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Las palabras cayeron como una bomba en la sala. Los ojos de Yolanda se abrieron de par en par, el horror pintado en su rostro.—¿Qué estás diciendo? —preguntó con un hilo de voz, su habitual autoridad reemplazada por una mezcla de incredulidad y miedo.Glinda se inclinó hacia ella, susurrando con una calma glacial que contrastaba con el caos que acababa de desatar.—Que tengo pruebas, querida suegra. Eduardo no es un Aragón.La respiración de Yolanda se aceleró mientras las palabras de Glinda se repetían en su mente como un eco incesante.—Mientes —susurró finalmente, intentando convencerse a sí misma más que a Glinda.Pero la sonrisa de esta última solo se amplió.—¿De verdad, Yolanda? ¿Quieres ver las pruebas? Màs te vale que eches a ese bastardo o juro que te acabaré con tu buena suerte.Yolanda sintió cómo su mundo tambaleaba, pero se aferró a su última fibra de fortaleza.No podía mostrar debilidad frente a Glinda, esa mujer que se había convertido en un enemigo más letal de lo qu
Marella parecía tan nerviosa, su respiración era irregular y sus manos temblaban. No podía encontrar las palabras, como si el miedo le hubiera robado la voz.—Yo… yo… —murmuró, sintiendo un nudo en la garganta.Suzy, notando su angustia, le ofreció una sonrisa cálida, intentando tranquilizarla.—¿Hay una posibilidad? —preguntó con ternura.Marella dudó por un momento, pero finalmente asintió, incapaz de ocultar la verdad. —Pero… ¡Tengo miedo, Suzy! —exclamó con un temblor en la voz mientras sus manos se posaban protectoras sobre su vientre—. ¿Y si pierdo de nuevo a mi bebé?Suzy negó con firmeza y la rodeó con un abrazo fuerte, reconfortante.—No digas eso, Marella. No pienses lo peor, ¿me escuchas? Estoy segura de que estás embarazada, y te prometo que pronto seré madrina.Marella no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de su amiga, dejando que una chispa de esperanza iluminara su corazón. Sin embargo, su rostro se tornó serio al mirarla.—Prométeme que no dirás nada, Suzy. No qui
—¡Sí, mi amor, estás embarazada! Vamos a tener un bebé.La voz emocionada de Dylan resonó en el aire como un eco lleno de esperanza.Marella abrió los ojos, el impacto de las palabras la dejó muda por un instante.Pero entonces, la emoción la inundó y se lanzó a los brazos de su esposo.—¡Vamos a tener un bebé! —exclamó, con lágrimas de alegría, resbalando por sus mejillas.Dylan la abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el cabello de ella.—Eres mi mundo, Marella. No puedo creer que este sueño se esté haciendo realidad. Estoy feliz... feliz como nunca, antes en mi vida.Ella lo miró, los ojos brillantes y llenos de amor, antes de besarlo profundamente.La calidez de ese momento les envolvió como si nada más en el mundo existiera.Cuando finalmente subieron al auto para volver a casa, ambos parecían flotar en una nube de felicidad.***En el hospital.Eduardo observaba a Glinda en la camilla. La ginecóloga comenzó el ultrasonido, y el sonido rítmico de los latidos del corazón de su
—¡Esto es mentira! ¡No puede ser cierto! ¡Eduardo es mi hijo, es mi hijo! —gritó Máximo, desesperado, con la voz quebrada y los ojos desorbitados.Santiago bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su dolor.Negó lentamente con la cabeza, sosteniendo el sobre con fuerza entre sus manos temblorosas.—No es así, Máximo… —dijo con un tono apagado, tratando de controlar la emoción en su voz—. Esta es la verdad, y lo siento tanto… Pero Eduardo no es tu hijo.El rostro de Máximo se transformó en una máscara de incredulidad y rabia.Sus ojos, inundados de lágrimas, buscaron en los de Santiago una señal de compasión, algo que le indicara que era una mentira, una cruel equivocación. Pero lo único que encontró fue un silencio devastador.—¡No! ¡No es cierto! —bramó Máximo, su voz desgarrada por el dolor—. ¡Es mi hijo, siempre lo ha sido! ¡Dime que esto es un error, padre! ¡Por favor!Santiago intentó acercarse a él, quiso abrazarlo para calmar su desesperación, pero Máximo lo apartó d
