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Al día siguiente, Mora fue dada de alta. La alegría en su rostro era innegable, pero sus ojos reflejaban el agotamiento de los últimos días.Darrel, siempre atento a cada detalle, no escatimó en esfuerzos y adquirió dos incubadoras de última generación para que sus pequeñas pudieran estar en casa bajo los cuidados recomendados por el pediatra.Aunque las niñas aún necesitaban permanecer en incubadoras por al menos dos semanas, estar juntas en el hogar era un consuelo invaluable para ambos.La casa, adornada con flores frescas y delicados detalles, parecía irradiar calidez.Sin embargo, Mora apenas podía disfrutarlo. Cada paso que daba hacia las incubadoras la llenaba de un torrente de amor y miedo.Quería abrazar a sus hijas, sentirlas más cerca, pero sabía que debía ser paciente.Dos enfermeras la ayudaban constantemente, pero ninguna presencia era tan reconfortante como la de Darrel, quien no se apartaba de su lado ni por un instante.Los días transcurrieron, y todo parecía calmo en
Darrel estacionó frente al edificio de Bernardo con las manos aferradas al volante, sus nudillos blancos por la fuerza con que apretaba. Su respiración era irregular, un torbellino de emociones lo consumía: rabia, traición, impotencia. Bajó del auto y avanzó hacia la entrada, ignorando los intentos del portero de detenerlo. Nada iba a interponerse entre él y el hombre que había osado amenazar la estabilidad de su familia.Llegó al departamento y golpeó la puerta con fuerza, un trueno que retumbó en el pasillo vacío. Bernardo abrió, desconcertado al principio, pero antes de poder decir una palabra, Darrel descargó toda su furia con un puñetazo directo a su rostro.—¡Déjanos en paz! —gritó Darrel, su voz cargada de furia y desesperación—. ¿Qué quieres de mí? ¿Tengo que matarte para que te detengas?Bernardo cayó al suelo, aturdido, llevándose una mano a la nariz, que sangraba profusamente.Con esfuerzo, levantó la cabeza para mirar a Darrel, pero este ya lo había sujetado del cuello de l
En la calle.Darrel se arrodilló en la acera, su corazón palpitando con violencia mientras veía el cuerpo inerte de Bernardo en el suelo. La sangre parecía un charco interminable alrededor de su cabeza. Alrededor, los murmullos crecían, mezclándose con los sollozos de los curiosos y los gritos de quienes intentaban ayudar.—¿Él lo empujó? —preguntó alguien en voz alta, señalándolo con un dedo acusador.Darrel alzó la mirada, sus ojos llenos de terror. Antes de que pudiera responder, el automovilista, un hombre de mediana edad, alzó ambas manos, negando rápidamente.—¡No! ¡Nadie lo empujó! —gritó, desesperado—. Este hombre… dio un paso directo a la calle. Intenté frenar, pero no pude. Además… ¡Ahí hay una cámara! Esa cámara grabó todo.Darrel no podía moverse; el peso de la culpa, aunque sabía que no era responsable, se apoderaba de él como un veneno. Entonces, una voz femenina rompió el caos:—¡Está vivo! ¡El hombre sigue vivo!Una ambulancia llegó, y los paramédicos corrieron hacia Be
Cuando Darrel llegó a casa, el peso de la culpa lo aplastaba con cada paso.Sus pensamientos se repetían como un eco interminable:«Si no hubiese ido, si tan solo hubiera hecho las cosas de otra manera...» Apenas cruzó la puerta, se detuvo, incapaz de avanzar, hasta que sintió los brazos de Mora rodearlo con fuerza.Su calidez lo sacó momentáneamente de ese pozo de desesperación.—¿Lo sabes? —preguntó él, con la voz quebrada, incapaz de mirarla a los ojos.Ella asintió despacio, acariciándole el rostro con ternura.—Sí, lo sé. —Su tono era sereno, pero firme—. Y también sé que esto no es tu culpa, Darrel. Fue un accidente, algo que ninguno de los dos podía prever. No permitas que la culpa te haga pensar que tú eres el culpable.Él no pudo contenerse más. Se derrumbó en sus brazos, dejando escapar un sollozo ahogado.—Lo sé —murmuró, con las palabras apenas saliendo entrecortadas—, pero me duele tanto... No quería esto, Mora. Actué por impulso, si no hubiera ido...Mora le tomó el ros
