Elisa se encontraba envuelta en un torbellino de emociones. Su corazón latía desbocado mientras corría por las calles, tratando de escapar de la decisión que había tomado: había intentado abortar, pero no lo había conseguido. De repente, la llamada de Castell interrumpió sus pensamientos. Su voz resonaba en su mente como un eco insistente.—¿Dónde estás, Elisa? —preguntó Castell con su tono lleno de preocupación.—No estoy en la ciudad —respondió ella, tratando de mantener la calma, aunque la rabia burbujeaba en su interior.—No me mientas. Necesito verte. Es urgente —insistió él, con voz firme y decidida.—No tengo tiempo para esto, Damon. Déjame en paz —replicó, apretando el teléfono con fuerza, sintiendo cómo la culpa la ahogaba.—Elisa, por favor, no sientas temor. Voy a buscarte —dijo él, y, aunque su tono era tranquilizador, ella no podía evitar sentir que el mundo se le venía encima.Con un suspiro tembloroso, Elisa se detuvo en medio de la calle, sintiendo el peso de sus decis
El corazón de Max latía a mil por hora, atrapado en un laberinto del que no veía la salida. La ansiedad lo consumía mientras observaba cómo su situación se complicaba cada vez más. Sus abogados, aunque luchaban con todas sus fuerzas, sentían que estaban perdiendo terreno ante las nuevas evidencias que, aunque no lo involucraban directamente, parecían ser suficientes para que Boris y Castell tramaran un plan para encerrarlo.—No podemos dejar que esto termine así —dijo uno de sus abogados, con la voz tensa. —Necesitamos encontrar un ángulo que nos ayude a desestimar estas pruebas.Max, con la mirada fija en la mesa, respondió con un susurro lleno de desesperación:—¿Y si no hay forma? ¿Qué pasará si me llevan a juicio y me encarcelan?—No vamos a permitir que eso suceda —intervino su otro abogado, con determinación. —El FBI ha decidido iniciar un juicio en tu contra, pero tenemos tiempo para prepararnos.Max sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Y qué podemos hacer? Ellos tiene
Norah, con el corazón en un puño, no dudó en marcar el número de Francesco. La línea sonó un par de veces antes de que él contestara, y su voz sonó con la habitual hostilidad que siempre había caracterizado su relación.—¿Qué quieres, Norah? —preguntó Francesco, su tono cargado de desdén.—Francesco, se llevaron a Max a la cárcel. Le harán un juicio —respondió ella, tratando de mantener la calma a pesar de la tormenta de emociones que la invadía.Francesco soltó una risa sarcástica, como si la situación fuera un chiste cruel.—Ah, genial. ¿Y qué sigue? ¿Un espectáculo en vivo? Tal vez deberíamos vender entradas.Norah sintió que la ira y la tristeza se entrelazaban en su pecho.—No es un juego, Francesco. Esto es serio. Max necesita apoyo, y tú lo sabes.—¿Apoyo? —replicó él, con un deje de ironía en la voz. — ¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Ir a la cárcel y hacerle una visita de cortesía?A pesar de su tono burlón, Norah pudo percibir la quiebra en su voz, el dolor que intentaba oc
El juicio comenzó con un ambiente tenso en la sala del tribunal. El juez levantó la sesión y todos los presentes se acomodaron en sus asientos. Max, el acusado, se sentó con una expresión desafiante, rodeado de sus abogados, mientras Boris y Castell se preparaban para presentar su caso. Aunque sus intenciones eran claras, la ausencia de Elisa, el testigo principal, pesaba sobre ellos como una sombra.—Señoría —comenzó Boris, levantándose con determinación. —Estamos aquí para demostrar que Maximiliano Lombardo es el líder de una organización criminal que ha estado operando en Nueva York. Su influencia y sus crímenes han causado un daño incalculable a nuestra comunidad.Max sonrió con desdén e interrumpió:—¿Y qué pruebas tienen, Boris? ¿Un par de rumores y suposiciones? No pueden condenar a un hombre solo por lo que piensan que sabe.Castell, sintiendo la presión, se puso de pie:—No subestimes la gravedad de las acusaciones, Lombardo. Sabemos que has estado involucrado en actividades
