CAPÍTULO 4

Despierto debido al ruidoso sonido del teléfono que hay en mi mesita de noche, cuido que Erick no se vaya a despertar, no durmió muy bien en toda la madrugada por culpa de una fiebre repentina. No deberían estar llamando desde recepción a estas horas. Maldigo un par de veces antes de levantarme y responder con un tono de voz odioso mientras veo que ni siquiera son las seis de la mañana.

—¿Hola?

—Buen día señorita Sanders. Disculpe las molestias a estas horas, pero es que aquí se encuentra una mujer que alega ser su asistente personal. ¿La dejo pasar?

Abro los ojos de golpe y miro mi teléfono móvil con nerviosismo. ¿Y si es una trampa? ¿Y si viene a hacerme daño ese malvado?

—¿Señorita...? —El recepcionista insiste.

Suspiro exhausta y respondo:

—Yo bajaré, dile que espere.

Dejo el teléfono en su sitio para después ponerme un abrigo largo y peinar un poco mi cabello. No sé si me veo horrible a pleno amanecer. Antes de salir observo mi móvil de nuevo, así que me decido por revisarlo y me encuentro con la sorpresa de que el señor Jhonson me ha llamado en un par de ocasiones. ¿Acaso ese hombre no duerme?

Le regreso la llamada con un poco de enojo, pero luego eso se esfuma al escuchar su voz, firme y nítida que me hace poner un poco nerviosa. Se nota que él por lo menos ya tuvo la oportunidad de beber una taza de café. Me da los buenos días y luego dice que me enviará un mensaje con los datos de mi nueva asistente, solo eso dice antes de colgar.

Minutos después recibo la dichosa información junto con el nombre de la mujer. Guardo el teléfono y salgo de la habitación, tomo el ascensor rápidamente y llego a recepción, las puertas se abren de par en par dejando ver a una pequeña mujer como de un metro y medio luciendo unos bonitos zapatos de tacon, maquillaje impecable y ropa elegante.

—No esperaba menos... —susurro por lo bajo antes de caminar hacia ella —¿Señorita Donna Sáenz?

La mujer como de unos treinta años asiente mientras sonríe y me muestra un flamante carnet de Jhonson Wayne que deja ver su identificación como empleada. Suspiro dejando salir todo el aire retenido, ya que está todo en orden como puedo ver según la información que envió Jhon.

—Es un gusto conocerla Señorita Sanders. Es usted muy hermosa, los directivos no se han equivocado al elegirla como imagen. —Me tiende la mano.

Ante sus halagos sonrío levemente y le devuelvo el saludo con cautela.

—El gusto también es mío. Vamos arriba, allí podemos charlar mejor. —Le indico la dirección que lleva hacia el elevador.

Pero ella es audaz, se adelanta y comienza a buscar cosas en su bolso, luego marca el número de piso 8, en el cual se encuentra mi habitación. ¡Qué extraña! ¿O es que así se portan los asistentes?

Cuando llegamos a mi habitación, me pide la llave y entra. De inmediato se pone a limpiar y me pide que empaque mis cosas. Yo me quedo casi petrificada.

—¿Qué dice? ¿Y por qué? No haga tanto ruido, mi bebé está dormido... —La veo desenpolvar uno de mis libros—. Oiga, no toqu...

Respiro exhausta y me callo al ver que ni me escucha.

—Debo llevarla a su nuevo departamento, le va a encantar. Yo misma lo he decorado para usted. Ah, y la habitación del bebé es un sueño, cuando la vea no lo podrá creer —responde sonriente a la vez que limpia.

—Ese trabajo pueden hacerlo las empleadas del hotel, no es necesario que lo haga usted. —Le propongo.

—Mi trabajo es cuidar de usted...

Es lo último que menciona antes de empezar a informarme sobre mi apretada agenda de la próxima semana. Todavía me parece increíble que yo sea modelo y la imagen principal de una de las marcas de ropa más exitosas del mundo. Tendré que irme haciendo la idea del nuevo cambio en mi vida, y también soportar que esta mujer quiera hasta desempolvar mi trasero o quitar las motas de mi saco...

Empaco en silencio mis cosas en la maleta, cargo a Erick y me dejo guiar por ella. Es en serio, no han pasado ni dos horas y ya no soporto que quiera controlarlo todo como si fuera una todopoderosa. El chófer no permite que abra la puerta y lo hace él mismo, ella guarda mis cosas en la cajuela y mira hacia ambos lados como corroborando que no hayan moros en la costa. Me pregunto qué le sucede.

