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Yolanda, con el rostro lleno de determinación y algo de temor, extendió un cepillo de dientes hacia su esposo, era el cepillo de dientes de Eduardo para la prueba de paternidad.—Si estuviera mintiendo, ¿haría esto? —exclamó, su voz entrecortada por los nervios—. ¡Eduardo es tu hijo, Máximo! ¡Lo juro por lo que más quiero en este mundo!Máximo, atrapado entre la duda y la desesperación, la miró fijamente antes de ceder. Su expresión suavizó mientras la tomaba de los hombros y la abrazaba.—Esto no debería estar pasando... Esto es culpa de Dylan. No puedo creer que mi propio hijo sea capaz de cosas tan crueles —susurró con rabia contenida.Yolanda se aferró a él como si dependiera de ese abrazo para sostenerse.—¡Te lo dije! —gritó, casi histérica—. Dylan haría cualquier cosa para destruirme... para vengarse de mí. ¡Es culpa de él y de esa mujer, Miranda! Ellos siempre han querido hundirme.Sin más palabras, ambos se dirigieron al laboratorio. Allí se realizó la prueba, y aunque el ambi
—¡Es mentira! ¡Mi hijo es incapaz de lastimar a una mujer! —gritó Yolanda, su voz cargada de rabia y desesperación.Marella soltó una risa seca, amarga, que resonó en el aire como una sentencia.Dylan apartó los ojos de Yolanda para mirar a Cecilia. Ella, con el rostro bañado en lágrimas, se aferraba al borde de la mesa, suplicante.—¡Te lo juro, Dylan! —gimió—. No quería, no quería engañarte...El rostro de Dylan permaneció frío, impenetrable.—No te creo —dijo, con una calma que dolía más que cualquier grito—. Lo hiciste. Me engañaste, me lastimaste, y eso no tiene perdón. Ahora vete. Lucha por darle a tu hijo un buen padre, porque es lo único que puedes hacer por él.Cecilia bajó la mirada, como si cada palabra de Dylan la aplastara. Con un sollozo desgarrador, huyó de la habitación, dejando tras de sí un eco de vergüenza y arrepentimiento.En el silencio que quedó, Dylan buscó a Marella. Extendió su mano hacia ella, y cuando ella la tomó, algo dentro de él se calmó. Era lo que nece
Las palabras no hicieron más que alimentar la decepción en los ojos de Máximo.Soltó a Eduardo con un empujón que lo hizo tambalearse, y luego, sin pensarlo dos veces, levantó la mano y le propinó una bofetada sonora.—¡Imbécil! —bramó, con la voz quebrada por la rabia—. ¡Me has decepcionado tanto!Eduardo se llevó la mano al rostro, no solo por el dolor físico, sino porque las palabras de su padre lo aplastaron como una condena.Máximo dio media vuelta, respirando agitadamente, mientras Yolanda observaba desde la puerta con lágrimas en los ojos, sin atreverse a intervenir.***Más tarde, esa noche, Dylan buscó a su madre. La encontró en el jardín, con los ojos hinchados por el llanto. Él sabía que había una conversación pendiente, una verdad que había sido enterrada por demasiado tiempo.—¿Por qué, mamá? —preguntó Dylan, su tono cargado de dolor—. ¿Por qué me lo ocultaste?Miranda levantó la vista, y sus lágrimas volvieron a brotar al enfrentarse a la mirada de su hijo.—Tenía miedo,
Cuando Eduardo y Máximo regresaron al departamento, encontraron a Yolanda sosteniendo a un niño pequeño, de no más de tres años.El niño, se escondía tímidamente en el cuello de Yolanda, como si percibiera la tensión en el ambiente.Eduardo se detuvo en seco, sus ojos se clavaron en el niño con una mezcla de confusión y repulsión.Máximo, por su parte, observó al pequeño con una mirada inquisitiva.—¿Qué significa esto, madre? —preguntó Eduardo, su voz cargada de sospecha.Yolanda, firme, se acercó al hijo con el niño en brazos.—Es tu hijo, Eduardo —anunció con determinación—. ¡Tu heredero!Eduardo retrocedió como si las palabras lo hubieran golpeado. Miró al niño como si fuera una amenaza y negó con vehemencia.—¡Este bastardo no es mi hijo! —exclamó, rechazando al niño con brusquedad—. ¡Quiero que se vaya ahora mismo!El pequeño, asustado, comenzó a llorar. Su llanto resonó en la sala como una súplica silenciosa, pero Eduardo se mantuvo impasible. Yolanda lo miró con indignación.—¡
