1
Sill con veinte años ya, se dirigió a «Magnífica», la agencia de la que le habló Tijeras Douglas. La razón por la que estaba ahí era para convertirse en el próximo archivista. Estaba dispuesto a laborar para Dylan porque solo así podría conocerlo mejor y lograr tenderle una trampa. ¿Por qué ir por un cerdo tan grande? Si quería comenzar a planear su legado, estaba obligado a generar experiencia con presas de mayor reputación, en las que la caza resultaba ser más compleja; además, los ahorros de su difunto hermano ya estaban por terminarse, así que necesitaba rebajarse a lo que el sistema le ofrecía.
Desde que el asistente de recursos humanos lo entrevistó, Sill se enfocó en fingir
1Su última experiencia onírica lo dejó como un completo mártir. Cada mañana padecía de desvelos continuos y dolores de cabeza, mientras que por la noche la intranquilidad aumentaba, depositándolo en un sendero de ansiedad y temor que parecía infinito. Sabía que todo eso se debía a la incapacidad de soltarle la verdad a su amada, pues la naturaleza sádica de su interior solo se dedicaba a oprimirlo constantemente, obligándolo a permanecer callado. Le preocupaba que su esencia fuera absorbida por el cariño que sentía por Sue. Con amargura recordaba el día en el que se había dejado doblegar por
1 En una de las tantas fábricas que rodeaban las afueras de la ciudad, decenas de obreros mantenían un monótono ritmo de trabajo, empaquetando las bolsas del cereal recién tostado que salía de las enormes máquinas de acero inoxidable. Todos estaban terriblemente fatigados y esperaban con avidez que la madrugada terminara, excepto un joven que disfrutaba felizmente del delicioso sabor que desprendía el producto recién hecho. Cualquier empleado tenía la oportunidad de probar de vez en cuando el cereal que caía en las plataformas, y él era de los pocos que abusaban constantemente de eso. Le encantaba comerlo. Fue un gusto que adquirió desde que era un chiquillo, y ahora que tenía la oportunidad de consumir cua
1 Sill Beck sentía que una preocupación se apoderaba de su estadía. Era malestar, era fastidio; eran sensaciones igual de profundas como zonas abismales e igual de ligeras como plumas en pleno vuelo. Desde hace años que su padre ya no laboraba más en el turno nocturno, pero se había mantenido ausente durante toda una noche. «Quizá terminó consiguiendo pareja y durmió ahí… O después de todo no es tan fuerte y se volvió un alcohólico», se dijo, intentando justificarlo. Confundido, llamó al rastro. Jeff se encontraba hospitalizado. Uno de los supervisores le indicó que le habían dado uno
1 Decenas de personas deambulaban sobre una extensión de tierra suelta, rodeando toda clase de comerciantes que provenían de las Zonas más cercanas. Cada uno creaba magia con sus palabras, modulando sus tonos, los alteraban y ensayaban mil veces el mismo guion; todo para que sus mercancías produjeran una mejor ganancia. Entre la numerosa multitud, Sill se encontraba caminando lentamente en busca de un poco de fruta. Habían pasado dos días desde el encuentro con su padre; esa misma tarde alquiló una casa en el campo, lejos del pueblo «De los Grises», y consiguió un empleo como jornalero. Ahora se encontraba lidiando con salir ileso de aquel tumulto de gente, y mientras realizaba su
1 Después de haberse duchado, se sentó en el tocador con el cuerpo cubierto únicamente por una toalla. Mientras se maquillaba, unas palabras surgieron en su mente, disfrazadas con la voz del detective que había conocido esa misma mañana: «…Un asesino al que le han apodado como el labrador de cadáveres…» El vello corporal se le erizó completamente, siendo condenada a escuchar el canto agitado y repetitivo de su corazón. Los escalofríos montados en supersticiones le masacraron la espalda, convirtiéndose en lazos rodeados de hielo que parecían quemarla al hacer contacto con su piel. «…Creemos que Sill Beck está implicado en el caso…», «… ¿Él nunca se atrevió a c
1 La ciudad se mostraba tendida en tonos muertos. Calles enteras se volvían desabridas como producto del helado vientecillo que azotaba rudamente los escasos árboles que parecían disfrutar de la suave brisa. Luego de haber conducido tanto, Sill Beck se detuvo a media avenida. La cabeza estaba a punto de estallarle y sus sentimientos no paraban de revolverse entre sí. Miró el local frente a él y decidió entrar. Un intenso aroma a café tostado lo asaltó repentinamente. Notó las sillas acolchadas, los televisores colgando como si fueran cuadros, las mesas de caoba y a toda esa gente invadiendo el lugar, parloteando y demostrando tan solo con la mirada que su pres
1 La lluvia había cesado. Sill, tumbado sobre un colchón viejo, fue despertado por los rayos de sol amarillentos. Sus heridas habían sido sanadas por la esposa del culpable que se las había hecho, junto con la de la bala que le había rozado durante su enfrentamiento con Mathew. Seguía adolorido y trabajosamente se levantó, con las piernas temblando avanzó hacia la ventana. Escuchó voces que provenían del otro lado de la puerta e imaginó que podría tratarse de la policía o de «Granos de arena». No quería quedarse para verificarlo, así que se marchó acuciosamente del lugar. Caminó a gatas, esforzándose por aguzar sus sentidos para fijar suma atención en cada sonido que pudiera importunarlo, hasta que
1Benjamín Hufferd llegó al pueblo «Andrajos» en compañía de Matthew y de dos hombres más. Los seis refuerzos que habían acudido la noche anterior lograron meterse en la casa del viejo que había salvado a Sill. Después de comprobar que el asesino ya no se encontraba ahí, llamaron a sus superiores para darles la mala noticia. La instrucción fue continuar con la búsqueda y esperar a que el siguiente grupo llegara al amanecer. Era la una de la tarde cuando ambos se encontraron. —Con nosotros es suficiente —le dijo el calvo al líder de los refuerzos—. Los jefes l