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Dylan colgó la llamada, pero su mano temblaba ligeramente al hacerlo.Una sonrisa nerviosa se dibujó en su rostro, forzada, como si intentara convencerse a sí mismo de que todo estaba bajo control.Marella lo abrazó por detrás, apoyando la cabeza en su hombro, percibiendo esa leve tensión en su cuerpo.—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad, sus ojos buscando los de él.Dylan respiró hondo, apartando el teléfono. Miró, a su alrededor, el eco de la velada seguía retumbando, el ruido de los invitados apenas perceptible detrás de la puerta cerrada. Suspiró.—No estoy tan feliz como quisiera —dijo al fin, girándose hacia ella con una expresión grave—. Eduardo y Glinda... arruinan todo.Marella lo miró sorprendida por la franqueza en su voz. Antes de que pudiera responder, Dylan tomó su mano con decisión.—Entonces vámonos ya.—¿Irnos? ¿Así, sin más? —susurró Marella, confundida, aunque había algo en sus ojos que delataba un atisbo de alivio.Dylan asintió con firmeza. No necesitaba nada más es
Dylan no soportó verla tan rota. Se acercó a ella rápidamente, la tomó por los hombros y la giró hacia él.—¡Mírame, Marella! —exclamó con intensidad, sus ojos fijos en los de ella—. Nada ni nadie nos va a separar. Tú eres mi familia, tú eres mi hogar. Nada de esto cambia eso.—Pero… —intentó protestar.Él no la dejó continuar. Acercó sus labios a los de ella, sellando sus dudas con un beso cargado de amor y desesperación.—Si es mi hijo, lo reconoceré. No seré como mi padre, no cometeré los mismos errores. Pero eso no cambiará lo que siento por ti —dijo con firmeza, acariciando su rostro—. Tú eres mi todo, Marella. Nada, ni siquiera esto, nos separará.Marella se derrumbó en sus brazos, sollozando.Pero en medio de su dolor, también sintió algo más: una chispa de esperanza. Lo abrazó con fuerza, prometiéndose qué juntos enfrentarían lo que viniera.—Si ese niño es tuyo, yo lo aceptaré —dijo finalmente, levantando la vista para mirarlo—. No puedo ser su madre, pero prometo amarlo como
Yolanda y Eduardo permanecieron inmóviles, la presencia de Glinda irradiaba una mezcla de furia y vulnerabilidad.Pero Eduardo fue el primero en reaccionar, recuperando su habitual temple frío.—No te metas en esto, Glinda. Ella se adelantó, temblando de rabia.—¿Que no me meta? ¿Así que tienes un hijo bastardo con otra mujer, pero yo debo quedarme callada? ¿Ese es tu gran plan, Eduardo? ¡Humillarme frente a todos! —Su voz resonó como una bofetada.Antes de que Eduardo pudiera responder, Yolanda alzó la mano y abofeteó a Glinda con tal fuerza que el eco del golpe pareció detener el tiempo en la habitación.—¡No te entrometas en lo que no te incumbe! —gritó Yolanda, su rostro, una máscara de desprecio—. Tu única tarea es parir a un hijo sano para la familia Aragón, ¡nada más!Glinda, con lágrimas desbordándose de sus ojos, miró desesperada hacia Eduardo, buscando en su mirada algún vestigio de apoyo.—¿Eduardo? ¿De verdad vas a permitir esto? ¿Vas a dejar que me humillen de esta manera
Cuando Dylan llegó a casa esa noche, las luces del dormitorio eran cálidas y suaves. Allí estaba Marella, profundamente dormida, su rostro sereno como si el mundo fuera un lugar pacífico y seguro.Él la miró durante largos minutos, sintiendo una mezcla de amor y envidia. ¿Cómo podía ella mantenerse tan ajena al caos que carcomía su alma?Con cuidado, Dylan se recostó a su lado, deslizando un brazo alrededor de ella.La abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera absorber algo de su calma. Apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, pero el torbellino de pensamientos no lo dejó descansar.«Marella, no lo puedo creer», pensó, mientras su garganta se cerraba por la rabia contenida.«Eduardo no es mi hermano. Nunca lo fue. ¿Cómo lo confesaré todo? ¿Cómo enfrentaré a mi padre después de descubrir que el hombre al que dedicó la mitad de su vida ni siquiera llevaba su sangre?»Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. No intentó detenerlas; necesitaba sentir ese dolor, dejar que
