DIEZ AÑOS ANTESLAURA JENNER—Ven aquí—, me dijo mientras abría los brazos. Fui y le abracé. Me devolvió el abrazo mientras me acariciaba la espalda. Me separé y me dio un beso en la frente.—¿Papá?—, le pregunté por qué estaba tan emocionado.—Es como si fuera ayer cuando tenía tu cuerpecito en mis brazos y ya te estás graduando—, me dijo sonriendo. Yo sonreí y él me dio unas palmaditas en la cabeza.Los dos salimos y subimos a su coche. Me alegro de que papá esté aquí el día de mi graduación. Pronto llegamos a la escuela y recibí una llamada de Nate mientras aparcábamos el coche.—¿Nate?—, preguntó papá mientras miraba mi teléfono que estaba sonando. Asentí con la cabeza y contesté.—¡Hola!—, dije al teléfono.—¡Hola Baby! ¿dónde estás? ¿Has venido al colegio? ¿O estás de camino?—, preguntó rápidamente. Sonreí ante sus preguntas.—Acabamos de llegar. Hemos aparcado el coche—, le dije saliendo del coche. Papá también lo hizo y cerró las puertas.—Vale, estaré allí en un minuto—, dijo
DIEZ AÑOS ANTESLAURA JENNER—¿Sí papá?—, le pregunté saliendo de mis pensamientos mientras seguía sentado en el coche pensando en lo que había pasado hacía media hora. Me miró preocupado.—¿Estás bien?—, preguntó con la preocupación dibujada en su rostro. Aparté la mirada de él. No quiero mentir. Papá siempre se da cuenta.—No—, susurré mientras mis ojos volvían a llenarse de lágrimas.—Princesa, sea lo que sea puedes decírmelo. ¿Hizo algo Nate?—, preguntó como si se lo estuviera preguntando a una niña de cinco años. Nate. Su propio nombre me hace llorar. ¿Cómo puede hacerlo? ¿Cómo puede traicionarme así? ¿Era todo sexo para él? ¿Nunca le importaron mis sentimientos? Definitivamente no. Sentí la mano de mi padre en mi hombro, sacándome una vez más de mis pensamientos.—No papá. El no hizo nada. Sólo estoy muy triste porque nos vamos. Eso es todo—, me tapé. El camión que llevaba todo el equipaje se puso en marcha. Todas las cosas estaban empacadas cuando llegamos.—Oh mi niña. Ven aqu
DIEZ AÑOS ANTES NATANAEL DÍAZ—Parece que he ganado—, oí decir a Román desde detrás de mí. ¿Ganado? ¿De qué está hablando? Me doy la vuelta y le miro. Tiene una sonrisa de satisfacción en la cara mientras mira a César.—¿Ganar qué?—, pregunto confusa. Mis otros amigos también sonríen.—La apuesta—, dijo. La he ganado. No es que me siga importando. ¿Pero de qué está hablando? ¿Qué apuesta ha ganado?—¿Qué apuesta ganaste?—, le pregunté.—No, no es la apuesta entre tú y yo. Es una apuesta entre César y yo—, me explicó. Le miré con el ceño fruncido. ¿Una apuesta entre ellos?—¿De qué se trata?—, pregunté con curiosidad.—¿Por qué no lo dices Cesar?—, dijo Román y Cesar lo fulminó con la mirada antes de mirarme a mí.—Era una apuesta sobre si te enamorarías de Laura o no—, dijo. ¡¿Qué?!—¡¿Qué?!—, pregunté en voz alta.—Todo empezó antes incluso de que hiciéramos una apuesta—, dijo Román mirándome fríamente.—¡Román! Será mejor que me digas de qué va esta mierda!—, grité impacientándome.
