Isabelle se sintió nerviosa cuando vio a Leandro entrar a la casa y avanzar hacia la sala. Estuvo a nada de bajar corriendo y llevarse a Alessandro con ella, pero se contuvo y esperó en silencio, viendo la reacción de Leandro. Él se había quedado quieto como una estatua, deseaba que él se girara y le diera una razón para no dejarle ver a su hijo, sin embargo, Leandro avanzó un paso y un vacío se abrió en la boca de su estómago. Padre e hijo, finalmente estaban juntos…Leandro se detuvo de nuevo, desde su posición pudo mirar el rostro de su hijo. Alessandro era… perfecto. Era la cosita más hermosa que jamás había visto y era suyo. Era sangre de su sangre y carne de su carne. ¿Cómo fue tan estúpido para dudarlo? ¿Cómo fue capaz de poner su vida en peligro por un error? Jamás iba a perdonárselo, así pasaran mil años, no iba a olvidarlo y esperaba poder compensar a su hijo por todas sus metidas de pata.—Señora —susurró casi sin voz. Estaba ahogado de emoción.Verónica se giró en su asien
Isabelle dejó a Alessandro en su cuna, haló la silla y se sentó a su lado. No supo cuánto tiempo pasó viendo a su hijo dormir, tenía una fuerte opresión en el pecho y las lágrimas fueron inevitables, recordando la confesión de su abuelo sobre el origen de su padre. Ella jamás se lo hubiese imaginado. Su abuela Verónica jamás hizo diferencias entre sus hijos, realmente amaba a su padre como si fuese su primogénito. ¿Cómo no amarla? A pesar de no llevar su sangre, su abuela la amaba y la veía como su pequeño tesoro.—Espero no estar equivocándome con tu padre, mi pequeño, pero no quiero negarte tu derecho a conocerlo y convivir con él —susurró, desviando la mirada del niño a los documentos del divorcio sobre el tocador. Leandro los había firmado, todo lo que tenía que hacer ahora era enviarlos de regreso al abogado para que iniciara los trámites ante un juez competente y esperar la resolución. Por un momento tuvo miedo de que las cosas no fueran fáciles y que él se negara a firmar, pero
—Leandro, ¿estás escuchándome? —preguntó Lía al darse cuenta de que estaba hablando como una perica sin tener la atención de su hermano.—Creo que sé dónde buscar a Isabelle —dijo con emoción.—¿Qué?—Isabelle debe estar en la ciudad de Guatemala y si no es ahí, será en Quetzaltenango —respondió.Lía respiró profundo.—No vayas a cometer una locura, Leandro. Dijimos que era mejor darle tiempo a Isabelle, los dos lo necesitan.—¿Más tiempo? ¡Hace dos meses que no la veo! —expresó, llamando la atención de la gente a su alrededor.—Dos meses no son suficientes para todo lo que pasó. No te precipites de nuevo.—No importa, Lía.—Así no conseguirás nada, Leandro, piensa mejor las cosas. Analiza la situación, recuerda que ahora tienes un trabajo y tienes que ser responsable.—No voy a acosarla, solo me conformaré con saber dónde y como está.—Espera a que la señora Santoro te llame, así tendrás una idea de lo que puedas esperar. Aprende a caminar, Leandro, ya has corrido antes y las cosas s
Isabelle miró la hora en su reloj, era tarde y aún tenía que volver a la oficina para recoger los documentos que había olvidado y que tenía que estudiar. Era un nuevo proyecto, el primero que estaba a su cargo, lo cual le generaba nerviosismo. Distraída como estaba, no se percató de la persona que venía en su dirección hasta que fue tarde y terminaron chocando.—¡Lo siento! —se disculpó Isabelle al ver a la joven en el piso. Con prontitud le ofreció una mano y la ayudó a ponerse de pie.—Estoy bien, no te preocupes, también fue mi culpa por no darme cuenta de tu presencia —se disculpó la muchacha.Isabelle le sonrió con amabilidad.—De verdad, ¿no te hiciste daño? —le preguntó y la muchacha negó.—Estoy bien y perdona, pero tengo que irme. Se me hace tarde para llegar al trabajo.—¿Puedo llevarte? —se ofreció Isabelle, era su manera de disculparse.—¿De verdad puedes hacerlo?—Claro, ¿vamos? —preguntó.La joven le sonrió y asintió, caminaron juntas hasta el estacionamiento. La joven s
