Katherine no se imaginaba lo que la noche le traía. Tal vez hubiera sido otra su reacción si se encontraba con otros ojos y no con esos que la miraban con una amenaza velada. Saludos, espero que estén disfrutando de esta historia. Besos
Katherine permaneció atónita ante la decisión de Daniel, su corazón se saltó un par de latidos antes de poder si quiera hablar. ¿Cómo es que después de haber resuelto alejarse de todo lo que él le provocaba, el destino algo bizarro los unía? Daniel salió con premura de la habitación, aunque pareciera que disfrutaría de la primera vez durmiendo junto a su esposa, la verdad es que ni elucubraba todo eso, jamás se lo imaginó, menos después de presentir que, quizá para ese instante, ella lo odiaba. Pero no podía dejarla sola, por muy valiente que ella se mostrara, no encontraría dormir sabiéndola en peligro. Tal vez fuera su deseo de estar a su lado lo que lo llevó a tal determinación, o quizá sí estaba volviendo a caer en el amor. Regresó con ropa de dormir y unas toallas. —¿Qué haces? —Quiso saber ella, observándolo sin entender cómo era que llegaba para instalarse en su habitación, sobre todo, al percatarse de que se deshacía de la ropa frente a ella sin ninguna inhibición. —¿Vas a
A la mañana siguiente, la claridad despertó a Katherine, por muy imposible que le parecía dormir con el granuja de Daniel Gossec, lo había conseguido, se podría decir que durmió «como un bebé...», y en su interior se encontraba agradecida por haber tenido el gesto de quedarse, aun cuando estar frente a él era enervante y exacerbante hasta el límite. Daniel contrastaba muchas veces con lo que decía y hacía. Poniendo cada escena en colación, podía notarlo en los detalles que tenía para con ella. La hizo sentir cómoda, a pesar de que en un principio las discusiones eran asiduas en ambos e incómodas. Aun así, le permitía establecer una zona de confort algo extraña, ya que no eran obligados a compartir el aire que respiraban, excepto a la hora de las comidas, o si por casualidad se encontraban en alguna parte de la hacienda. La noche anterior fue tan dulce al principio y luego tan bestia para rematar, que terminó odiándolo, no así, durmió gracias a su compañía que la hizo sentir segura, p
Katherine no era consciente de que se encontraba frente a él, vistiendo el pijama más sexi que tenía. Anna se lo regaló en su último cumpleaños. —¡Ángel! —Tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—: ¿Estás…? ¿Estás bien? —Claro, aunque hace unos minutos estaba más que bien, dispuesta a dormirme —protestó ella cruzada de brazos, haciendo que sus pechos se vieran más prominentes y, por ende, tentadores. Daniel tuvo que hacer un gran esfuerzo por no dejarse llevar por el deseo que comenzaba a despertarse en su entrepierna, tomarla entre besos fervientes y adentrarse con ella en la habitación. La deseaba y no se debía al extenso verano por el que estaba atravesando. «Piensa con la cabeza correcta». —Lamento no haber venido a comer contigo, debía arreglar un montón de cosas y supervisar otras… —Ella fingió que no le interesaba al fruncir el ceño. —No tienes que disculparte. —¿Estás molesta? —No. —Mintió. —¿Puedo pasar? —Claro que no. —Ella usó un tono desdeñoso. ¡Claro q
Katherine era más que consciente de que había una fuerza que tiraba de ella hacia Daniel, le hacía perder la noción del tiempo, se le olvidaba respirar, su corazón se saltaba tres latidos cada vez que lo sentía tan cerca. Su memoria no dejaba de atormentarla con imágenes de su cuerpo debajo de la alcachofa en la ducha. Sus brazos, su espalda, sus músculos, los glúteos, ¡por lo más sagrado en el cielo! Él logró colarse por su piel y calar hasta en los huesos. Tanto que aun cuando se hubo propuesto ignorarlo, evitarlo, mantenerse lejos de él, se sorprendía buscándolo entre la gente de la hacienda. Estaba mal, muy mal. Así que durante los días que él se mantenía ocupado con cada pormenor de la hacienda, ella decidió aprender a ser útil y convertir su miedo en valentía. —¿Está segura, señora? —Camilo inquirió sorprendido por su resolución. —Claro que lo estoy. ¿Acaso no me crees capaz? —arguyó ella con seriedad. —No, cómo cree. Es solo que…, bueno, no quiero que se accidente y luego,
