Capítulo XXXIV

La sensación de humedad hace que me remueva constantemente, hasta que finalmente abre los ojos encontrándome con una imagen memorable. Eizan se encontraba frente a mí con el cabello húmedo, al parecer acababa de salir de la ducha.

Me lanza la toalla logrando sobresaltarse y aún más cuando lo contemplo sin prenda alguna. El rubor en mis mejillas se extiende pero no precisamente por timidez o algo que se le asemeje.

— Ambos podemos jugar la misma carta caperucita.— Su voz logra ser como el canto de las sirenas para mí, atrayéndome a una trampa que probablemente será mortal para mí.

— Nada que no haya visto antes.— Miento descaradamente pues no le permitiría que su ego intentará sobrepasar los límites.

— Cuidado caperucita que puedes arder dentro de mi propio infierno.— Me advierte al mismo tiempo que la distancia entre nosotros se acorta.

— ¿O tú temes arder en el mío?— inquiero al mismo tiempo que arqueó una ceja. Lo había desafiado abiertamente y él era consciente de ello, sin verlo v
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