Giovanni Andreotti se levantó con calma de la banca, pero cada movimiento suyo irradiaba una autoridad que no podía ignorarse. Ese alto hombre extendió la mano hacia Kathia, su mirada fija en ella, intensa pero serena. La profesora Kathia vaciló un momento antes de aceptar, sus dedos rozando los de él con una suavidad que no podía esconder el leve temblor en su mano. Giovanni lo notó, pero no dijo nada al respecto. —¿Usted siempre es así de audaz, señor Andreotti? —preguntó ella, intentando recuperar su compostura con una sonrisa leve. Giovanni no respondió a la profesora. Él la guió hacia un rincón más apartado del jardín, lejos de las luces brillantes de la fiesta. El sonido de la música les llegaba desde ese sector, envolviéndolos en una atmósfera más íntima. Cuando finalmente se detuvieron, él quedó frente a ella, bloqueando cualquier distracción. Había algo en Giovanni que la ponía a la defensiva, pero no porque él fuera agresivo. Era su presencia, tan sólida y segur
Giovanni no pudo evitar soltar una pequeña carcajada y liberar a la profesora. Pero, solo segundos después, la tomó de la mano entrelazando sus dedos a los de ella. —Vamos a la fiesta. Tenemos que demostrar que somos dos "locos enamorados" —dijo él con su característica seguridad—, aunque creo que usted no sabe fingir muy bien profesora. ¿Tanto le desagrado? —No tengo motivos para que sea así ¿No lo cree? —le preguntó ella con sarcasmo, buscando molestarle un poco a propósito. —Por supuesto que no, pienso que hasta ahora he sido un completo caballero. ¿Eso le gusta, no es así? ¡Kathia abrió sus ojos de par en par, ante el descarado comentario que él hizo! "¡¿Eh?! ¡¿Es una broma?!" Pensó la mujer, que molesta no dijo más nada hasta llegar al salón de la fiesta. Donde de inmediato, se volvieron el centro de atención y, en esta ocasión, el señor Andreotti no desperdició ni un segundo en exhibirla como si fuera una diosa que había robado su corazón. Kathia bailaba al compás
Giovanni bajó la mirada hacia ella, sus ojos inexpresivos como un muro impenetrable. Kathia no estaba ahí, pero si hubiera visto esa mirada, habría sentido que algo en él… ¿Estaba roto? —Necesitas atención médica. Llamaré al doctor Lombardi —dijo Giovanni finalmente, con un tono frío. —Gracias… gracias, Giovanni… Pero… ¿Y si vas conmigo?, tengo miedo y no quiero estar sola… —dijo Valentina, fingiendo un llanto más intenso mientras se aferraba a su brazo como si su vida dependiera de ello. El señor Salvatore Bianchi, que parecía más calmado ahora, levantó la mirada hacia Giovanni. —Giovanni, te lo pido como un favor personal. Lleva a mi niña al hospital de la familia —dijo ese hombre maduro, con un tono lleno de preocupación—. No creo que la familia Andreotti quiera que esto se filtre. Es mejor manejarlo de forma discreta, ¿no lo crees?, si lo haces, yo me ocuparé del resto. Por un momento, Giovanni lo miró con una expresión que helaría a cualquiera. Era una mezcla de furia
—¿Quieres tener sexo?, perfecto. Pero primero, tómate un baño. Yo te espero aquí y… ¡AAAH! ¡MALDICIÓN, ¿QUÉ HACES?! —gritó Kathia cuando Giovanni la alzó en un movimiento rápido y ágil, llevándola al baño. —Tú tomarás el baño conmigo, profesora. ¿Cómo puedo confiar en ti si pareces tan enojada? Quizás al salir, ya no te encuentres en la habitación~ —dijo él con un tono coqueto y dominante que hizo que la piel de Kathia ardiera de rubor. Clack~ La puerta del baño se abrió y Giovanni la bajó de sus brazos, abrió la llave de la tina, y continuó despojándose de su pantalón y boxers, quedando completamente desnudo ante ella. La mirada de Kathia bajó involuntariamente y rápidamente se encontró con su masculinidad. Al instante, levantó la vista, buscando el contacto visual. —Yo ya tomé un baño, estoy embarazada. Podría enfermarme si tomo otro —intentó justificar, usando su estado como excusa perfecta. Pero sabía que eso no funcionaría con él. Giovanni acercó sus manos hacia los tir