Antes de regresar al comedor, Katherine marcó el número de celular de Anna Collins, si bien una de sus tristezas era sus nacientes sentimientos hacia Daniel, también estaba la angustia al no saber el paradero de Anna. Ella era la única persona que le importaba fuera de ese lugar. Allí, contrario a lo que en un primer momento sopesó que sería una cárcel, no se sentía una prisionera, Descubrió cuanto le maravillaba cada cosa que se hacía, el movimiento constante de las personas le otorgaba vida al lugar, a lo único que le temía era a lo que pudiera encontrarse mientras merodeaba por allí, ya Camilo le había advertido sobre ello. Su nana era la única en la que podía confiar en todo momento, ella de seguro le ayudaría a comprender esa montaña rusa emocional en la que se encontraba envuelta. Una vez más, la llamada se fue directo a buzón. —Anna, no pudiste haberte ido así. No puedes desaparecer de ese modo y si es por culpa de mi padre… ¡Argh! —mascullo a la vez que apretaba fuerte su te
Desde su última discusión, ninguno coincidió de nuevo, Katherine optó por almorzar en su habitación o no hacerlo a la hora correspondiente, aún le dolía el hecho de que, después del beso y los arrebatos de celos, él le propusiera ser amigos. ¿Amigos, de verdad proponía eso? Estaba molesta. Bueno, al parecer eso era ya una constante desde que comenzó la travesía de un matrimonio convenido con Daniel Gossec. Por fortuna, había decidido hacer algo útil durante su tiempo en ese lugar, al que comenzaba a querer demasiado, y del que acabaría marchándose luego de un año. Eduardo la miró sentada fuera de la casa, debajo de un frondoso árbol de Apamate cuyas flores vestían el suelo, haciéndola ver etérea, como si se encontrase sobre una nube de flores violetas. Sin dudas era hermosa, tenía justa razón Daniel de sentir celos de que otro como él, mirase a su mujer. —¡Hola, señora Gossec! —saludó con una sonrisa. Ella lo miró con ganas de perforarle el alma. —Muy chistoso, señor Dumont. —Torc
Daniel miró a su esposa rebelde sobre la yegua y por poco perece en el instante. Sí, sabía todo cuanto sucedía con ella. Era inevitable en todos los aspectos, la belleza, el carisma y su carácter influían en cualquiera que la conociese, si para él era como un ángel, para los que trabajaban dentro del Centinela, no era diferente.A donde quiera que fuera escuchaba palabras de asombro o encanto para con su esposa.«¿Ya viste a la esposa del patrón? Ella es ‘hermosa y dulce’, “la nueva señora es gentil” Un ángel que no debería estar en este lugar».Katherine era como el Sol, a donde fuera, todos la seguían con la mirada. Claro que escuchaba todo aquello, obvio que sentía celos, aun cuando lo negara con una vehemencia tal, que a ojos de expertos lo hiciera ver más culpable de una mentira más que de un castigo injusto.—¡Ay, Ángel! Tú y esa manía de ser tú que me atrae como imán —reflexionó montándose en el caballo.«Estúpido…, mil veces estúpido».—¿Ya juraste que me iba a detener? —Kathe
Katherine dejó el caballo a cargo de Camilo y se fue a casa, recogió su cabello en un moño alto y secó el sudor generado por el sol y la cabalgata con la manga de su camisa. Cuando tropezó con la osca mirada de Alicia. Por alguna razón, era más hostil de lo que acostumbraba y pasó por su lado murmurando algo ininteligible. —El doble de lo que me desees —murmuró, como si eso pudiera ser una defensa. Subió a su cuarto a darse una ducha. Había sábanas en la cama y cortinas nuevas, lo que más la descolocó fue el hecho de que estas tenían bordadas en el centro las iniciales de ella y Daniel. —¡Granuja! —masculló. Si él era el autor de eso, ya la estaba hartando. Recogió las sábanas y las arrojó al cesto de ropa sucia, buscó algunas en su clóset y se dedicó a vestir la cama. «Esto no es un matrimonio real, no hay amor». Entró a su baño y abrió el grifo de la bañera, vertió gel de ducha y buscó su albornoz, se detuvo un momento a pensar en su padre y lo que estaría haciendo. Él funcion