Fabio había pensado que la mansión de Florencia, situada en las afueras de la urbe y rodeada de un hermoso lago natural haría que Valentina quedara extasiada ante la magnificencia de sus propiedades. Después de todo él era un pez más gordo de lo que ella jamás se había atrevido a creer, y su chalet de Córcega era una humilde vivienda comparado con aquella edificación de dieciséis recámaras. Pero el mayor asombro con que la muchacha lo obsequió fue con la atención especial que le dedicó a un grupo de cisnes que nadaban tranquilamente a orillas del lago.
La voz atronadora de un hombre retumbó a lo largo de las paredes de la mansión, y Fabio vio que Valentina se recogía sobre sí misma, inquieta. En el transcurso del día había tenido oportunidad de conocer al resto de la familia y todos le habían parecido demasiado agradables para ser auténticos.
Valentina estaba sentada en el porche trasero de la casona, un pequeño espacio construido en madera de pino, que olía delicioso y ofrecía una visión espectacular del paisaje. Habría querido descalzarse y probar aquella hierba fina, aquel pedazo de naturaleza que desembocaba en el espejo límpido del lago. Las palabras de Malena seguían asaltándola a cada minuto: “Los hombres Di Sávallo son extremadamente celosos, nadie toca lo que es suyo…” aquello podía convertirse en una ayuda en lugar de un problema. Alba no necesitó hacerle una estratégica torcedura de ojos a Valentina para que dejara de hablar, Fabio se acercaba de prisa y ella había entendido perfectamente todas las extrañas inquietudes que atenazaban aquel joven espíritu.— Si esCAPÍTULO 15
Valentina dio un par de saltos estratégicos para llegar a la cama y rechazó con delicada cordialidad las intenciones de Fabio de ayudarla.— No exageres, — le pidió — tampoco estoy inválida.
El cuerpo de Fabio se puso rígido en un segundo mientras Valentina seguía allí, sobre él, tentándolo hasta el infinito con sus besos, con la suavidad de su expresión, con lo inesperado de su demanda. Ambos sabían lo que significaba, no necesitaban recordárselo, y precisamente porque lo sabían, Fabio no logró comprender el origen de aquella rendición voluntaria.
Fabio se detuvo completamente para concentrarse en su rostro: tenía los ojos abiertos fijos en ningún lugar, los puños cerrados, los labios temblorosos y una orla de sudor alrededor de la frente. Estaba excitada y ansiosa, exhausta de pelear y quizás tan sincera como él en ese instante. — ¿Sabes que hay grandes diferencias entre una persona y un saco de patatas? Valentina no recordaba haber visto luces como aquellas, ondas como aquellas, y Fabio no recordaba haber visto a una persona tan extrañamente feliz lanzando rocas al agua. Le acarició la nuca con movimientos cíclicos y adormecedores. Estaba sentada sobre el entablado del muelle, con las piernas abrazadas y la cabeza recostada sobre las rodillas. El vestido celeste leCAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20