1
Benjamín Hufferd llegó al pueblo «Andrajos» en compañía de Matthew y de dos hombres más. Los seis refuerzos que habían acudido la noche anterior lograron meterse en la casa del viejo que había salvado a Sill. Después de comprobar que el asesino ya no se encontraba ahí, llamaron a sus superiores para darles la mala noticia. La instrucción fue continuar con la búsqueda y esperar a que el siguiente grupo llegara al amanecer.
Era la una de la tarde cuando ambos se encontraron.
—Con nosotros es suficiente —le dijo el calvo al líder de los refuerzos—. Los jefes l
1 A principios del anochecer, Sill llegó al rastro abandonado. Rompió el cristal de una de las ventanas para poder meterse, quedándose perplejo ante la fatídica esencia que resguardaba el interior. Los muros estaban totalmente enlamados y despedían un intenso aroma a óxido combinado con la suciedad pegada en los rincones. Lo único que se escuchaba eran los pasos de los animales rastreros que habitaban ahí, junto con las lechuzas que llegaban a construir sus nidos en las esquinas del tejado. Y en medio de aquel tétrico paisaje, uno que otro rayo lunar se filtraba a través de las escasas ventanas y hendiduras, restándole fealdad a los alrededores saturados de soledad. Era perfecto; para Sill lo era. &n
…El jefe de distrito, Benedick Fuso, declaró a la prensa que los dedos que se encontraron en la ensalada pertenecían a Dante Coloso, un hombre que hace dos días desapareció de su domicilio. El escalofriante platillo apareció una mañana en el interior de una de las oficinas de CIC, a partir de ese instante, el cuerpo de investigadores se ha encargado de resolver el caso… El viejo dejó de leer el periódico y lo lanzó al cesto de la basura, abandonando su oficina. Le disgustaba encontrar su nombre en primera plana. Hacía tiempo que casi siempre lo veía allí, y estaba harto de eso. Las desapariciones seguían aumentando y el labrador de cadáveres ya era un cuento viejo. Todos sabían que Sill Beck era el que siempre había estado detrás de esa máscara de cuero y del d
1 Desde el eco de un horizonte desconocido, una luz se asomó justo en donde la oscuridad estaba despedazada y la gravedad aún no nacía. Esa figura tan insólita, torpe y volátil se movía de izquierda a derecha, debilitándose cada vez más hasta apagar su brillo en lapsos tan cortos como el latido de un corazón. Su camino se extendía sobre aquel lóbrego paisaje, en el que todo era demasiado extraño y diferente, pues se encontraba afuera de la Tierra y afuera aun de la tercera dimensión. Aquel ser, quizá tenía un género, una moral, emociones y pensamientos que eran tan suyos e insólitos como su propio existir, pero por el simple hecho de ser adimensional, no podían ser llamados ni descritos como lo que realmente eran;
1 Cuerpos muertos de decenas de reses colgaban como si fueran títeres listos para un espectáculo, solo que para ellas la función ya había terminado. Horas antes de ser asesinadas, fueron aisladas y separadas de aquel tumulto de desechos en el que habían vivido por tanto tiempo. Ahora, el único movimiento que se percibía en sus cadáveres, era el de las de gotas de agua mezcladas con sangre que recorrían la tiesa carne hasta caer en el suelo. Aquel líquido repugnante se esparcía por gran parte de la habitación, perfumándola con su apestoso hedor para finalmente llegar a los pies de algunas seguetas eléctricas e irse directo a la coladera. Esas cuatro paredes en donde continuamente
1 Negro y rojo. Sill Beck había usado ambos tonos para pintar un cuadro que era muestra de un despertar vertiginoso; un recuerdo vil y luctuoso acerca del incidente ocurrido durante una tarde. Después de ese día, la creación permaneció un año entero bajo las sombras. Oculta y olvidada entre telebrejos y polvo, la pintura fue sacada durante el primer aniversario de su nacimiento. El niño curioso convertido ya en un adolescente, se dirigió al sótano para sacar el cuadro. Lo llevó a su habitación y lo colocó justo al lado de la ventana, admirando cómo los gruesos trazos parecían sepultar cualquier rayo de luz que lo tocaba. El mísero recuerdo que estaba plasmado ahí, surgió de repente en su
1Cuando Sill, nuestro personaje, cumplió dieciocho de edad, empezó a culminar una de las etapas de la evolución de su pensamiento. Hasta ese momento, en el Reino Mental las cosas parecían complicarse. La Reina luchaba con la estupidez que surgía de la adolescencia de Sill, manteniendo la Fuente de la Razón con suficiente agua para que las Bestias pudieran beberla. Con ello, el chico pudo concentrarse en seguir su idealismo sin que hubiera realmente nada que lo distrajera. En lugar de tirarse a los vicios convencionales o descubrir lo que se sentía poseer una mujer, se dedicó a leer. Sill era un verdadero
1«Yo seré lo que nadie quiere ser y cuando los demás sepan en quién me he convertido, también conocerán quienes son realmente», pensaba Sill a la par de su lectura. Hacía semanas que había estado metido en el análisis de una obra sobre filosofía que había captado su atención; aunque comer libros dejó de ser su única ocupación después de haber cursado la preparatoria. Mientras algunos de sus compañeros cursaban la universidad, nuestro personaje seguía sin hacerlo. Por eso su padre le ofreció que se encargara del negocio de la carne seca por un año. Si decidía
1Sill abrió los ojos. Esta vez ningún despertador sonó. Era sábado y no tenía que apresurarse para poner los pies afuera de la cama. No era día de clases y tampoco pensaba en ir a trabajar. Hacía una semana que ya no limpiaba pollo crudo. Después de aquella noche en la que le rompieron la nariz y besó por primera vez a una chica, decidió planear cómo se vengaría de el de la gorra roja. Con lo que obtenía del local de alas, tardaría años en pagar un arma, por eso decidió cambiarse a un empleo que le proporcionara mejores ganancias. Antes de hacerlo, fue a visitar