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Sill abrió los ojos. Esta vez ningún despertador sonó. Era sábado y no tenía que apresurarse para poner los pies afuera de la cama. No era día de clases y tampoco pensaba en ir a trabajar. Hacía una semana que ya no limpiaba pollo crudo. Después de aquella noche en la que le rompieron la nariz y besó por primera vez a una chica, decidió planear cómo se vengaría de el de la gorra roja.
Con lo que obtenía del local de alas, tardaría años en pagar un arma, por eso decidió cambiarse a un empleo que le proporcionara mejores ganancias.
Antes de hacerlo, fue a visitar
1 La luz que se había alojado en la mente de Sill, permanecía sentada en el centro del reino. No había sido fácil convertirse en la Filosofía del Animal, pero ahora su trono estaba en la punta de la Torre de la Personalidad; en esa enorme estructura que no paraba de retirarse y colocarse bloques con el fin de auto-modificarse y en la que se aparecían todo tipo de seres, entre ellos, el Fantasma de la Locura. Con el nacimiento de la soberana, los habitantes del Reino Mental tuvieron que adaptarse a diversos cambios. A pesar de que la Fuente de la Razón siguió siendo el lugar en donde toda clase de seres alcanzaban su transformación, nadie tenía permiso de pasar ahí
1Sill se encontraba semidesnudo, sentado en su cama y recordando las secuelas de lo acontecido. Le preocupaba el tema de las cámaras del matadero, pues aunque pudo cubrir las del interior, no había podido hacer lo mismo con las exteriores. Contaba con la capacidad anormal de buscarle una respuesta a cualquier clase de situación compleja. Esa brillantez quizá era un don con el que había nacido, pues a pesar de actuar como un psicópata, todavía poseía la habilidad de tomar decisiones pensando en las consecuencias de las mismas. Después de dejar en su casa las bolsas con la carne, condujo nuevamente al matader
1En el instituto del CIC (Cuerpo de Investigadores de Criminales) el ambiente estaba al máximo punto de su mundanidad. El vientecillo de algunos ventiladores pacificaba el exceso de tensión que emergía cada mañana, siendo secundado por el olor a café que cubría cada uno de los pasillos. Todos los empleados se mantenían trabajando arduamente, pero la oficina en la que se podía percibir más tensión, era la que tenía una puerta de cristal con dos iniciales grabadas: B. H. Hacía poco más de un año que Benjamín Hufferd había sido transferido a la ciudad. Durante meses le rogó a su jefe que le proporcion
1 Sill con veinte años ya, se dirigió a «Magnífica», la agencia de la que le habló Tijeras Douglas. La razón por la que estaba ahí era para convertirse en el próximo archivista. Estaba dispuesto a laborar para Dylan porque solo así podría conocerlo mejor y lograr tenderle una trampa. ¿Por qué ir por un cerdo tan grande? Si quería comenzar a planear su legado, estaba obligado a generar experiencia con presas de mayor reputación, en las que la caza resultaba ser más compleja; además, los ahorros de su difunto hermano ya estaban por terminarse, así que necesitaba rebajarse a lo que el sistema le ofrecía. Desde que el asistente de recursos humanos lo entrevistó, Sill se enfocó en fingir
1Su última experiencia onírica lo dejó como un completo mártir. Cada mañana padecía de desvelos continuos y dolores de cabeza, mientras que por la noche la intranquilidad aumentaba, depositándolo en un sendero de ansiedad y temor que parecía infinito. Sabía que todo eso se debía a la incapacidad de soltarle la verdad a su amada, pues la naturaleza sádica de su interior solo se dedicaba a oprimirlo constantemente, obligándolo a permanecer callado. Le preocupaba que su esencia fuera absorbida por el cariño que sentía por Sue. Con amargura recordaba el día en el que se había dejado doblegar por
1 En una de las tantas fábricas que rodeaban las afueras de la ciudad, decenas de obreros mantenían un monótono ritmo de trabajo, empaquetando las bolsas del cereal recién tostado que salía de las enormes máquinas de acero inoxidable. Todos estaban terriblemente fatigados y esperaban con avidez que la madrugada terminara, excepto un joven que disfrutaba felizmente del delicioso sabor que desprendía el producto recién hecho. Cualquier empleado tenía la oportunidad de probar de vez en cuando el cereal que caía en las plataformas, y él era de los pocos que abusaban constantemente de eso. Le encantaba comerlo. Fue un gusto que adquirió desde que era un chiquillo, y ahora que tenía la oportunidad de consumir cua
1 Sill Beck sentía que una preocupación se apoderaba de su estadía. Era malestar, era fastidio; eran sensaciones igual de profundas como zonas abismales e igual de ligeras como plumas en pleno vuelo. Desde hace años que su padre ya no laboraba más en el turno nocturno, pero se había mantenido ausente durante toda una noche. «Quizá terminó consiguiendo pareja y durmió ahí… O después de todo no es tan fuerte y se volvió un alcohólico», se dijo, intentando justificarlo. Confundido, llamó al rastro. Jeff se encontraba hospitalizado. Uno de los supervisores le indicó que le habían dado uno
1 Decenas de personas deambulaban sobre una extensión de tierra suelta, rodeando toda clase de comerciantes que provenían de las Zonas más cercanas. Cada uno creaba magia con sus palabras, modulando sus tonos, los alteraban y ensayaban mil veces el mismo guion; todo para que sus mercancías produjeran una mejor ganancia. Entre la numerosa multitud, Sill se encontraba caminando lentamente en busca de un poco de fruta. Habían pasado dos días desde el encuentro con su padre; esa misma tarde alquiló una casa en el campo, lejos del pueblo «De los Grises», y consiguió un empleo como jornalero. Ahora se encontraba lidiando con salir ileso de aquel tumulto de gente, y mientras realizaba su