Marella se tensó al escuchar aquellas palabras, su rostro reflejando una mezcla rabia—¿Qué está diciendo? —susurró el abuelo, mirando a Dylan, buscando desesperadamente una negación, una explicación, algo que desmintiera esa acusación.Dylan, aún paralizado, finalmente rompió el silencio.—Esto no es cierto… —dijo, con la voz firme pero enojada. Luego giró hacia Cecilia, sus ojos llenos de una furia contenida—¡¿Qué estás haciendo aquí, Cecilia?!Cecilia alzó el mentón, aunque había un leve temblor en su voz.—Estoy aquí porque este es tu hijo, y debes hacerte responsable. No tengo nada más que decir.Eduardo dio un paso al frente, colocando una mano sobre el hombro de Cecilia, como si fuera su marioneta.—¿Ves, abuelo? Siempre supe que Dylan no era el hombre perfecto que aparentaba ser. Ocultó esto durante años.Santiago se levantó lentamente, golpeando la mesa con ambas manos, su rostro lleno de indignación.—¡Eduardo, basta con tus juegos! —gruñó, aunque sus ojos se movieron hacia
—¡Cállate, Dylan! ¡Basta de envenenar esta familia! —rugió Máximo, su voz, como un latigazo que atravesó la sala, mientras sus puños temblaban de furia.Dylan, desde el suelo, se limpió con el dorso de la mano, la sangre que corría por la comisura de sus labios.Se levantó lentamente, con una sonrisa amarga que no alcanzaba a esconder el dolor en sus ojos.—¿Yo? —respondió con una voz cargada de sarcasmo y rabia—. No soy quien la ha envenenado, padre. La verdad lo hizo.El silencio que siguió fue tan denso que parecía ahogar a todos los presentes. Dylan dejó que sus palabras calaran, que el peso de su acusación llenara el aire como una tormenta inminente.—Criaste a un bastardo —continuó, mirando directamente a Máximo con ojos que brillaban con una mezcla de desprecio y desafío—. Y te enamoraste de una mujerzuela.La declaración fue como un rayo que partió en dos el ambiente.Yolanda, al escuchar esas palabras, dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho. Eduardo se levantó brusc
Santiago tocó su frente con una mano temblorosa, un mareo lo invadía mientras sus piernas parecían ceder. Dylan apenas tuvo tiempo de sostenerlo antes de que colapsara por completo.—¡Abuelo! —gritó, con el pánico, apoderándose de su voz.—Estoy bien, hijo, por favor... ayúdame a ir a mi habitación —logró decir Santiago con esfuerzo.Dylan asintió, sujeta a su abuelo con cuidado y lo llevó hasta la habitación. Apenas lo recostó en la cama, llamó al médico. La espera se sintió eterna, pero al cabo de unas horas, un doctor llegó y examinó a Santiago minuciosamente.—Tiene la presión alta —informó el médico con un tono profesional pero preocupado—. Le hemos administrado medicamento, pero será crucial mantenerlo en reposo y evitarle cualquier tipo de estrés. Debemos tener paciencia.Dylan asintió en silencio mientras miraba a su abuelo, cuyo rostro ahora parecía más pálido y frágil. El médico se retiró tras asegurarse de que todo estaba bajo control, y poco después Santiago cayó en un sueñ
Yolanda, con el rostro lleno de determinación y algo de temor, extendió un cepillo de dientes hacia su esposo, era el cepillo de dientes de Eduardo para la prueba de paternidad.—Si estuviera mintiendo, ¿haría esto? —exclamó, su voz entrecortada por los nervios—. ¡Eduardo es tu hijo, Máximo! ¡Lo juro por lo que más quiero en este mundo!Máximo, atrapado entre la duda y la desesperación, la miró fijamente antes de ceder. Su expresión suavizó mientras la tomaba de los hombros y la abrazaba.—Esto no debería estar pasando... Esto es culpa de Dylan. No puedo creer que mi propio hijo sea capaz de cosas tan crueles —susurró con rabia contenida.Yolanda se aferró a él como si dependiera de ese abrazo para sostenerse.—¡Te lo dije! —gritó, casi histérica—. Dylan haría cualquier cosa para destruirme... para vengarse de mí. ¡Es culpa de él y de esa mujer, Miranda! Ellos siempre han querido hundirme.Sin más palabras, ambos se dirigieron al laboratorio. Allí se realizó la prueba, y aunque el ambi