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Dylan se despidió apresuradamente, prometiéndole a Marella que volvería pronto. Ella lo observó con preocupación mientras se alejaba, notando el gesto tenso en su rostro.Sin embargo, Franco, que había estado pendiente de la situación, decidió acompañarlo.—¿Qué estará pasando? —se preguntó Marella en voz baja, inquieta.—No te angusties —dijo Miranda, intentando aliviar la tensión en la sala—. Con noticias tan maravillosas como estás, ¡todo estará bien! ¡Voy a ser abuela!Marella trató de sonreír al ver la felicidad de Miranda, pero su mente seguía en Dylan.Se unió al brindis, mientras Suzy reía emocionada, ajena a la tormenta que comenzaba a gestarse en otro lugar.***En el auto, Dylan permanecía callado, con la mirada fija en el vacío. Franco lo observó, intentando descifrar la causa de su inquietud.—¿Qué ocurrió, Dylan? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio que se había vuelto insoportable.Dylan suspiró, pasando las manos por su cabello.—El abuelo me llamó para decirme q
Máximo caminaba sin rumbo, con los pensamientos retumbando en su mente, cuando de repente, un claxon resonó en el aire, haciendo que se detuviera en seco.El sonido le sacó de su trance. Miró hacia el auto estacionado, y vio a Eduardo salir de él, con paso firme, acercándose a él con una expresión de angustia en el rostro.Sus ojos se encontraron, y en ese momento, Máximo sintió una mezcla de dolor y confusión que lo invadió por completo.Una lluvia ligera comenzó a caer, empapando sus cuerpos y desdibujando las lágrimas que ambos compartían sin palabras. Era como si el mundo entero se desmoronara alrededor de ellos, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.—¡Padre…! —la voz de Eduardo rompió el silencio, llena de dolor y vulnerabilidad.Máximo hundió la mirada, incapaz de mirar a su hijo a los ojos, pues sabía que las palabras que seguirían no serían las que él deseaba escuchar.—¿Ya no me quieres, padre? Dime, ¿es la sangre más fuerte que tu amor? —Eduardo sollozaba, su
En el hospital.Dylan permanecía de pie en el pasillo frío, sintiendo cómo cada segundo caía sobre sus hombros como una losa. El médico salió de la sala con una expresión grave que hizo que su corazón se detuviera por un instante.—Señor Aragón, la operación de su abuelo será extremadamente delicada. A su edad, los riesgos son considerables, y no podemos garantizar que la resista.Las palabras resonaron como un eco en su mente. Dylan cerró los ojos por un momento, luchando contra el torbellino de emociones que se agolpaba en su pecho. Marella, de pie a su lado, tomó su brazo con suavidad, ofreciéndole un refugio en medio de la tormenta.—Hagan todo lo posible —dijo Dylan, con la voz entrecortada.El médico lo observó con seriedad.—¿Quiere verlo antes de que lo llevemos al quirófano?Sus ojos, llenos de esperanza y temor, se iluminaron de inmediato.—Sí… por favor.El médico lo condujo a una pequeña sala donde le indicaron que se pusiera una bata estéril. Sus manos temblaban mientras s
Glinda estaba en la habitación, saboreando su triunfo.Un brillo malicioso iluminaba su rostro mientras miraba su reflejo en el espejo.«¡Al fin me deshice de Yolanda!», pensó con una sonrisa triunfal.«Y fue tan fácil… ni siquiera tuve que intervenir directamente. Ella misma cavó su propia tumba. Ahora solo me queda un asunto que resolver: Eduardo. Si no es un Aragón de sangre, toda esta victoria podría desmoronarse».La puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo sus pensamientos.Eduardo entró, pero su semblante estaba irreconocible.Su postura, antes altiva, estaba encorvada, y su mirada, que solía ser fría y calculadora, ahora estaba perdida.Parecía un hombre derrotado, una imagen que Glinda nunca había asociado con él.—¿Qué pasa, querido? —preguntó con fingida dulzura al notar cómo Eduardo evitaba su mirada.Él no respondió de inmediato. Pasaron unos segundos, cargados de tensión, antes de que finalmente hablara:—Pasa que no soy un Aragón, Glinda —dijo con un tono amargo—
