Por el rostro de la muchacha, Katherine dedujo que algo estaba pasando, que su primera intuición al entrar a la casa era correcta.—¡Hola, Alicia! —Daniel sonrió sin bajar a Katherine de sus bazos—. Parece que has visto un fantasma —bromeó.—¡Bájame! —Katherine masculló. El rostro de Alicia reflejaba miedo.¿Miedo de qué?—¿Sucedió algo? —Daniel dejó a su esposa con cuidado en el suelo. Tanto silencio por parte de la joven no le estaba dando buena espina.—Es solo que… —Alicia comenzó a tartamudear y sus ojos pasaban de Kat a él como buscando auxilio.—¿Qué? —Daniel estaba por perder la paciencia.—Daniel, ya déjala. Está nerviosa por el modo en que nos encontramos —Katherine intervino a favor de Alicia, si seguía con ese semblante le daría un ataque de ansiedad como mínimo.—No —él negó con la cabeza, esta vez perdiendo todo rastro de felicidad—, no es eso. ¿Qué pasó, Alicia? Tú no eres de quedar pasmada por nada.—¡Calma, Daniel! —Katherine le tomó de la mano. Nada más ver su rostro
Daniel respiró hondo, no podía culparla por mostrarse reticente, e incluso la entendía si lo mandaba a freír espárragos. A penas llegaban y ya debían enfrentarse a otro disparate de Ivette. Se paró detrás de la joven, sopesando qué decir.—Kat, confía —sus miradas se encontraron a través del espejo—. Confía en mí, no lo permitiré. —Se acuclilló a su lado obligándola a girarse para verlo.»Te amo. —Aquellos ojos azules, nobles y hermosos que la hacían naufragar sin temor, le confirmaban lo que decía—. Te amo y no permitiré que nada, que nadie te dañe.Ella acarició su rostro, recorriendo con parsimoniosa cautela sus facciones—. Te amo, Daniel y claro que sí, confío en ti. —Sonrió con franqueza y ambos sellaron aquella declaración con un beso.—Pues, bien. Lo primero que debo hacer es denunciar a esa… —resopló en frustración, recordarla no solo lo enervaba, sino que lo indisponía en todos los sentidos—, a Ivette.—No —Katherine fue muy concisa al decirlo—. No lo hagas, no quiero que ell
Al día siguiente de que la pareja regresara a su hogar, Katherine debía comenzar el nuevo semestre en la universidad, en cierta forma lo agradeció. Necesitaba salir de esa casa por el bien de su salud mental. No podía acercarse a la puerta de la habitación principal sin sentir que la sangre le hervía de rabia y aquel espeso amargor escociéndole en la garganta.Habían transcurrido solo pocas horas y todo permanecía vívido en su mente, el caos, las fotos, la frase en la pared, el dolor, la rabia y las lágrimas derramadas.Daniel la sorprendió a los pies de la escalera mirando en dirección al pasillo que conducía a la habitación. La observó negar con la cabeza y cerrar los ojos con evidente frustración.—No quedará rastros de lo que hizo —Daniel le aseguró tras aclararse la garganta.Ella pareció haber despertado de su letargo, lo miró con una sonrisa que no alcanzó a reflejarse en el cielo gris de sus ojos, intentaba ser optimista y aligerar la carga que sabía sería para su esposo un se
El sol comenzó a morir en el horizonte cuando Katherine regresó a la hacienda, luego de las clases había decidido pasar por la casa de su padre, pero ni él ni Anna se encontraban. Así que se retiró casi al llegar.Estuvo sonriente gran parte del día hasta que Fiorella apareció para importunar con sus comentarios malsanos. ***—¡Vaya, vaya! Apareció la novia fugitiva —bromeó con aquella irónica sonrisa, ya propia de ella.—Fiorella, querida te equivocaste de disfraz —Marian la miró displicente.—¿Disfraz? ¿A qué te refieres, ahora? —inquirió simulando no entender nada.—Al de perra —murmuró Marian mirando hacia otro lado, sin que ella le escuchase.—Fiorella, cariño. Sé que lo dices porque te preocupaba mi bienestar —Katherine sonrió con hipocresía.Estaba acostumbrada al juego de máscaras que debía emplear con las personas para aparentar que todo estaba bien. Con Fiorella era igual. No se explicaba por qué si tan mal le caía, ella continuaba en ese juego de los hip