Kathia no lo entendía. Por más que trataba de encontrarle sentido, no lograba comprender por qué Giovanni Andreotti, un hombre que, hasta donde sabía, tenía sentimientos por otra persona, la deseaba con tanta intensidad. Era algo que escapaba a su lógica. ¿Acaso era solo atracción física? Fuera lo que fuera, había algo que no podía negar: Giovanni despertaba en ella sensaciones que no había experimentado antes. El agua tibia los envolvía, cayendo en pequeñas gotas desde el borde de la tina, mientras sus cuerpos se rozaban. Cada movimiento parecía sincronizado, como si sus pieles se buscaran una y otra vez. Kathia, ahora completamente mojada, sintió un leve dolor cuando su espalda chocó contra el borde de la tina. La incomodidad quedó reflejada en su rostro, y Giovanni, atento a cada detalle, lo notó de inmediato. Sin decir palabra, él se acomodó y con una facilidad que la dejó sin aliento, la levantó, posicionándola sobre su regazo. Ella quedó frente a él, con una pierna a c
—¡Desayunemos! —le dijo él, tomando asiento frente a ella. Agarró una copa y se sirvió un poco de jugo frutal. Kathia lo observó en silencio. Giovanni bebía su jugo con calma, como si ese momento con ella fuera de lo más natural del mundo. La profesora tomó el tenedor y llevó un trozo de fruta a su boca, viéndolo a él fijamente, un silencio… Que no le resultó incómodo, pero, ella misma interrumpió después de tragar la fruta. —Un desayuno al aire libre, me gusta, pero… ¿Por qué tanta atención? —preguntó finalmente. Giovanni arqueó una ceja, dejando la copa semi vacía sobre la mesa. —No te confundas, mi intención no es procurar tu comodidad, si no la mía, y los desayunos al aire libre son algo a lo que deberás acostumbrarte, ya que tú futuro esposo disfruta de ellos diariamente —dijo él restándole importancia—. Hoy tenemos que ir al médico. Tu chequeo se atrasó por mi ausencia en el funeral. Kathia frunció el ceño. Recordando ese viaje de Giovanni en el que tuvo que pasar en
✧✧✧ La tarde de ese mismo día. ✧✧✧ El auto avanzaba por las calles de Nápoles, dejando atrás el bullicio de la ciudad a medida que se dirigían hacia las afueras. La tarde comenzaba a teñirse de tonos dorados, y en el interior del vehículo. Giovanni Andreotti, conducía. Sus manos sostenían el volante, sus ojos grises permanecían fijos en la carretera, y su expresión era tan imperturbable como siempre. Kathia estaba sentada a su lado, en silencio, con la mente hecha un caos de pensamientos. Había pasado todo el tiempo mirando sus manos entrelazadas sobre su regazo, pensando en lo que había ocurrido en el hospital. La incomodidad la estaba consumiendo. Finalmente, incapaz de soportar más el silencio, decidió hablar: —Giovanni… —dijo en voz baja y titubeante. Él no apartó la vista del camino, pero su cabeza giró ligeramente en su dirección, indicándole que la escuchaba. —Quiero disculparme… sé que todo esto debió ser incómodo para ti… —dijo la mujer, refiriéndose al ult
Alessandro Andreotti, el sobrino de Giovanni, los observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza. —¡¡Tío Giovanni!! —dijo Alessandro, cruzando los brazos y frunciendo el ceño—. ¿Quién es ella? ¿Dónde está tía Valentina? El comentario cayó como un balde de agua helada a Kathia que sintió un leve nudo en el estómago, pero mantuvo una sonrisa amable en su rostro. Giovanni, por su parte, suspiró, claramente irritado. —Ella es la señorita Cárter, Alessandro. Será tu profesora privada —la voz de Giovanni era firme, casi fría, sin dejar espacio para discusiones—. Y no vuelvas a mencionar a Valentina frente a mí. Los ojos celestes del niño, se clavaron en Kathia con desconfianza. Finalmente, habló, con un tono irónico e infantil que dejó claro que no estaba convencido: —¿Mi tutora?… No parece una profesora. Giovanni frunció el ceño, y su tono se endureció aún más: —Alessandro, compórtate. Kathia será tu tutora y, muy pronto, mi esposa. Te guste o no, tendrás que acostumbrarte