Dylan se despidió apresuradamente, prometiéndole a Marella que volvería pronto. Ella lo observó con preocupación mientras se alejaba, notando el gesto tenso en su rostro.Sin embargo, Franco, que había estado pendiente de la situación, decidió acompañarlo.—¿Qué estará pasando? —se preguntó Marella en voz baja, inquieta.—No te angusties —dijo Miranda, intentando aliviar la tensión en la sala—. Con noticias tan maravillosas como estás, ¡todo estará bien! ¡Voy a ser abuela!Marella trató de sonreír al ver la felicidad de Miranda, pero su mente seguía en Dylan.Se unió al brindis, mientras Suzy reía emocionada, ajena a la tormenta que comenzaba a gestarse en otro lugar.***En el auto, Dylan permanecía callado, con la mirada fija en el vacío. Franco lo observó, intentando descifrar la causa de su inquietud.—¿Qué ocurrió, Dylan? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio que se había vuelto insoportable.Dylan suspiró, pasando las manos por su cabello.—El abuelo me llamó para decirme q
Máximo caminaba sin rumbo, con los pensamientos retumbando en su mente, cuando de repente, un claxon resonó en el aire, haciendo que se detuviera en seco.El sonido le sacó de su trance. Miró hacia el auto estacionado, y vio a Eduardo salir de él, con paso firme, acercándose a él con una expresión de angustia en el rostro.Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Máximo sintió una mezcla de dolor y confusión que lo invadió por completo.Una lluvia ligera comenzó a caer, empapando sus cuerpos y desdibujando las lágrimas que ambos compartían sin palabras. Era como si el mundo entero se desmoronara alrededor de ellos, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.—¡Padre…! —la voz de Eduardo rompió el silencio, llena de dolor y vulnerabilidad.Máximo hundió la mirada, incapaz de mirar a su hijo a los ojos, pues sabía que las palabras que seguirían no serían las que él deseaba escuchar.—¿Ya no me quieres, padre? Dime, ¿es la sangre más fuerte que tu amor? —Eduardo sollozaba, su
En el hospital.Dylan permanecía de pie en el pasillo frío, sintiendo cómo cada segundo caía sobre sus hombros como una losa. El médico salió de la sala con una expresión grave que hizo que su corazón se detuviera por un instante.—Señor Aragón, la operación de su abuelo será extremadamente delicada. A su edad, los riesgos son considerables, y no podemos garantizar que la resista.Las palabras resonaron como un eco en su mente. Dylan cerró los ojos por un momento, luchando contra el torbellino de emociones que se agolpaba en su pecho. Marella, de pie a su lado, tomó su brazo con suavidad, ofreciéndole un refugio en medio de la tormenta.—Hagan todo lo posible —dijo Dylan, con la voz entrecortada.El médico lo observó con seriedad.—¿Quiere verlo antes de que lo llevemos al quirófano?Sus ojos, llenos de esperanza y temor, se iluminaron de inmediato.—Sí… por favor.El médico lo condujo a una pequeña sala donde le indicaron que se pusiera una bata estéril. Sus manos temblaban mientras s
Glinda estaba en la habitación, saboreando su triunfo.Un brillo malicioso iluminaba su rostro mientras miraba su reflejo en el espejo.«¡Al fin me deshice de Yolanda!», pensó con una sonrisa triunfal.«Y fue tan fácil… ni siquiera tuve que intervenir directamente. Ella misma cavó su propia tumba. Ahora solo me queda un asunto que resolver: Eduardo. Si no es un Aragón de sangre, toda esta victoria podría desmoronarse».La puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo sus pensamientos.Eduardo entró, pero su semblante estaba irreconocible.Su postura, antes altiva, estaba encorvada, y su mirada, que solía ser fría y calculadora, ahora estaba perdida.Parecía un hombre derrotado, una imagen que Glinda nunca había asociado con él.—¿Qué pasa, querido? —preguntó con fingida dulzura al notar cómo Eduardo evitaba su mirada.Él no respondió de inmediato. Pasaron unos segundos, cargados de tensión, antes de que finalmente hablara:—Pasa que no soy un Aragón, Glinda —dijo con un tono amargo—