LAURA JENNERSalimos los dos del coche mientras él lo aparca en el sótano. No puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara. Entramos en el ascensor cogidos de la mano. Pulsó el botón hasta su planta.—¿Estás bien?—, le oí preguntar.—Sí. ¿Por qué?—. Me quedé confusa al saber por qué me preguntaba eso.—Por nada. Es sólo que .... estás sonriendo y me coges de la mano. No es que no me guste. Me encanta. Pero, ¿es una broma?—, me preguntó mirándome divertido.—No. No lo es—, respondí tímidamente, sonrojada por no sé qué.—Ahora sí que te sonrojas—, dijo sonriendo satisfecho.—He dicho que tengo algo que contarte, ¿verdad?—Sí, ¿y este comportamiento está relacionado con ese algo?—Sí—, admití.—Entonces ese algo debe ser muy bueno—, dijo sonriendo también. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron con un tintineo. Entramos en su casa y me acompañó directamente a su habitación. Empecé a sentirme nerviosa por hablar las cosas con él.Vamos, Laura. Puedes hacerlo. Todo habrá t
LAURA JENNERSentí los rayos del sol caer sobre mi cara y abrí lentamente los ojos. Me froté los ojos mientras me ponía boca arriba en la cama. La habitación está llena de rayos de sol. Anoche lloré y me quedé dormida en mitad de la noche. Y de repente todo volvió a la normalidad. Me senté rápidamente en la cama y miré a mi lado. No estaba. Anoche le esperé, pero seguía sin venir.Me levanté de la cama y salí a buscarle.—¡Nate!—, le llamé mientras entraba en el salón.No contestó.—¡Nate! ¿Dónde estás?—, volví a llamar yendo a la cocina.Seguía sin contestar. Busqué por toda la casa.Seguía sin venir a casa. Me duele mucho. Todo es por mi culpa. Volví a la habitación y me quedé sentada en la cama pensando en cómo habían cambiado las cosas en sólo dos días. Sacudí la cabeza y me levanté para coger el teléfono y llamarle. Fui a la mesita de noche a por mi teléfono y allí encontré una nota. Fruncí el ceño y la cogí antes de leerla.Tengo que ir a París para un asunto importante. Me han
LAURA JENNER—Muchas gracias por ayudarme con tan poca antelación Román—, le agradezco mientras se sienta a mi lado en su avión privado.—De nada, guapa. Cualquier cosa por los dos—, me dijo dedicándome una pequeña sonrisa. —¿Qué ha pasado esta vez?—, me preguntó girando su cuerpo hacia mí. Miré la revista que tenía delante. Cuando le cuento esto a alguien, me siento tan avergonzada de mí misma. Si me hubiera dirigido a él y le hubiera preguntado qué pasó aquel día, ya estaríamos juntos.—Le dije la verdad.—¿Y?—Me dijo que debería haberle preguntado de qué iba la apuesta y haber hablado las cosas con él—, casi susurré.—Es verdad. Pero tampoco te culpo, porque entonces sólo tenías dieciséis años, cuando todos teníamos dieciocho—, bromeó. Odio que me digan eso. Me salté dos cursos porque sacaba buenas notas. Pero ahora le sonreí porque intentaba hacerme sonreír.—Basta—, le dije, y se echó a reír. Por alguna razón me reí con él. Después de un minuto los dos dejamos de reír.—¿Cómo va
NATANAEL DÍAZ—Lo firmaré. Pero quiero revisar todo el expediente antes de firmar el contrato con ustedes—, le dije a Rick, el director general de las empresas de madera dura.—Está bien. Tómate tu tiempo—, dijo poniéndose de pie junto conmigo.—Me despido entonces. Tengo cosas que hacer—, le dije asintiendo con la cabeza.—Es un placer hacer negocios con usted—, dijo dándome la mano.—Gracias—, le di la mano y salí de su despacho.Entré en el ascensor y estaba bajando cuando sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo y vi la identificación. Era Román.—¡Hola tío!—, dije al teléfono mientras me lo acercaba a la oreja al levantar la llamada. Las puertas del ascensor se abrieron y salí.—¡Eh, tío! ¿Dónde estás?—, me preguntó.—En París.—Ah, vale. ¿Cuándo volverás a casa?—No lo sé. El trato ya ha terminado aquí. Pensé que tardaría al menos dos días. Así que tal vez vuelva esta noche—, le expliqué.—¡No!—, dijo de repente. Fruncí el ceño mientras me sentaba en el asiento trasero del coche
