Valentina dio un par de saltos estratégicos para llegar a la cama y rechazó con delicada cordialidad las intenciones de Fabio de ayudarla.
— No exageres, — le pidió — tampoco estoy inválida.
El cuerpo de Fabio se puso rígido en un segundo mientras Valentina seguía allí, sobre él, tentándolo hasta el infinito con sus besos, con la suavidad de su expresión, con lo inesperado de su demanda. Ambos sabían lo que significaba, no necesitaban recordárselo, y precisamente porque lo sabían, Fabio no logró comprender el origen de aquella rendición voluntaria.
Fabio se detuvo completamente para concentrarse en su rostro: tenía los ojos abiertos fijos en ningún lugar, los puños cerrados, los labios temblorosos y una orla de sudor alrededor de la frente. Estaba excitada y ansiosa, exhausta de pelear y quizás tan sincera como él en ese instante. — ¿Sabes que hay grandes diferencias entre una persona y un saco de patatas? Valentina no recordaba haber visto luces como aquellas, ondas como aquellas, y Fabio no recordaba haber visto a una persona tan extrañamente feliz lanzando rocas al agua. Le acarició la nuca con movimientos cíclicos y adormecedores. Estaba sentada sobre el entablado del muelle, con las piernas abrazadas y la cabeza recostada sobre las rodillas. El vestido celeste leCAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
Fabio pasó la noche sentado frente a la portátil, con la luz mortecina de la lámpara de mesa de su habitación como única compañía. No supo si Valentina había vuelto a la casa ni cómo, él ciertamente no se había molestado en llevarla y de momento tenía una sola obsesión: descubrir cómo, cu&a
Había esperado pasión desenfrenada, sexo agresivo y el agua de la alberca hirviendo alrededor de los dos, pero nada de eso sucedió. Fabio detuvo la mirada por algunos segundos en aquellos ojos y tomó una decisión crucial: no podía cambiarla, Valentina sería siempre una bruja, pero no le había puesto una daga en el cuello.
Debían pasar de las cinco y treinta de la madrugada cuando Valentina se escapó de la cama de puntillas Fabio había aceptado que quería disfrutarla, al menos las semanas que le quedaran antes de que ella decidiera escapar, posiblemente a un país sin extradición. Pero iba a aprovechar esas semanas.Sin embargo una cosa era la decisión de compartir
Fabio se sentó a su lado y le acarició la enredada cabellera, y cuando Valentina por fin recuperó la calma necesaria para incorporarse lo hizo con un gesto de dolor.— Vamos al hospital. — dijo &eacu