Nos movilizamos entre las calles hasta llegar a un bonito conjunto residencial que está casi a las afueras de Londres, exactamente a menos de una hora. Me imagino que aquí debe ser el lugar donde viviré ahora. Los edificios tienen diseños minimalistas: muy blanco todo, prolijo y poco decorado. Es muy silencioso, solo se escucha el canto de unas cuantas aves y no hay nadie caminando. Demasiada seguridad y privacidad.

—Aquí no hay oportunidad para los paparazzi chismosos, así que no se preocupe por escándalos. —Donna suelta una pequeña risita.

—¿Paparazzi? ¿Por qué me buscarían los paparazzi a mí, si no soy famosa? —río sarcástica.

—Pero lo será, y muy pronto. Sígame...

Se adelanta y me deja sintiendo un poco de nervios. Creo que nunca estaré lista para eso.

Nos anunciamos en la recepción, es muy parecido a un hotel cinco estrellas. Me entregan mis llaves, una tarjeta y la clave temporal de la puerta. Tomamos el ascensor, en el piso quince se abren las puertas, solo hay un único departamento. Me quedo de pie ante la puerta, Donna toma las llaves de mis manos y es quien abre. Ante tanta belleza me quedo casi babeando. ¡Tengo un piso completo para mí hijo y para mí! El lugar es precioso y tan femenino, con cojines rosa, cuadros de pinturas abstractas, un sofá tan grande como una cama matrimonial; una cocina completa, balcón perfecto...

—Y espere cuando vea su habitación.

Dejo todo lo que estoy mirando y camino hacia el fondo del pasillo, allí hay una puerta corrediza de color miel. La abro y dejo ver una gran cama con sábanas de seda, cojines, un mini estudio de maquillaje a un lado, un cuarto de baño hacia el fondo y a mano derecha hay otra puerta que lleva hacia otra habitación. Cuando entro allí descubro que mi guardarropa es inmenso y está repleto de ropa, zapatos, accesorios... ¡Parece una tienda!

—Es... Es increíble, jamás había visto tanta ropa en mi vida... —susurro por lo bajo, pero tengo que cerrar la boca al notar una leve sonrisa en los labios de mi asistente.

No quiero que se note que viví casi toda mi vida como una ermitaña encerrada en ese horrible orfanato.

—La habitación del bebé se encuentra al lado, vamos.

—Wow... Es preciosa, a mi bebé le encantará...

Erick corre hacia una gran cama-cuna de color celeste y rápidamente se acuesta a jugar con sus nuevos juegues que se encuentran ahí dentro. Parece la cuna de un príncipe. La habitación es amplia, tiene una cómoda grande, closet y adornos infantiles en las paredes. También hay una mecedora, un cambiador y una pista de tren de juguete.

—Muy bien... Organice sus cosas, desayune y descanse un poco si gusta. Tiene un almuerzo con los directivos hoy a la una de la tarde. Con permiso señorita, si se le ofrece algo solo hábleme y yo vendré.

Donna se retira después de regalarme una sonrisa y cerrar la puerta tras de sí.

Suspiro cansada y me recuesto sobre la mecedora, ya no tengo sueño, no puedo parar de pensar y pensar en todo. Pero después de terminar con mis necios pensamientos me levanto y con mucha pena comienzo mi día.

He decidido vestirme con un atuendo elegante: llevo puesto unos zapatos de tacon altos, pantalón clásico con botas anchas, una blusa de tirantes y un abrigo oscuro y largo sobre mis hombros. Acompaño todo con un bolso pequeño negro, cabello suelto con ondas y maquillaje ligero. Tomo mi paraguas, pero mi asistente rápidamente me hace dejarlo alegando que yo ya tengo chófer y las lluvias diarias de Londres no me tomarán por sorpresa de nuevo en la calle. Es cierto que tiene razón, pero aún así no es fácil dejar las viejas costumbres de un día para otro.

De camino a la agencia dejo a mi niño en la guardería. Mi teléfono vibra de forma insistente, así que respondo al número desconocido de siempre, esas llamadas que terminan de oscurecer mi día mucho más de lo que ya estaba.

—Hola... —casi susurro, no quiero que escuchen.

—¿Cuando me vas a pagar? —El hombre me habla de forma amenazante.

—¿Y ahora qué hice? Déjame en paz —susurro de nuevo, casi implorando.

—Te quedan pocos días, recuerda que si no me pagas, ya sabes...

—Lo sé. Adiós.

El pitido insistente que indica la llamada terminada es lo único que me saca de mi letargo.

Pongo ambas manos sobre mi estómago, he comenzado a sentir ese dolor que deja el nerviosismo. No quiero estar en esa agencia, no quiero ver a nadie, no quiero estar aquí. Pero el anuncio de Donna termina por destrozar mis nervios.

—Señorita, hemos llegado...

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