El señor Andreotti apretó la mandíbula y se pasó una mano por el cabello, como si intentara contenerse. Finalmente habló, pero su tono era más frío que antes: —Te dije que no te preocupes —se giró hacia el baño, como si quisiera terminar la conversación, dándole la espalda a esa profesora—. Yo me encargo de todo. —Espero que tengas razón —Kathia lo miró con desconfianza mientras se sentaba en la cama—. Porque si no la tienes, me encargaré yo misma de que pague por ello, señor Andreotti. Giovanni dejó escapar una leve sonrisita desde el umbral del baño, una que ella no pudo notar. ……………… ✧✧✧ Tres días más tarde. ✧✧✧ El sol de la mañana bañaba la ciudad de Los Ángeles. Giovanni ajustó su saco mientras caminaba hacia su vehículo oscuro. Tenía asuntos importantes que atender antes de regresar a Nápoles, pero algo en el tono de Kathia cuando pidió acompañarlo durante el desayuno, lo hizo dudar. « Quiero ver a mi padre. » Había dicho ella, con una mezcla de nerviosismo y firm
El doctor Carter no respondió. Permaneció en silencio, mientras veía cómo su hija se daba la vuelta y caminaba hacia la salida. Kathia se detuvo con la mano en la manija de la puerta. Por un momento, pareció dudar. Entonces, giró la cabeza apenas lo suficiente para mirar a su padre por encima del hombro. —Por cierto… —habló ella, su voz temblando ligeramente—. Me voy a casar. Mi futuro esposo se llama Giovanni Andreotti. Me iré a Nápoles con él. Así que… Adiós. ¡CLANK! Tras el portazo. El doctor Carter se quedó de pie, frunciendo el ceño. —¿Giovanni Andreotti? ¿Ese no es…? —susurró para sí mismo. ……………….. Afuera, Giovanni esperaba apoyado contra el auto. La brisa de la mañana movía algunos mechones de su cabellera negra, mientras él exhalaba el humo de su cigarrillo con calma. Parecía completamente ajeno al caos emocional que Kathia acababa de dejar atrás. Cuando la vio salir, supo que algo en esa conversación no había salido bien. Él notó las lágrimas en su ro
A través de las amplias ventanas del restaurante, Kathia vio cómo una limusina negra se detenía frente al lugar. La asistente, preocupada por la posibilidad de que Kathia pudiera desmayarse en su estado, tomó su brazo y la ayudó a salir del local. Al salir. El aire frío de la tarde las envolvió. Dos guardaespaldas bajaron primero de la limusina, abriendo la puerta trasera. Kathia sintió que las piernas le flaqueaban cuando Giovanni descendió del vehículo. El porte altivo e imponente de ese hombre, que ya a ella se le hacía habitual observarlo como un "Rey" de mirada gélida. Giovanni caminó hacia ella y se detuvo a escasos centímetros, con su mirada gris clavándose en ella, indescifrable y fría. —Kathia —dijo su profunda voz. Analizó su rostro con atención, como si pudiera leer cada uno de sus pensamientos—. ¿Qué está pasando? —Giovanni… —susurró ella, intentando mantener la compostura. Sus ojos se pasearon en los alrededores con nerviosismo, antes de acercarse un poco má
Kathia lo miraba con una mezcla de frustración y deseo, atrapada bajo ese imponente hombre que la dominaba con una facilidad perturbadora en el interior de la limusina. Sus ojos grises y penetrantes, la observaban con deseo, como si todo en ella le perteneciera sin derecho a réplica. La respiración de la mujer se agitaba, y el movimiento de su pecho sólo parecía incitarlo más. —No deberías mirarme así, linda profesora, sé que también quieres esto —susurró ese italiano con una voz grave y engreída, mientras sus manos recorrían el contorno de su vestido, empujándolo lentamente hacia abajo hasta que quedó atorado en su cintura—. Tienes un hermoso cuerpo, ¿no te lo dije antes? —comentó él con total descaro, viéndola como si quisiera empezar a devorarla a besos en ese mismo instante. Ella cerró los ojos por un momento, el rubor mostrándose en sus mejillas. Trató de controlar sus emociones, pero su corazón latía desenfrenado. ¿Cuándo fue la última vez que recibió un comentario de
