—¿Es una broma? —Nina no sabía cómo tomarse aquello, pero definitivamente no podía ser una broma porque Jake estaba bastante serio.
—No, para nada. Yo también tuve uno —le explicó él—. De niño me enfermaba mucho de los oídos, hasta que mi pediatra, pero por cierto era muy agradable, me explicó la causa, y es que me subieron a un avión a los dos días de nacido.
Nina tomó su vaso de agua y arrastró a Jake al sofá, acomodándose y mirándolo con curiosidad.
—¿Entonces no naciste aquí?
—No, nací en Rusia —le sonrió Jake.
—¡¿En Rusia?! ¡¿Eres ruso?! —exclamó Nina, sorprendida.
—Bueno, no tanto, precisamente por eso me subieron a un avión —respondió Jake, acariciando sus piernas con suavi
Nunca, ni en sus peores pesadillas, Meredith Lieberman había imaginado que vería a su único hijo enredado con aquella mujer. Incluso le había asegurado a Danielle que se equivocaba al decir que ellos dos tenían algo, pero llegar al departamento de Jake y verla allí, mientras su hijo decía que si se quedaban no podría salir de encima de ella… ¡simplemente era más de lo que podía soportar!Nina esperó cualquier clase de reacción contra ella, pero en cambio la mano de Meredith surcó el rostro de su hijo con una bofetada y la muchacha se quedó en shock.—¿¡Te volviste loco!? ¿¡Con esta!? —gritó entrando como una tromba, pero antes de que pudiera llegar hasta Nina, Jake fue el que tuvo que salirse al paso a la muchacha.—¡Esta tiene nombre! ¡Y tócalo de nuevo si te atreves, que te juro que
«Está enojada».«No quiere hablar conmigo».«Realmente tiene que pensar en esto».«Ya se convenció de que no entiendo la mierd@ que escribe y se dignó a teclear una oración completa».Todo eso pudo haber pensado Jacob, pero después de todo un día de no conseguir hablar con ella, que le respondiera precisamente eso… No, algo no lo convencía. Aquel presentimiento de que algo estaba terriblemente mal lo aguijoneó.Marcó el número de la casa del lago y una de las muchachas del servicio le contestó con tono cansado.—Residencia Liberman. ¿Con quién tengo el gusto?—Soy Jacob.—Joven… —murmuró la muchacha, pero Jake no la dejó seguir.—¿Nina llegó? —escuchó el tono titubeante del otro lado y la apremi&oacut
—¡Mateo! ¡Necesito un favor, urgente! —La voz de Jake sonaba tan desesperada que Mateo de Navia se aguantó las ganas de preguntarle si algún día lo dejaría coger en paz.—¿Qué pasó?—¡Se llevaron a mi mujer! —respondió Jacob y solo escuchó un par de maldiciones al otro lado mientras el hombre se lanzaba de la cama.—Dame un segundo… —murmuró mientras se sentaba delante de la computadora y su esposo cerraba los brazos alrededor de él, envolviéndolo en una manta y dándole un beso en la mejilla antes de dejarlo solo—. Ya estoy listo.—Tengo su número de teléfono para rastrear —dijo Jake.—Escúpelo.Jake le pasó el número de teléfono y esperó mientras miraba alrededor. La casa se había convertido en un hervidero
El detective le regaló una mirada de sorpresa y de esperanza y Jake le hizo un gesto para que entrara a la casa.El primer pensamiento que había cruzado la cabeza de Jake cuando la voz había llamado a Nina «la zorra de los Lieberman», y los había mencionado tanto a su padre como a él, era que Meredith tenía algo que ver con aquello.Así que tomó el brazo del detective y lo guio hacia una de las habitaciones vacías de la casa, asegurándose de que nadie pudiera escucharlos.—¿De qué habla? ¿De verdad sabe quién la tiene? —lo interrogó el detective.—Cuando el secuestrador dijo que Nina era la zorra de los Lieberman… Mi madre es la única que está encaprichada en decir que Nina es la amante de mi padre —le explicó Jake y el rostro del detective se volvió de piedra—. Y ayer en la m
Si algún momento existía para que la adrenalina se apoderara de su cuerpo era aquel. Si algún momento había para defenderse, para odiar, para pelear, era aquel. Y no había droga, dolor o miedo que pudiera detener aquel instinto desesperado por sobrevivir.El mar de gritos de alguna forma traspasó la mordaza y fue lo primero que golpeó a Jake en el mismo segundo en que abrió la puerta del auto.No supo exactamente qué sintió o qué pensó, solo que aquella desesperación que había sentido desde hacía horas se convertía en rabia. Una raba ciega que nacía de la impotencia y del dolor, porque la estaban lastimando, estaban lastimando a Nina y él no… él no…Jake había visto muchos horrores en su vida desde que era abogado, pero ninguno jamás le había llegado tan hondo como empujar aquella puerta y ver a N
En un pueblito tan pequeño y tranquilo como Silverwater, un colapso, dos balazos y una víctima de secuestro en la misma noche era demasiado, las dos únicas ambulancias habían trabajado a todo lo que daba, y los chismosos se arremolinaban afuera del hospital para enterarse de los sucesos.La primera en llegar fue Nina, y ya Mason estaba listo para recibirla, porque la policía había avisado para lo que debían prepararse. Dos quirófanos estaban listos también para recibir a los heridos de bala, y varios cirujanos estaba apostados esperándolos.Mason ordenó llevar a Nina a una de las habitaciones privadas del hospital, y él se ocupó personalmente de indicar sus exámenes y de ajustar el medicamento para contrarrestar la droga que le habían inyectado. Por suerte no la habían tenido drogada por demasiado tiempo, así que no había peligro de que de
Revivir todo aquello delante del detective Murat fue horrible, pero no quedaba otra opción, así que Nina se acurrucó contra un costado de Jake, el que todavía tenía bueno, y se dejó poner las vías de suero mientras le contaba al policía todo lo que había pasado, o al menos, todo lo que podía recordar.Murat la escuchó sin interrumpirla, y de cuando en cuando anotaba algo en una pequeña libreta que tenía.De cuando en cuando Nina podía sentir cómo el cuerpo de Jake se tensaba, al llegar a las partes más escabrosas.—Entonces desde el inicio… ¿solo fueron ellos dos? —quiso confirmar Murat.—Sí —respondió Nina—, pero escuché algo sobre alguien en Nueva York… alguien que iba a recoger el dinero, pero no dijeron ningún nombre.—¿Dijeron para qué
Hacía más de dos años que Jacob no ponía un pie en el despacho de su padre, en Lieberman EXC., sin embargo en cuanto atravesó las puertas del edificio, una asistente se pegó a sus talones, respondiendo inmediatamente a cada pregunta que le hacía.—¿El señor Wilson? —fue su última interrogante, y la mujer negó.—Está en un viaje de negocios hace dos días. Demorará otros dos en regresar.—Perfecto. Mi padre dijo que había algunos documentos que necesitaban ser firmados —quiso aclarar Jake y la asistente le abrió con deferencia la puerta del despacho principal.—Por supuesto. Están todos sobre la mesa. Si necesita alguna aclaración, estoy aquí para asistirlo. —La voz de la muchacha era extremadamente profesional, sin embargo Jake no pudo evitar sonreír cuando se sentó en l