Cecilia observó a Dylan y Máximo salir del hospital.Habían sido generosos, más de lo que ella jamás habría esperado, especialmente considerando el daño que Bernardo había causado.Prometieron ayudarla si necesitaba más apoyo con su hijo, pero ella no podía aceptarlo.No después de todo lo que Bernardo había hecho. La vergüenza pesaba en su pecho como una losa.Al regresar a la habitación, su corazón se quebró al verlo.Bernardo, conectado a innumerables cables, parecía tan frágil, reducido a una sombra del hombre que había sido.Su rostro estaba pálido, sus labios secos, y su respiración era apenas un susurro.Cecilia sollozó en silencio, quedándose de pie al borde de la cama. Él no despertó, ni siquiera pareció percibir su presencia.Mientras lo observaba, la culpa la devoraba. ¿Dónde había fallado como madre?¿Qué había hecho para criar a un hombre tan lleno de odio y resentimiento?Pensó en cómo Yolanda había plantado esas semillas de venganza en el corazón de su hijo, pero sabía
Darrel apretó los puños con fuerza.La noticia sobre Bernardo lo dejó inmóvil, como si una losa se hubiera instalado en su pecho.Nunca había esperado que la desgracia fuese tan grande, ni que el destino pudiera ser tan cruel, incluso con alguien como él.No era compasión lo que sentía, sino una profunda tristeza que lo carcomía por dentro.Bernardo había sido su enemigo, su tormento constante, pero incluso ahora, Darrel no podía encontrar espacio en su corazón para el odio.Respiró profundamente, intentando mantener la calma, pero su voz tembló al hablar.—Aun así, papá... —murmuró, su mirada fija en el suelo—, no puedo evitar sentirme culpable. Tal vez, si hubiera hecho algo... si lo hubiera detenido antes...Dylan, percibiendo la lucha interna de su hijo, dio un paso adelante y colocó ambas manos firmemente sobre sus hombros.Su voz, aunque serena, estaba cargada de una mezcla de amor y autoridad.—¡No, Darrel! Escúchame bien. Esto no es tu culpa. Bernardo eligió cada uno de sus pa
La familia estaba reunida en el cálido salón principal.A pesar de los intentos por mantener la calma, la tensión se sentía en el aire. Los murmullos eran apagados y las miradas inquietas.Entonces, la puerta se abrió, y Alma y Salvador entraron juntos, tomados de la mano.Ambos tenían una sonrisa radiante y un brillo especial en los ojos que desbordaba felicidad.—¡Nuestro bebé está completamente sano! —exclamó Alma con voz llena de emoción, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.Un suspiro colectivo recorrió la sala. Las expresiones de angustia se transformaron en sonrisas llenas de alivio.Suzy, fue la primera en reaccionar. Cruzó la sala con rapidez y envolvió a su hija en un abrazo firme y reconfortante, estaba tan feliz de que el temor hubiese pasado y ahora todo fuese felicidad.—Mi niña… —susurró Suzy, dejando escapar un sollozo.Alma, aún abrazada a su madre, hizo un gesto para llamar la atención de todos. Su mano descansó con delicadeza sobre su vientre, y su voz
Darrel extendió su mano y ayudó a Cecilia a levantarse del suelo. No podía permitir que una madre se humillara de esa manera, por muy complejo que fuera el motivo.La culpa lo golpeó de nuevo como una ola implacable, recordándole los eventos pasados.Miró a su esposa, quien parecía debatirse internamente.Ambos estaban atrapados en un torbellino de emociones y no tenían claro qué hacer.—¿Qué crees que debo hacer? —preguntó Mora, buscando en los ojos de Darrel una guía, una respuesta que ella misma no podía encontrar.Él tomó su mano con ternura, acariciándola mientras sus ojos se llenaban de empatía.—No lo sé, amor —respondió con honestidad—. Pero lo que sea que dicte tu corazón, será lo correcto. Yo siempre estaré contigo, pase lo que pase.Mora desvió la mirada hacia sus hijas, que dormían tranquilas en el carrito, ajenas a todo el dolor que el mundo podía ofrecer. Esa imagen le dio un breve momento de calma.Respiró hondo, como si ese aliento le diera el valor necesario para toma