LAURA JENNER—Nate—, le llamé mientras se giraba para mirarme. Caminé tímidamente hacia él mientras me recogía el pelo detrás de la oreja. Llevaba un vestido blanco cubierto casi por completo de lentejuelas plateadas. El dobladillo me llegaba unos centímetros por debajo del trasero y se me veía un poco el escote. El vestido se abrazaba a mi cuerpo y me quedaba bien ajustado. Me miró de pies a cabeza.—¡Estás jodidamente sexy! Ve a cambiarte ya!—, me ordenó. Le fulminé con la mirada por haberme ordenado. En cuanto vio mi expresión, su rostro se normalizó.—No me gusta—, le dije, levanté la cabeza y me acerqué a la mesa para coger mi bolsa.—Siento haberte pedido. Pero cámbiate, por favor—, me dijo suplicante.—No. Me gusta esto. Tú mismo has dicho que estoy...—, me cortó.—Sexy. Pero no quiero que otros hombres te vean así. ¿Dónde está tu bolso? Te elegiré el vestido para esta noche—, dijo yendo a por mi bolso.—Solo he traído poca ropa y este es el único vestido de fiesta. El otro que
LAURA JENNER—¿Qué me vas a obligar a hacer?—, le pregunté mientras estábamos en el ascensor para ir a su planta.—Eso lo sabré yo y lo averiguarás tú—, me dijo sonriendo.—Por favor—, le supliqué.—No. No te lo voy a decir—, dijo tirando de mí mientras el ascensor se detenía. Caminamos hasta su habitación y pasó una tarjeta para abrir la puerta. Entramos los dos. Se metió directamente en el armario y salió sin el traje. Se acercó a mí mientras se desabrochaba la camisa. Es tan caliente ver cómo se desabrocha. Me rodeó con la mano y me atrajo hacia él.—Nate—, susurré inspirando. Puso su nariz cerca de mi cuello y respiró un beso allí.—¿Por qué bailabas tan cerca de él?—, preguntó sabiendo la respuesta. Me chupó la piel. Gemí. —Realmente necesitas que te domestiquen—, susurró y se apartó de repente. —Quieres seducirme, ¿verdad?—, me preguntó. Le miré sorprendida.¿Tan evidente lo había hecho?—Entonces, sedúceme—, dijo y se sentó en la cama. Me quedé mirándole un miunte.—No. He aban
NATANAEL DÍAZAbrí los ojos al despertar y sentí que alguien se acurrucaba contra mí. Miré a mi lado y me encontré con una rubia que me resultaba familiar. Sus brazos sobre el pecho y los míos a su alrededor. Entonces me vino a la mente lo que pasó anoche. Una sonrisa se formó instantáneamente en mis labios.¿Sucedió realmente lo de anoche? ¡Por fin es mía!Me incliné hacia ella y le besé la cabeza. Le aparté el pelo de la cara y le acaricié el rostro. Ella se movió un poco. En su cara se formó un lindo ceño mientras seguía dormida. La miré fijamente recordando lo increíble que había sido la noche anterior.Tenía mi jersey. Significa que todos estos años ella no quería seguir adelante, a pesar de que trató de tener un novio. Sentí que se movía y giraba sobre su espalda, pero todavía la tenía en mis brazos. Abrió lentamente los ojos y miró al techo, luego se volvió para mirarme y sonrió. Yo le devolví la sonrisa.—Buenos días, pequeña—, la saludé, acercándola a mí.—Buenos días—, dijo,
NATANAEL DÍAZ—Mírate en el espejo—, le ordené. Abrió los ojos y se encontró con mis ojos en el espejo.—Nate—, jadeó de nuevo mientras le besaba el cuello y chupaba desde atrás.—Eres mía, pequeña. Tu cuerpo, tu alma, tu corazón, todo me pertenece a mí y sólo a mí—, le dije y la di la vuelta para besarle los labios.Le mordisqueé el labio inferior y abrió la boca al instante. Introduje mi lengua en su boca y nos besamos apasionadamente cuando sonó mi teléfono. Lo ignoré y la besé. Pero ella se apartó.—Deberías levantarlo, debe ser importante—, dijo, pero yo la acerqué más.—No. No lo es—, dije intentando besarla.—No Nate. Deberíamos parar. Ya sabes dónde va a parar. Acabo de bañarme. Hicimos el amor hace apenas una hora y también debemos irnos, ¿recuerdas?—, dijo deteniéndose al poner una mano en mi pecho.—Pero fue hace una hora—, compalé.—Descuelga la llamada. Debe ser importante—, dijo y se apartó de mí para mirarse en el espejo. Gruñí y salí a descolgar.—Hola—, dije malhumora