✧✧✧ Ese mismo día, en Los Ángeles, Estados Unidos. ✧✧✧ El sol apenas se asomaba por las ventanas de la lujosa mansión de William, y el ambiente dentro de su oficina era todo menos tranquilo. Papeles arrugados, un jarrón roto y un portavasos destrozado cubrían el suelo. William, lleno de ira, jadeaba mientras se pasaba una mano por el cabello despeinado. Sus pasos resonaban mientras iba de un lado a otro como una bestia enjaulada. Frente a él, un hombre de mediana edad, su detective privado, permanecía de pie, rígido, con el rostro pálido. El silencio era sofocante, interrumpido solo por el sonido de objetos siendo lanzados al suelo. —¡¿Cómo demonios puede ser que no sepas nada?! —gritó William, golpeando con el puño una de las estanterías de madera oscura. ¡PUM! Tras el golpe, todo se tambaleó, algunos adornos amenazando con caer al suelo y hacerse añicos. —¡¡Te pago una m@ldita fortuna!!, ¡y no eres capaz de encontrar a quién salvó a la perra de Marina Davis…! ¡NADA
En el segundo piso de la mansión, Kathia estaba sola en la habitación que le habían asignado. Se miraba en el espejo, con el ceño fruncido y los labios apretados, sosteniendo entre sus manos el vestido que la madre de Giovanni le había "sugerido" usar. Era un vestido rígido, de un tono apagado, recatado hasta un extremo casi absurdo. La tela gruesa parecía más apta para una viuda que para una futura novia. Kathia sabía exactamente lo que significaba ese gesto: un intento de humillarla, de hacerla parecer fuera de lugar frente a los invitados, y no opacar a la consentida, Valentina. —¡Qué descarada! —gritó la profesora Kathia, dejando caer el vestido sobre la cama con desdén. No iba a permitir que la madre de Giovanni, por muy Andreotti que fuera, la hiciera quedar en ridículo. Caminó hacia el armario y abrió las puertas. Dentro, colgaban varios vestidos que Giovanni le había comprado, "por algún inconveniente con el primero", le dijo ese hombre… Aunque Kathia entendió en ese m
✧✧✧ Minutos después. En el salón de la fiesta. ✧✧✧ Kathia Cárter sostenía una copa de champagne sin alcohol. Sus dedos jugaban suavemente en el cristal mientras sus ojos avellana recorrían nerviosamente cada rincón del lugar. Giovanni se había apartado hacía unos minutos para hablar con unos socios de su familia, y aunque ella dijo que estaría bien sola, comenzaba a sentirse inquieta. —¿Kathia? —la voz familiar de Marina la sacó de sus pensamientos. Su amiga apareció a su lado, con su habitual sonrisa tranquila y madura. —Mari… —susurró Kathia, aliviada de verla—. Pensé que no vendrías. —¿Y perderme esto? —bromeó Marina, señalando con la cabeza a la multitud de gente que llenaba el salón—. Además, tienes que disfrutar de tu fiesta de compromiso, aunque sea algo por mero compromiso. ¿Cómo te sientes? Kathia vaciló, pero terminó suspirando. —No lo sé, Mari… Todo esto… las miradas, las sonrisas falsas. Es agotador. Giovanni todavía no hace público mi embarazo, ¿qué pensarán c
Frente a ella estaba ese hombre alto, de cabello castaño y ojos verdes que la observaban con rudeza. En su mano, él sostenía una copa de champagne a medio tomar. —¿Qué te importa? —respondió Marina, frunciendo el ceño, y llevándose la otra pastilla a la boca con rapidez. Antes de que pudiera tragarla, Stéfano Rinaldi, avanzó un paso y le arrebató el frasco de pastillas con un rápido movimiento. —¡¡HEY!! —le gritó la mujer, molesta—. ¡Devuélvemelas! —exigió, extendiendo la mano hacia él. Stéfano ignoró su demanda, mientras leía la etiqueta en el frasco, iluminado apenas por la luz suave de una lámpara cercana. Su expresión cambió a preocupación. —¿De dónde sacaste esto? —preguntó, con tono grave—. ¿Tienes idea de lo peligroso que es esto si lo mezclas con alcohol o si abusas de ellas? Marina cruzó los brazos y lo fulminó con la mirada. Su postura era desafiante, pero su pecho subía y bajaba rápidamente, su corazón latiendo aceleradamente con inquietud. —¿Quién demonios te c