En una sala de reuniones, Franco estaba frente a Claudia y sus abogados. Sobre la mesa, el acuerdo de divorcio estaba listo para ser firmado. Franco miró a Claudia con frialdad, mientras su abogado tomaba la palabra.—Señora, el acuerdo es más que justo. Usted entró al matrimonio sin nada y se llevará la mitad de los bienes. Solo tiene que firmar y dejar al señor Nassin en paz.Claudia negó con la cabeza, su voz resonó con firmeza.—¡Estoy embarazada! No quiero el divorcio.Franco arqueó una ceja, sorprendido, pero no por las razones que Claudia creía.Claudia lo miró fijamente.—Franco, estoy esperando un hijo tuyo.El abogado de Franco intervino.—Eso se puede verificar, señora. El señor Nassin propone una prueba de paternidad.Si resulta positiva, él se compromete a cumplir con sus obligaciones legales hacia el niño.Claudia sintió miedo.—Solo aceptaré con una condición: si la prueba resulta positiva, no te divorciarás de mí. Renunciaré al acuerdo prenupcial, incluso aceptaré que t
Las palabras cayeron como una bomba en la sala. Los ojos de Yolanda se abrieron de par en par, el horror pintado en su rostro.—¿Qué estás diciendo? —preguntó con un hilo de voz, su habitual autoridad reemplazada por una mezcla de incredulidad y miedo.Glinda se inclinó hacia ella, susurrando con una calma glacial que contrastaba con el caos que acababa de desatar.—Que tengo pruebas, querida suegra. Eduardo no es un Aragón.La respiración de Yolanda se aceleró mientras las palabras de Glinda se repetían en su mente como un eco incesante.—Mientes —susurró finalmente, intentando convencerse a sí misma más que a Glinda.Pero la sonrisa de esta última solo se amplió.—¿De verdad, Yolanda? ¿Quieres ver las pruebas? Màs te vale que eches a ese bastardo o juro que te acabaré con tu buena suerte.Yolanda sintió cómo su mundo tambaleaba, pero se aferró a su última fibra de fortaleza.No podía mostrar debilidad frente a Glinda, esa mujer que se había convertido en un enemigo más letal de lo qu
Marella parecía tan nerviosa, su respiración era irregular y sus manos temblaban. No podía encontrar las palabras, como si el miedo le hubiera robado la voz.—Yo… yo… —murmuró, sintiendo un nudo en la garganta.Suzy, notando su angustia, le ofreció una sonrisa cálida, intentando tranquilizarla.—¿Hay una posibilidad? —preguntó con ternura.Marella dudó por un momento, pero finalmente asintió, incapaz de ocultar la verdad. —Pero… ¡Tengo miedo, Suzy! —exclamó con un temblor en la voz mientras sus manos se posaban protectoras sobre su vientre—. ¿Y si pierdo de nuevo a mi bebé?Suzy negó con firmeza y la rodeó con un abrazo fuerte, reconfortante.—No digas eso, Marella. No pienses lo peor, ¿me escuchas? Estoy segura de que estás embarazada, y te prometo que pronto seré madrina.Marella no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de su amiga, dejando que una chispa de esperanza iluminara su corazón. Sin embargo, su rostro se tornó serio al mirarla.—Prométeme que no dirás nada, Suzy. No qui
—¡Sí, mi amor, estás embarazada! Vamos a tener un bebé.La voz emocionada de Dylan resonó en el aire como un eco lleno de esperanza.Marella abrió los ojos, el impacto de las palabras la dejó muda por un instante.Pero entonces, la emoción la inundó y se lanzó a los brazos de su esposo.—¡Vamos a tener un bebé! —exclamó, con lágrimas de alegría, resbalando por sus mejillas.Dylan la abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el cabello de ella.—Eres mi mundo, Marella. No puedo creer que este sueño se esté haciendo realidad. Estoy feliz... feliz como nunca, antes en mi vida.Ella lo miró, los ojos brillantes y llenos de amor, antes de besarlo profundamente.La calidez de ese momento les envolvió como si nada más en el mundo existiera.Cuando finalmente subieron al auto para volver a casa, ambos parecían flotar en una nube de felicidad.***En el hospital.Eduardo observaba a Glinda en la camilla. La ginecóloga comenzó el ultrasonido, y el sonido rítmico de los latidos del corazón de su