1
Sill Beck sentía que una preocupación se apoderaba de su estadía. Era malestar, era fastidio; eran sensaciones igual de profundas como zonas abismales e igual de ligeras como plumas en pleno vuelo.
Desde hace años que su padre ya no laboraba más en el turno nocturno, pero se había mantenido ausente durante toda una noche.
«Quizá terminó consiguiendo pareja y durmió ahí… O después de todo no es tan fuerte y se volvió un alcohólico», se dijo, intentando justificarlo.
Confundido, llamó al rastro.
Jeff se encontraba hospitalizado. Uno de los supervisores le indicó que le habían dado uno
1 Decenas de personas deambulaban sobre una extensión de tierra suelta, rodeando toda clase de comerciantes que provenían de las Zonas más cercanas. Cada uno creaba magia con sus palabras, modulando sus tonos, los alteraban y ensayaban mil veces el mismo guion; todo para que sus mercancías produjeran una mejor ganancia. Entre la numerosa multitud, Sill se encontraba caminando lentamente en busca de un poco de fruta. Habían pasado dos días desde el encuentro con su padre; esa misma tarde alquiló una casa en el campo, lejos del pueblo «De los Grises», y consiguió un empleo como jornalero. Ahora se encontraba lidiando con salir ileso de aquel tumulto de gente, y mientras realizaba su
1 Después de haberse duchado, se sentó en el tocador con el cuerpo cubierto únicamente por una toalla. Mientras se maquillaba, unas palabras surgieron en su mente, disfrazadas con la voz del detective que había conocido esa misma mañana: «…Un asesino al que le han apodado como el labrador de cadáveres…» El vello corporal se le erizó completamente, siendo condenada a escuchar el canto agitado y repetitivo de su corazón. Los escalofríos montados en supersticiones le masacraron la espalda, convirtiéndose en lazos rodeados de hielo que parecían quemarla al hacer contacto con su piel. «…Creemos que Sill Beck está implicado en el caso…», «… ¿Él nunca se atrevió a c
1 La ciudad se mostraba tendida en tonos muertos. Calles enteras se volvían desabridas como producto del helado vientecillo que azotaba rudamente los escasos árboles que parecían disfrutar de la suave brisa. Luego de haber conducido tanto, Sill Beck se detuvo a media avenida. La cabeza estaba a punto de estallarle y sus sentimientos no paraban de revolverse entre sí. Miró el local frente a él y decidió entrar. Un intenso aroma a café tostado lo asaltó repentinamente. Notó las sillas acolchadas, los televisores colgando como si fueran cuadros, las mesas de caoba y a toda esa gente invadiendo el lugar, parloteando y demostrando tan solo con la mirada que su pres
1 La lluvia había cesado. Sill, tumbado sobre un colchón viejo, fue despertado por los rayos de sol amarillentos. Sus heridas habían sido sanadas por la esposa del culpable que se las había hecho, junto con la de la bala que le había rozado durante su enfrentamiento con Mathew. Seguía adolorido y trabajosamente se levantó, con las piernas temblando avanzó hacia la ventana. Escuchó voces que provenían del otro lado de la puerta e imaginó que podría tratarse de la policía o de «Granos de arena». No quería quedarse para verificarlo, así que se marchó acuciosamente del lugar. Caminó a gatas, esforzándose por aguzar sus sentidos para fijar suma atención en cada sonido que pudiera importunarlo, hasta que
1Benjamín Hufferd llegó al pueblo «Andrajos» en compañía de Matthew y de dos hombres más. Los seis refuerzos que habían acudido la noche anterior lograron meterse en la casa del viejo que había salvado a Sill. Después de comprobar que el asesino ya no se encontraba ahí, llamaron a sus superiores para darles la mala noticia. La instrucción fue continuar con la búsqueda y esperar a que el siguiente grupo llegara al amanecer. Era la una de la tarde cuando ambos se encontraron. —Con nosotros es suficiente —le dijo el calvo al líder de los refuerzos—. Los jefes l
1 A principios del anochecer, Sill llegó al rastro abandonado. Rompió el cristal de una de las ventanas para poder meterse, quedándose perplejo ante la fatídica esencia que resguardaba el interior. Los muros estaban totalmente enlamados y despedían un intenso aroma a óxido combinado con la suciedad pegada en los rincones. Lo único que se escuchaba eran los pasos de los animales rastreros que habitaban ahí, junto con las lechuzas que llegaban a construir sus nidos en las esquinas del tejado. Y en medio de aquel tétrico paisaje, uno que otro rayo lunar se filtraba a través de las escasas ventanas y hendiduras, restándole fealdad a los alrededores saturados de soledad. Era perfecto; para Sill lo era. &n
…El jefe de distrito, Benedick Fuso, declaró a la prensa que los dedos que se encontraron en la ensalada pertenecían a Dante Coloso, un hombre que hace dos días desapareció de su domicilio. El escalofriante platillo apareció una mañana en el interior de una de las oficinas de CIC, a partir de ese instante, el cuerpo de investigadores se ha encargado de resolver el caso… El viejo dejó de leer el periódico y lo lanzó al cesto de la basura, abandonando su oficina. Le disgustaba encontrar su nombre en primera plana. Hacía tiempo que casi siempre lo veía allí, y estaba harto de eso. Las desapariciones seguían aumentando y el labrador de cadáveres ya era un cuento viejo. Todos sabían que Sill Beck era el que siempre había estado detrás de esa máscara de cuero y del d
1 Desde el eco de un horizonte desconocido, una luz se asomó justo en donde la oscuridad estaba despedazada y la gravedad aún no nacía. Esa figura tan insólita, torpe y volátil se movía de izquierda a derecha, debilitándose cada vez más hasta apagar su brillo en lapsos tan cortos como el latido de un corazón. Su camino se extendía sobre aquel lóbrego paisaje, en el que todo era demasiado extraño y diferente, pues se encontraba afuera de la Tierra y afuera aun de la tercera dimensión. Aquel ser, quizá tenía un género, una moral, emociones y pensamientos que eran tan suyos e insólitos como su propio existir, pero por el simple hecho de ser adimensional, no podían ser llamados ni descritos como lo que realmente eran;