Giovanni Andreotti se levantó con calma de la banca, pero cada movimiento suyo irradiaba una autoridad que no podía ignorarse. Ese alto hombre extendió la mano hacia Kathia, su mirada fija en ella, intensa pero serena. La profesora Kathia vaciló un momento antes de aceptar, sus dedos rozando los de él con una suavidad que no podía esconder el leve temblor en su mano. Giovanni lo notó, pero no dijo nada al respecto. —¿Usted siempre es así de audaz, señor Andreotti? —preguntó ella, intentando recuperar su compostura con una sonrisa leve. Giovanni no respondió a la profesora. Él la guió hacia un rincón más apartado del jardín, lejos de las luces brillantes de la fiesta. El sonido de la música les llegaba desde ese sector, envolviéndolos en una atmósfera más íntima. Cuando finalmente se detuvieron, él quedó frente a ella, bloqueando cualquier distracción. Había algo en Giovanni que la ponía a la defensiva, pero no porque él fuera agresivo. Era su presencia, tan sólida y segur
Giovanni no pudo evitar soltar una pequeña carcajada y liberar a la profesora. Pero, solo segundos después, la tomó de la mano entrelazando sus dedos a los de ella. —Vamos a la fiesta. Tenemos que demostrar que somos dos "locos enamorados" —dijo él con su característica seguridad—, aunque creo que usted no sabe fingir muy bien profesora. ¿Tanto le desagrado? —No tengo motivos para que sea así ¿No lo cree? —le preguntó ella con sarcasmo, buscando molestarle un poco a propósito. —Por supuesto que no, pienso que hasta ahora he sido un completo caballero. ¿Eso le gusta, no es así? ¡Kathia abrió sus ojos de par en par, ante el descarado comentario que él hizo! "¡¿Eh?! ¡¿Es una broma?!" Pensó la mujer, que molesta no dijo más nada hasta llegar al salón de la fiesta. Donde de inmediato, se volvieron el centro de atención y, en esta ocasión, el señor Andreotti no desperdició ni un segundo en exhibirla como si fuera una diosa que había robado su corazón. Kathia bailaba al compás
Giovanni bajó la mirada hacia ella, sus ojos inexpresivos como un muro impenetrable. Kathia no estaba ahí, pero si hubiera visto esa mirada, habría sentido que algo en él… ¿Estaba roto? —Necesitas atención médica. Llamaré al doctor Lombardi —dijo Giovanni finalmente, con un tono frío. —Gracias… gracias, Giovanni… Pero… ¿Y si vas conmigo?, tengo miedo y no quiero estar sola… —dijo Valentina, fingiendo un llanto más intenso mientras se aferraba a su brazo como si su vida dependiera de ello. El señor Salvatore Bianchi, que parecía más calmado ahora, levantó la mirada hacia Giovanni. —Giovanni, te lo pido como un favor personal. Lleva a mi niña al hospital de la familia —dijo ese hombre maduro, con un tono lleno de preocupación—. No creo que la familia Andreotti quiera que esto se filtre. Es mejor manejarlo de forma discreta, ¿no lo crees?, si lo haces, yo me ocuparé del resto. Por un momento, Giovanni lo miró con una expresión que helaría a cualquiera. Era una mezcla de furia
—¿Quieres tener sexo?, perfecto. Pero primero, tómate un baño. Yo te espero aquí y… ¡AAAH! ¡MALDICIÓN, ¿QUÉ HACES?! —gritó Kathia cuando Giovanni la alzó en un movimiento rápido y ágil, llevándola al baño. —Tú tomarás el baño conmigo, profesora. ¿Cómo puedo confiar en ti si pareces tan enojada? Quizás al salir, ya no te encuentres en la habitación~ —dijo él con un tono coqueto y dominante que hizo que la piel de Kathia ardiera de rubor. Clack~ La puerta del baño se abrió y Giovanni la bajó de sus brazos, abrió la llave de la tina, y continuó despojándose de su pantalón y boxers, quedando completamente desnudo ante ella. La mirada de Kathia bajó involuntariamente y rápidamente se encontró con su masculinidad. Al instante, levantó la vista, buscando el contacto visual. —Yo ya tomé un baño, estoy embarazada. Podría enfermarme si tomo otro —intentó justificar, usando su estado como excusa perfecta. Pero sabía que eso no funcionaría con él. Giovanni acercó sus manos hacia los tir