Isabelle no podía explicar la opresión que sentía en el pecho cada vez que veía el sobre con la resolución del juez. Estaba divorciada de Leandro, pero… ¿por qué dolía? No tenía la menor idea. Tampoco quería pensarlo mucho, entre ellos no había nada más que dolor y resentimiento.«Te amo»No era verdad, Leandro estaba movido únicamente por el sentido de culpa, ahora que sabía que era inocente, quería disfrazarlo de amor. Eso era, el amor no podía haber nacido en medio de aquella tormenta que fue su matrimonio. No podía confiarse de Leandro, quien se atrevió a llevar a otra mujer a su casa y no quería pensar en la cantidad de veces que seguramente le hacía el amor. ¡No, no necesitaba esas imágenes en su cabeza! Lo mejor era guardar esos papeles donde no pudiera verlos y meterse a la cama y dormir. Eso fue lo que hizo, se levantó y metió los papeles en la última gaveta del closet, se metió a la cama y se dispuso a dormir. Mañana sería otro día, un nuevo día. Un nuevo comienzo.A la maña
Isabelle llegó a casa de sus abuelos el sábado al mediodía. No venía sola, Milena la acompañaba y la ayudaba con las cosas de Alessandro, pues no iban a volver hasta el domingo por la tarde.—¡Isabelle! —la emoción de Verónica al verla llegar le hizo sentir bonito. Isabelle tuvo ganas de llorar, la echaba de menos.—Abuela —la saludó con un abrazo y un beso antes de que Alessandro se robara todas las atenciones. Lo que retrasó la presentación de Milena. Una vez que la emoción y la euforia pasó. Isabelle la presentó como la niñera de Alessandro y su amiga. Era muy pronto para eso, pero ella tenía la sensación de que Milena era una buena chica, lo había sentido desde el principio.—Bienvenida, Milena —expresó Verónica con amabilidad.—Gracias, señora Santoro. Es un placer estar en su casa y cuidar de este pequeño. Apenas llevo un día y medio con él y se ha robado mi corazón.—Es algo natural en los hombres de mi familia —dijo ella orgullosa.Milena sonrió, ahora entendía por qué Isabelle
«¿Ser amiga de Leandro? ¿Era eso posible…?»—No te presiones, hija, pero piensa en lo mucho que eso puede ayudar a Alessandro. Él va creciendo y cuando menos te lo esperes será un niño grande y querrá explicaciones sobre ustedes.Isabelle tragó y miró a su abuela.—No lo sé, abuela, no creo que esté lista para mantener una relación cordial con él.—Es un consejo, hija, puedes tomarlo o desecharlo. Solo recuerda que los años no pasan en balde y, sobre todo, ten presente que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.Isabelle apartó la mirada y la dejó sobre el rostro de su hijo. Al ver el rastro de lágrimas que aún le humedecían las mejillas, se le encogió el corazón.—No voy a insistir, tú, mejor que nadie sabe lo que es mejor para ti y para el niño —comentó Verónica, sabiendo que estaba dejando la espinita en el corazón de su nieta. Ella no alababa las cosas que Leandro le hizo, tampoco las avalaba, pero algo le decía que ese par albergaba sentimientos románticos y ni siquiera se
Isabelle se movió entre las sábanas, tenía sueño, el cuerpo le dolía y no tenía ánimos de levantarse. Lamentablemente, no podía quedarse en la cama todo el día, tenía responsabilidades con la constructora, así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para salir de la cama.Ella abrió los ojos al darse cuenta de que los rayos del sol ya se filtraban por las pesadas cortinas. Tomó el celular para ver la hora y frunció el ceño al darse cuenta de que tenía un mensaje, otro del mismo remitente.Privado: Qué bonito es saberte cerca. Te deseo un día tan especial como tú. ¡Buenos días, mi amor!Isabelle dejó el móvil con cierto nerviosismo. Una vez se podían confundir, pero, ¿dos? Consideraba que no. Aunque, si lo pensaba mejor, nadie más que sus abuelos tenían su número telefónico, pensó en eso. Lo tenía Milena y también la gente de la oficina en caso de alguna emergencia. No, desde que pisó la constructora, su móvil dejó de ser personal, pero dudaba que esos mensajes fueran de alguien