Valentina no recordaba haber visto luces como aquellas, ondas como aquellas, y Fabio no recordaba haber visto a una persona tan extrañamente feliz lanzando rocas al agua. Le acarició la nuca con movimientos cíclicos y adormecedores. Estaba sentada sobre el entablado del muelle, con las piernas abrazadas y la cabeza recostada sobre las rodillas. El vestido celeste le
Fabio pasó la noche sentado frente a la portátil, con la luz mortecina de la lámpara de mesa de su habitación como única compañía. No supo si Valentina había vuelto a la casa ni cómo, él ciertamente no se había molestado en llevarla y de momento tenía una sola obsesión: descubrir cómo, cu&a
Había esperado pasión desenfrenada, sexo agresivo y el agua de la alberca hirviendo alrededor de los dos, pero nada de eso sucedió. Fabio detuvo la mirada por algunos segundos en aquellos ojos y tomó una decisión crucial: no podía cambiarla, Valentina sería siempre una bruja, pero no le había puesto una daga en el cuello.
Debían pasar de las cinco y treinta de la madrugada cuando Valentina se escapó de la cama de puntillas Fabio había aceptado que quería disfrutarla, al menos las semanas que le quedaran antes de que ella decidiera escapar, posiblemente a un país sin extradición. Pero iba a aprovechar esas semanas.Sin embargo una cosa era la decisión de compartir
Fabio se sentó a su lado y le acarició la enredada cabellera, y cuando Valentina por fin recuperó la calma necesaria para incorporarse lo hizo con un gesto de dolor.— Vamos al hospital. — dijo &eacu
Se repitió una y mil veces que estaba haciendo lo correcto. Había prometido que no revelaría el paradero de Annie al señor Lavoeu y no lo había hecho, pero la madre de Valentina tenía derecho a saber de ella, tenían que llevarla a su propia casa y resolver asuntos familiares en los que él no tenía ningún lugar. Alba habría estado de acuerdo con él en que era la mejor manera de resolver las cosas. Valentina sintió el hilo de sangre que le bajaba por la garganta y se acurrucó hecha un ovillo en una esquina del salón, pero el puño que esperaba no volvió a caer sobre ella. No levantó la cabeza ni siquiera cuando escuchó el grito de furia de su padre, el estruendo de la puerta rompiéndose y el golpe seco de un cuerpo que caía de espaldas rompiendo en pedazos una de las mesas de té. Supo que Marco que le había puesto algo en el coñac cuando durmió cinco horas de un tirón, pero su inquietud por Valentina era más fuerte que cualquier narcótico que pudieran administrarle. Salió a la terraza y sintió que ni toda la brisa del mar era suficiente para llenarle los pulmones. Había cometido un error, y lo peor no era la magnitud de su equivocación, sino la persona a la que había puesto en riesgo por no haber tenido suficientes luces para darse cuenta de la verdad. Dos meses después… Último capítuloCAPÍTULO 26
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