LAURA JENNER—¡Me has asustado!—, dije poniéndome una mano en el pecho.—Lo siento—, se disculpó.—¿Qué haces en un baño de chicas?—Sólo quería hablar contigo.—¿Sobre qué?—, le pregunté.—De ti, de Nate y de la apuesta ....—, dijo dando un paso hacia mí.Aparté la mirada, sin saber qué decir.—Sé que no estás preparado para enfrentarte a mí, pero deberías afrontar la verdad.—Ah, sí. Ya sé la verdad. Hicisteis una estúpida apuesta que me involucraba. Sé que no se trata de mi virginidad, pero estoy segura de que al final se trata de romperme el corazón...—, me cortó.—¡No! ¡No se trata de romperte el corazón! Espera un momento. ¿Cómo sabes siquiera que teníamos una apuesta?—, preguntó mirándome.—Os oí hablar el día de la graduación.—¿Qué oíste?—¡Os oí hablar la noche anterior de que por fin lo íbamos a hacer! Así que, ¡supuse que se trataba de mi virginidad! Pensé que Nate me iba a romper el corazón, diciéndome que íbamos a romper o que me iba a poner en ridículo delante de vosotr
LAURA JENNERSalimos los dos del coche mientras él lo aparca en el sótano. No puedo evitar que se me dibuje una sonrisa en la cara. Entramos en el ascensor cogidos de la mano. Pulsó el botón hasta su planta.—¿Estás bien?—, le oí preguntar.—Sí. ¿Por qué?—. Me quedé confusa al saber por qué me preguntaba eso.—Por nada. Es sólo que .... estás sonriendo y me coges de la mano. No es que no me guste. Me encanta. Pero, ¿es una broma?—, me preguntó mirándome divertido.—No. No lo es—, respondí tímidamente, sonrojada por no sé qué.—Ahora sí que te sonrojas—, dijo sonriendo satisfecho.—He dicho que tengo algo que contarte, ¿verdad?—Sí, ¿y este comportamiento está relacionado con ese algo?—Sí—, admití.—Entonces ese algo debe ser muy bueno—, dijo sonriendo también. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron con un tintineo. Entramos en su casa y me acompañó directamente a su habitación. Empecé a sentirme nerviosa por hablar las cosas con él.Vamos, Laura. Puedes hacerlo. Todo habrá t
LAURA JENNERSentí los rayos del sol caer sobre mi cara y abrí lentamente los ojos. Me froté los ojos mientras me ponía boca arriba en la cama. La habitación está llena de rayos de sol. Anoche lloré y me quedé dormida en mitad de la noche. Y de repente todo volvió a la normalidad. Me senté rápidamente en la cama y miré a mi lado. No estaba. Anoche le esperé, pero seguía sin venir.Me levanté de la cama y salí a buscarle.—¡Nate!—, le llamé mientras entraba en el salón.No contestó.—¡Nate! ¿Dónde estás?—, volví a llamar yendo a la cocina.Seguía sin contestar. Busqué por toda la casa.Seguía sin venir a casa. Me duele mucho. Todo es por mi culpa. Volví a la habitación y me quedé sentada en la cama pensando en cómo habían cambiado las cosas en sólo dos días. Sacudí la cabeza y me levanté para coger el teléfono y llamarle. Fui a la mesita de noche a por mi teléfono y allí encontré una nota. Fruncí el ceño y la cogí antes de leerla.Tengo que ir a París para un asunto importante. Me han
LAURA JENNER—Muchas gracias por ayudarme con tan poca antelación Román—, le agradezco mientras se sienta a mi lado en su avión privado.—De nada, guapa. Cualquier cosa por los dos—, me dijo dedicándome una pequeña sonrisa. —¿Qué ha pasado esta vez?—, me preguntó girando su cuerpo hacia mí. Miré la revista que tenía delante. Cuando le cuento esto a alguien, me siento tan avergonzada de mí misma. Si me hubiera dirigido a él y le hubiera preguntado qué pasó aquel día, ya estaríamos juntos.—Le dije la verdad.—¿Y?—Me dijo que debería haberle preguntado de qué iba la apuesta y haber hablado las cosas con él—, casi susurré.—Es verdad. Pero tampoco te culpo, porque entonces sólo tenías dieciséis años, cuando todos teníamos dieciocho—, bromeó. Odio que me digan eso. Me salté dos cursos porque sacaba buenas notas. Pero ahora le sonreí porque intentaba hacerme sonreír.—Basta—, le dije, y se echó a reír. Por alguna razón me reí con él. Después de un minuto los dos dejamos de reír.—¿Cómo va
NATANAEL DÍAZ—Lo firmaré. Pero quiero revisar todo el expediente antes de firmar el contrato con ustedes—, le dije a Rick, el director general de las empresas de madera dura.—Está bien. Tómate tu tiempo—, dijo poniéndose de pie junto conmigo.—Me despido entonces. Tengo cosas que hacer—, le dije asintiendo con la cabeza.—Es un placer hacer negocios con usted—, dijo dándome la mano.—Gracias—, le di la mano y salí de su despacho.Entré en el ascensor y estaba bajando cuando sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo y vi la identificación. Era Román.—¡Hola tío!—, dije al teléfono mientras me lo acercaba a la oreja al levantar la llamada. Las puertas del ascensor se abrieron y salí.—¡Eh, tío! ¿Dónde estás?—, me preguntó.—En París.—Ah, vale. ¿Cuándo volverás a casa?—No lo sé. El trato ya ha terminado aquí. Pensé que tardaría al menos dos días. Así que tal vez vuelva esta noche—, le expliqué.—¡No!—, dijo de repente. Fruncí el ceño mientras me sentaba en el asiento trasero del coche