Aleksi aguardó por la respuesta bajo el manto de la noche, con la luz tenue de una solitaria lámpara pública como única testigo. Sus ojos no se apartaban de Beth, quien permanecía inmóvil, luchando contra el tumulto en su pecho; sabía que el lobo podía escuchar su acelerado corazón, lo que la llenaba de vergüenza.—Yo… —empezó, pero las siguientes palabras jamás llegaron.Aleksi respiró hondo, el aire frío llenando sus pulmones. La manera en que Beth evitaba mirarlo le dio la respuesta que tanto temía: aquella que nunca llegaría.—Debo irme —dijo él rompiendo el silencio cargado de tensión—. Probablemente Darragh querrá saber por qué su camioneta va camino a la chatarra.—Aleksi…Él retrocedió un paso y señaló la imponente mansión que se alzaba detrás de ella.—Entra, por favor. Me sentiré más tranquilo si te veo dentro.Beth asintió con rigidez. Sujetó con fuerza el tirante de su mochila, como si este pudiera darle el coraje que tanto necesitaba, y se encaminó hacia la entrada de su
—Eres hermosa, Elizabeth —confesó Aleksi con una voz seria y solemne—. Eres la mujer y la loba más hermosa que he visto en mi vida.Y mientras lo decía, supo que jamás había sido tan honesto como en ese momento. Aleksi encontraba a Beth preciosa en todos los sentidos. Su belleza física era evidente, pero lo que lo cautivaba era su alma: esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que lo hacía querer protegerla a toda costa. Sin embargo, ¿cómo podía hacer que ella entendiera eso?El corazón de Beth dio un vuelco. ¿Cómo era posible que Aleksi pensara eso de ella? Una parte de su ser quería creerle sin dudar, al punto de que una tímida sonrisa se dibujó en sus labios. Pero otra parte —la que había aprendido a desconfiar, la que aún cargaba las cicatrices del pasado— se negó a aceptar sus palabras como reales.Los ecos de las humillaciones de Oliver resonaron en su mente. Recordó las risas ahogadas de la manada cuando hacían comentarios crueles sobre su sobrepeso, las miradas de condescenden
El vínculo entre mates era increíblemente beneficioso para el combate, pero también para las cosas cotidianas. Por ejemplo, saber con exactitud cuál era el vestido del que Gianna se había enamorado en una tienda en Times Square, pero que no compró porque lo consideraba un lujo innecesario.Gianna había pensado en esa prenda durante días, lo que significaba que Darragh también. Aunque ella solo lo mencionó en voz alta una vez, el recuerdo del vestido persistía en su mente.Darragh lo conocía a la perfección: la caída de la tela, la textura delicada y el color exacto. Todo lo había visto a través de los pensamientos de Gianna, quien a veces se quedaba lavando platos más tiempo del necesario, perdida en ese deseo reprimido.Para el lobo, la situación era un poco graciosa. Gianna podía comprar el vestido sin problemas; tenía una extensión de su tarjeta de crédito y él jamás le cuestionaba sus gastos. Pero, para ser justos, Gianna siempre era muy precavida con sus compras y rara vez elegía
—¿Gianna? —preguntó el reflejo.La voz era alarmantemente similar a la suya, pero había algo extraño en el tono, algo que la hizo estremecer de pies a cabeza. Gianna retrocedió hasta que su espalda chocó contra los cubículos del baño, incapaz de apartar la mirada del espejo.»Gianna, ¿eres tú? —insistió la voz.Gianna abrió la boca, lista para gritar, pero el sonido no salió. Su mente era un caos. ¿Cómo llamaba a Darragh a través de su vínculo? ¿Solo debía pensarlo o hacer algo más? ¡No lo recordaba! El terror nublaba su juicio, paralizándola.El reflejo colocó las manos sobre el cristal, revelando unas palmas ásperas y llenas de cayos, como las suyas. ¡Era ella! Pero… ¿cómo era posible?»Gianna, escúchame, por favor —pidió la mujer en el espejo, su expresión una mezcla de urgencia y miedo—. ¡Tienen que escapar! ¿Entiendes? ¡No pueden celebrar la boda!La pelirroja quiso responder, pero sus labios temblorosos se lo impidieron. Miró detenidamente a la figura en el espejo: tenía el mism