—¡JAJA LA ENCONTRÉ! —alzó la voz uno de los hombres—. ¡Cuánta suerte tengo! —¡Maldita sea, suéltame! —gritó Marina, intentando zafarse con todas sus fuerzas… Pero era inútil, ya estaba muy débil. ¡PUM! El hombre la empujó contra el vehículo, de modo que Marina quedó de espaldas, vulnerable. —¡Esto es por ser tan perra e intentar huir, m@ldita! —dijo el hombre que la sujetaba, levantándole la falda de la bata—. Quizá debería divertirme un rato contigo~ ¿te gusta rudo? Marina luchaba, pateando y moviéndose constantemente entre el miedo y la desesperación —¡Muévete imbécil! ¡No puedes hacer esto! —le gritó otro hombre, quitando a ese, y agarrando a Marina en un rápido movimiento, la golpeó con fuerza en el abdomen, causando que ella se quede sin aire y caiga de rodillas… Y justo en ese momento… William apareció en la entrada, caminando con calma. Su rostro lleno de ira y sus ojos azules normalmente fríos, brillaban con un odio capaz de consumirlo. —Todo esto es tu culpa —ha
✧✧✧ En la oficina del señor Andreotti. ✧✧✧ Desde la amplia ventana al fondo, se podía ver el océano. La brisa marina se colaba por el balcón abierto, haciendo ondear las cortinas color crema. Giovanni, sentado tras un elegante escritorio de madera oscura, tenía una expresión imperturbable. El viento jugueteando con algunos mechones de su semilarga cabellera negra. Sentado con aparente comodidad en un sillón de cuero oscuro, se encontraba, Stéfano Rinaldi, que tenía una postura relajada. En sus manos sostenía una máscara, un objeto que parecía haber sido cuidadosamente elaborado. —¿Por qué tantas vueltas con William? —preguntó Stéfano, rompiendo el silencio de la oficina—. Hace mucho debiste deshacerte de él. Sabes que habría sido rápido y limpio. Giovanni exhaló lentamente, como si la conversación le resultara tediosa, él apoyó los dedos entrelazados sobre el escritorio. Sus ojos grises claros se fijaron en su amigo. —Ese no es el tipo de fin que una escoria como Wil
—¿Ayudarte? —replicó Marina, con un tono sarcástico. Se inclinó hacia adelante, dejando de lado la bandeja con la comida, y apoyó las manos en el colchón para sostenerse—. Claro, te ayudó… a cambio de un contrato matrimonial que te ata a él. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Ese hombre no hace nada por bondad, Kathia. Es peligroso, y lo sabes. Kathia apretó los labios y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación. Su mirada avellana estaba llena de frustración. —No entiendes, Marina. Gracias a Giovanni, tú también estás aquí, libre de las garras de William. Si tanto te preocupa mi situación, entonces ven conmigo a Italia. Estaremos seguras allá. Marina negó con la cabeza, dejándose caer hacia atrás sobre la cama. Pof~ Tras un suave sonido, cerró los ojos por un momento, como si aquello le provocara un dolor adicional. —No puedo, Kathia. No voy a meterme más en esto. He tenido suficiente con William por semanas infernales… —hizo una pausa, con su voz cargada d
¡CLANK! ¡Un cartón de huevos golpeó fuertemente su parabrisas! Los ojos de la profesora Kathia Johnson se nublaron al instante ante ella, y un líquido amarillo corrió por la ventanilla de forma repugnante. Salió del coche enfadada destapándose el cinturón de seguridad, acababa de salir del trabajo y había aparcado en las afueras de su mansión cuando se encontró con esta escena. —¡¿Qué le sucede?! ¡¿Qué está haciendo fuera de mi casa?! —¡¡TU MARIDO ES LO QUE ME SUCEDE!! —le gritó una mujer rubia furiosa. Kathia frunció el ceño mientras levantaba la mano para sujetar sus gafas y se quedó mirando a la mujer con los brazos cruzados sobre el pecho. —¡No, mamá, detente! —exclamó una niña de ocho años, jalando de la blusa blanca a su madre, que con un aspecto desaliñado y ojos rojizos como si hubiese estado cansada de tanto llorar, hacía todo un escándalo. Kathia bajó la mirada y vio una mini versión de esa mujer. Sus ojos se desviaron entre las dos, y un pensamiento ridículo se ap