Las cartas estaban echadas, las reglas eran difusas y cada quien debía intentar sobrevivir por sí solo. Ivette llegó a casa con esperanzas de venganza renovadas, porque el destino o la vida, lo que fuera estaba sonriéndole y entregándole oportunidades en bandeja de plata. No era que Fiorella le gustase, le resultaba fútil y estúpida, una niñata con pose de mujer fatal que le quedaba mediocre. Sin embargo, había aprendido que en la vida las oportunidades se aprovechaban sin miramientos. Más si estas llegaban a ella como dádivas en tiempos de oscuridad.—Es definitivo, hay quienes nacemos con suerte y a mí se me concede a menudo —canturreó con una amplia sonrisa en sus labios escarlata.—¿Dónde has estado metida durante estos días? —La voz de Ileana la tomó desprevenida.Respiró hondo, pretendiendo armarse de paciencia. No quería lidiar con los reclamos de su hermana, estaba hasta la coronilla de tener que rendirle cuentas como si fuera una adolescente.—Hermanita, ¿cómo has e
Katherine se encargó de preparar la cena para los dos, luego de que Marina desistiera de hacerlo. La mujer aceptó con una sonrisa, estaba feliz de ver que todo parecía volver a la normalidad y, sobre todo, después de reconocer que a ella le había vuelto el alma al cuerpo, tras ver a Daniel en casa. Esos jóvenes merecían ser felices después de un comienzo algo extraño y más luego de lo acontecido con aquella infame mujer. Daniel salió de la ducha y observó el cardenal ya visible que adornaba su costado derecho tras la caída. Le había pedido a los que se encontraban a su lado al momento del accidente, que no fueran a comentar que posterior al accidente había quedado inconsciente unos minutos. Eduardo se rehusó a ser cómplice de ello y solo aceptó a desgano con la condición de que debía ir al médico. En verdad, cuando su cuerpo comenzó a enfriarse, y tras la adrenalina haber bajado en su sistema, comenzó a sentir los dolores en la espalda y el costado derecho e incluso en las piernas,
Los siguientes quince días transcurrieron con visible normalidad mientras Daniel se recuperaba y Katherine iba a la universidad, ambos se veían antes de ella partir y cuando llegaba para la hora de la cena. Aunque eso no evitaba que permanecieran ansiosos, esperando a estar juntos de nuevo, y hablando por teléfono cada hora. Los primeros días, Daniel hizo caso, a duras penas, de no esforzarse en lo físico, no obstante, para el tercer día una vez que ella partió, él se había internado en la biblioteca a revisar el papeleo de la finca, que ambos dejaban pendiente por las noches. En la hacienda el trabajo no se detenía y, por ende, si no se daba el seguimiento correspondiente podrían acumularse los envíos del ganado y los cultivos. —No creas que no sé qué estuviste trabajando —Katherine lo acusó. —Ángel, ya estoy esforzándome bastante en permanecer sin hacer nada todos estos días. —Hum… Tal vez, soy quisquillosa, pero quiero que te lastimes más de lo que estás. —Lo miró a través del es
Daniel informó a Ileana sobre los últimos acontecimientos que involucraban a su hermana. No conciliaba con la idea de contar sus penas o sus problemas a las personas, su vida, antes y después de Katherine, siempre fue privada, aunque no lo pareciera por lo que se decía de su vida amorosa y libertina, lo cierto es que más se trataban de especulaciones que él alimentaba al no desmentirlas. Tras su desventura, algo que agradecía, vivió un ostracismo que lo alejó de todo, incluyendo a esas amistades que tenían en común. Amigos que desde entonces permanecieron en las sombras y que, ya querían conocer más de cerca a su hermosa esposa, «la joya Deveraux». «Así que tienes una lista grande de admiradores y un apodo muy tuyo, Ángel», pensó en cuanto recibió los halagos atribuidos a su esposa. —No sé qué decirte, Daniel. Esto se sale de mi control —Ileana afirmó mientras una lágrima se desplazaba por su mejilla. Él volvió a enfocarse en la conversación. Daniel buscó un pañuelo de papel y se lo