de su oficina era todo menos tranquilo. Papeles arrugados, un jarrón roto y un portavasos destrozado cubrían el suelo. William, lleno de ira, jadeaba mientras se pasaba una mano por el cabello despeinado. Sus pasos resonaban mientras iba de un lado a otro como una bestia enjaulada. Frente a él, un hombre de mediana edad, su detective privado, permanecía de pie, rígido, con el rostro pálido. El silencio era sofocante, interrumpido solo por el sonido de objetos siendo lanzados al suelo. —¡¿Cómo demonios puede ser que no sepas nada?! —gritó William, golpeando con el puño una de las estanterías de madera oscura. ¡PUM! Tras el golpe, todo se tambaleó, algunos adornos amenazando con caer al suelo y hacerse añicos. —¡¡Te pago una m@ldita fortuna!!, ¡y no eres capaz de encontrar a quién salvó a la perra de Marina Davis…! ¡NADA
En el segundo piso de la mansión, Kathia estaba sola en la habitación que le habían asignado. Se miraba en el espejo, con el ceño fruncido y los labios apretados, sosteniendo entre sus manos el vestido que la madre de Giovanni le había "sugerido" usar. Era un vestido rígido, de un tono apagado, recatado hasta un extremo casi absurdo. La tela gruesa parecía más apta para una viuda que para una futura novia. Kathia sabía exactamente lo que significaba ese gesto: un intento de humillarla, de hacerla parecer fuera de lugar frente a los invitados, y no opacar a la consentida, Valentina. —¡Qué descarada! —gritó la profesora Kathia, dejando caer el vestido sobre la cama con desdén. No iba a permitir que la madre de Giovanni, por muy Andreotti que fuera, la hiciera quedar en ridículo. Caminó hacia el armario y abrió las puertas. Dentro, colgaban varios vestidos que Giovanni le había comprado, "por algún inconveniente con el primero", le dijo ese hombre… Aunque Kathia entendió en ese m
✧✧✧ Minutos después. En el salón de la fiesta. ✧✧✧ Kathia Cárter sostenía una copa de champagne sin alcohol. Sus dedos jugaban suavemente en el cristal mientras sus ojos avellana recorrían nerviosamente cada rincón del lugar. Giovanni se había apartado hacía unos minutos para hablar con unos socios de su familia, y aunque ella dijo que estaría bien sola, comenzaba a sentirse inquieta. —¿Kathia? —la voz familiar de Marina la sacó de sus pensamientos. Su amiga apareció a su lado, con su habitual sonrisa tranquila y madura. —Mari… —susurró Kathia, aliviada de verla—. Pensé que no vendrías. —¿Y perderme esto? —bromeó Marina, señalando con la cabeza a la multitud de gente que llenaba el salón—. Además, tienes que disfrutar de tu fiesta de compromiso, aunque sea algo por mero compromiso. ¿Cómo te sientes? Kathia vaciló, pero terminó suspirando. —No lo sé, Mari… Todo esto… las miradas, las sonrisas falsas. Es agotador. Giovanni todavía no hace público mi embarazo, ¿qué pensarán c
Frente a ella estaba ese hombre alto, de cabello castaño y ojos verdes que la observaban con rudeza. En su mano, él sostenía una copa de champagne a medio tomar. —¿Qué te importa? —respondió Marina, frunciendo el ceño, y llevándose la otra pastilla a la boca con rapidez. Antes de que pudiera tragarla, Stéfano Rinaldi, avanzó un paso y le arrebató el frasco de pastillas con un rápido movimiento. —¡¡HEY!! —le gritó la mujer, molesta—. ¡Devuélvemelas! —exigió, extendiendo la mano hacia él. Stéfano ignoró su demanda, mientras leía la etiqueta en el frasco, iluminado apenas por la luz suave de una lámpara cercana. Su expresión cambió a preocupación. —¿De dónde sacaste esto? —preguntó, con tono grave—. ¿Tienes idea de lo peligroso que es esto si lo mezclas con alcohol o si abusas de ellas? Marina cruzó los brazos y lo fulminó con la mirada. Su postura era desafiante, pero su pecho subía y bajaba rápidamente, su corazón latiendo aceleradamente con inquietud. —¿Quién demonios te c
Giovanni Andreotti se levantó con calma de la banca, pero cada movimiento suyo irradiaba una autoridad que no podía ignorarse. Ese alto hombre extendió la mano hacia Kathia, su mirada fija en ella, intensa pero serena. La profesora Kathia vaciló un momento antes de aceptar, sus dedos rozando los de él con una suavidad que no podía esconder el leve temblor en su mano. Giovanni lo notó, pero no dijo nada al respecto. —¿Usted siempre es así de audaz, señor Andreotti? —preguntó ella, intentando recuperar su compostura con una sonrisa leve. Giovanni no respondió a la profesora. Él la guió hacia un rincón más apartado del jardín, lejos de las luces brillantes de la fiesta. El sonido de la música les llegaba desde ese sector, envolviéndolos en una atmósfera más íntima. Cuando finalmente se detuvieron, él quedó frente a ella, bloqueando cualquier distracción. Había algo en Giovanni que la ponía a la defensiva, pero no porque él fuera agresivo. Era su presencia, tan sólida y segur