Max se encontraba sentado en la fría y oscura celda, sumido en sus confusos y trémulos pensamientos. La angustia lo consumía y, aunque sabía que había tomado decisiones cuestionables en su vida, la idea de ser atrapado en una red criminal lo llenaba de desesperación. Se repetía a sí mismo que las pruebas eran falsas, que todo era un montaje, pero en el fondo una voz susurraba que tal vez había algo de verdad en las acusaciones.De repente, la puerta de la celda se abrió y su padre, Francesco, apareció en el umbral. Max sintió un torrente de emociones al verlo; la figura de su padre siempre había sido un símbolo de fortaleza y determinación. Francesco había encontrado la manera de burlar a la policía y apagar los micrófonos que vigilaban cada palabra de Max. Se acercó a él con una mezcla de seriedad y preocupación en su rostro.—Max, estoy aquí para ti. No estás solo en esto —comenzó Francesco con su voz grave y firme.Max palideció, una mezcla de angustia y gratitud lo invadió. La pre
Francesco irrumpió en la mansión Lombardo como un meteoro, con su imponente presencia, llenando la sala. Ignoró por completo a Abigail y a Becky, quienes lo miraron con sorpresa y desconcierto. Su único objetivo era encontrar a Norah. Al encontrarla, la llevó a un rincón apartado en el que se respiraba nerviosismo.—Norah, he metido a Max en la mafia a la fuerza. Y así como lo metí, lo sacaré. Te lo juro, no dejaré que mi hijo pise una cárcel común.Comenzó con su voz grave y autoritaria. Norah lo miró con los ojos llenos de lágrimas y el corazón latiendo con desesperación.—¿Cómo puedes hacer eso? —preguntó con la voz temblorosa. — ¿Y qué hay de Elliot y Samuel? ¿Realmente puedes hacer algo por ellos?Francesco se cruzó de brazos, mostrando su arrogancia.—Ellos me han demostrado lealtad, y haré lo que sea necesario para sacarlos de prisión. Tengo más poder en este país que el propio presidente. Si tengo que utilizar todo lo que tengo a mi alcance para sacar a Max de apuros, lo haré.
Samuel y Elliot se encontraban en la fría celda, un ambiente impregnado de desesperanza, pero al menos tenían la compañía del otro. Elliot, con el rostro surcado por la rabia, miró a su amigo, que tenía el aspecto cansado y golpeado.—No puedo creer que estés aquí, Samuel —dijo Elliot, apretando los puños. —Esto es una locura. ¡Voy a matar a Castell y a Boris! Se están pasando de la raya con su absurda venganza contra los Lombardos.Samuel suspiró, sintiendo el peso de la injusticia.—Lo sé, Elliot. Pero no podemos dejarnos llevar por la ira. Ellos quieren que reaccionemos así.—¿Y qué hay de Max? —preguntó Elliot, con la voz temblorosa de preocupación. — ¿Qué ha pasado con él?—También está preso —respondió Samuel, oscureciendo su mirada. —Lo tienen aislado. Cuando termine el juicio, parece que quieren enviarlo a la cárcel común, da igual cómo. Creo que están fabricando pruebas falsas contra él.Elliot frunció el ceño, la frustración brotando en su pecho.—Max siempre fue cuidadoso.
Abigail, sintiendo la tensión en el aire, miró a Becky con una mezcla de determinación y preocupación.—Espera aquí un momento, Becky —le pidió, antes de dirigirse hacia Castell. —Necesito hablar contigo.Castell, con una mirada que revelaba su interés, asintió y la condujo a un rincón más apartado de la oficina. Una vez a solas, comenzó a hablar con una voz suave, casi persuasiva.—Abigail, quiero que sepas que me importas. Podría cuidar de ti y de tus hijos. Deberías dejar a Lombardo. No va a salir de la cárcel —dijo, intentando hacerla dudar.Abigail frunció el ceño, notando cómo la conversación se tornaba fría y distante.—No voy a dejar a Max. Lo amo, Damon. No puedes simplemente esperar que me aleje de él porque tú lo digas —respondió, firme en su postura.Castell, sintiendo que su estrategia no estaba funcionando, endureció el tono.—Lombardo es un criminal, Abigail. Tengo pruebas que podrían mandarlo definitivamente a la cárcel. ¿De verdad quieres arriesgarte a eso? —le amenazó