Gianna no quería ir a esa fiesta, detestaba la simple idea de ver a los lobos de aquella manada que tanto daño le causaron desde que era una niña, pero, sobretodo, no deseaba ver a Darragh Ashbourne por nada del mundo.Que la Diosa Luna la protegiera de ver esos ojos plateados que parecían atravesarte el alma. La joven loba había logrado labrarse un humilde camino lejos de la manada de «La luna susurrante», la más antigua y poderosa del mundo, y no pensaba arrojarlo por la borda. Era como si ellos se hubieran olvidado de su existencia y no quería que eso cambiara. Gianna era feliz con su modesto trabajo en la cafetería que estaba debajo de su humilde departamento en Queens, Nueva York, ¿por qué arriesgar todo eso?Los recuerdos de aquellos tormentos continuaban adheridos en su memoria, así como en su piel; todavía poseía cicatrices de aquellas injusticias por las que tuvo que atravesar.«Darragh Ashbourne», pensó y su corazón se aceleró, pero no por la emoción, sino por la incertidum
Beth extendió los brazos para saludar a una de las chicas de la fiesta; esta chica respondió con efusividad a la rubia, pero dirigió una mirada despectiva a Gianna.—¿Qué hace «esa» aquí? —susurró la chica a Beth.—Darragh la invitó —contestó Beth con autosuficiencia.La mujer soltó un respingo y repasó con la mirada a Gianna, ¿cómo era posible que esa insignificante consiguiera una invitación personal del futuro líder de la manada?Gianna fingió no escuchar, estaba acostumbrada a los comentarios despectivos y que cuando se encontraba con la manada debía bajar la cabeza y aceptarlo; era su sitio. Si se atrevía a responderle podría terminar mal, muy mal; ya le había sucedido. Gia sabía pelear, pero ella sola contra diez o más lobos sería una masacre de la que no saldría viva.—Me asombra su buen corazón —agregó la joven—. Siempre pensando en los más necesitados.Gia escondió su sonrisa sarcástica con una copa de champagne. Darragh era un hijo de puta, ella lo sabía; Gia sabía muchas co
—Ya quisieras, Mark… ¡Yo nunca he hecho ninguna de las cosas que insinúas! —bramó Gianna, alarmada por semejantes acusaciones cuando todo lo que había hecho en su vida era tratar de pasar desapercibida.—¿Olvidas que yo te conozco mejor que todos? —gruñó él—. Fuiste el estorbo de mi familia, nos obligaron a cuidarte cuando tu manada te regaló y creciste en nuestro hogar.Era verdad. Gia creció en una casa de campo con la familia de Mark, aunque ellos sólo iban de forma esporádica. La loba pasaba más tiempo con los empleados del lugar que con ellos.Y Mark siempre quiso algo más con ella…—Los obligaron por ser de un nivel tan inferior —acusó Gia—. Eso no es mi culpa.La loba apartó la mano de Mark y se dispuso a marcharse, pero el lobo tiró de su brazo por la fuerza y la arrojó hacia la fuente. Ella trastabilló y logró recuperar el equilibrio antes de caer en el agua.—¡Recuerda tu posición, sucia comadreja! —gritó Mark—. ¡No puedes faltarme al respeto! ¡Soy tu superior y tienes que ob
Darragh aceptó con un ligero asentimiento, se jugaría el todo por el todo. Mostraría su momento más vulnerable frente a una de las pocas criaturas que alguna vez había estado cerca de herirlo de gravedad y que continuaba viva para contarlo.El lobo se deshizo del saco y Gia descubrió que tenía dos pistolas sujetas sobre el pecho; le entregó ambas a la mujer.—Tienen balas de plata, ¿sabes disparar?—Sí —afirmó ella y revisó que estuvieran cargadas—. Hazlo, lobo.Gia no retrocedió, sino que se quedó cerca.Darragh inició su transformación y Gia enmudeció; no todos tenían el honor de ver algo así, ella no. Jamás había visto a un lobo de la familia Ashbourne transformarse. La escena la erizó.Darragh cayó de rodillas; su piel comenzó a moverse como si algo reptara por arriba de los músculos. Los huesos del hombre crujieron, se rompían y movían en formas inhumanas. Su cabeza se desfiguró y comenzó a alargarse hasta formar el hocico del lobo.Gia contuvo la respiración. Eso dolía, lo sabía,