Máximo estaba en el balcón del lujoso departamento que, a pesar de su opulencia, ahora se sentía vacío y frío.Fumaba un cigarrillo con movimientos nerviosos, mientras su mano temblorosa sostenía un vaso de whisky que apenas disimulaba su rabia.Miraba hacia la nada, hacia el abismo de sus pensamientos, que lo atormentaban con una verdad que no podía aceptar: Eduardo no era su hijo.Apuró el último sorbo de su trago, sintiendo cómo el ardor del licor apenas raspaba la superficie de su dolor.Un odio oscuro le crecía en el pecho.—¡Yolanda! —masculló entre dientes—. Si tan solo estuvieras muerta…La imagen de Dylan apareció en su mente, tan vívida que casi pudo escuchar su voz reprochándole.El recuerdo lo consumió.«Dylan es mi único hijo, pero… no es suficiente. Todo esto es culpa de Miranda. Ella lo llenó de odio hacia mí, lo convirtió en un rebelde. ¡Esa mujer envenenó su corazón contra su propio padre! No tengo la culpa de amar a Eduardo. Puede que no sea mi hijo de sangre, pero lo
La presencia de Eduardo y Máximo eran como una sombra que se extendía por el salón, cargando el ambiente de tensión.Los murmullos de los asistentes aumentaron al notar su llegada, pero Dylan permaneció inmóvil, decidido a no crear un espectáculo en una noche que debía ser de respeto.Máximo, sin embargo, parecía realmente afectado.Caminó hacia el féretro con pasos lentos y pesados, como si cada uno le costara un mundo.Al llegar, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el rostro inerte de su padre. Bajó la mirada y, en silencio, comenzó a sollozar.Su dolor era innegable, pero no lograba conmover a Dylan, quien observaba desde la distancia con una mezcla de desconfianza y tristeza.Eduardo, en cambio, mantuvo una expresión fría.Miró el ataúd con cierta distancia emocional. Aunque había un destello de dolor en sus ojos, Dylan no podía evitar pensar que Eduardo estaba más interesado en lo que la muerte de Santiago significaba para su futuro que en la pérdida misma.Glinda, fiel a su c
Al salir del salón de velatorio, Máximo lanzó una mirada cargada de rabia hacia Yolanda, su rostro endurecido por el dolor y la furia.—¡Vete ahora mismo de aquí! —bramó, su voz resonando como un trueno en el pasillo.Yolanda, con el rostro empapado en lágrimas, intentó acercarse a Eduardo en busca de consuelo, pero él dio un paso atrás, alejándose de ella como si su proximidad quemara.—¡Ya escuchaste a mi padre! —dijo Eduardo, su tono frío y cortante—. ¡Lárgate, madre!Los sollozos de Yolanda llenaron el vacío. Su mirada recorrió los rostros de ambos hombres, buscando un vestigio de compasión que no encontró.—¿Cómo pueden hacerme esto? —imploró, su voz quebrándose—. ¿Olvidan todo lo que he hecho por ustedes? ¡Siempre he estado ahí, ayudándolos!Máximo se acercó, dejando que el desprecio impregnara cada palabra.—¡Lo único que has hecho es destruir nuestras vidas! Ahora lárgate y no vuelvas jamás.Yolanda retrocedió, como si cada palabra fuera un golpe físico. Sus ojos, empañados de
Marella se soltó de su agarre con fuerza, el eco de su respiración agitada resonando en el pasillo silencioso.—¡Sí, voy a tener un hijo de Dylan! —dijo, su tono firme, aunque sus manos temblaron cuando tocó su vientre con delicadeza—. Y me siento la mujer más bendecida de la tierra. —Su sonrisa desbordaba orgullo, pero en sus ojos brillaba una chispa desafiante—. Gracias, Eduardo, por dejarme por Glinda. ¡Me hiciste el mejor favor de mi vida, perdedor!Eduardo dio un paso hacia ella, con las manos crispadas por la frustración, pero Marella lo empujó con fuerza.—¡Te vas a arrepentir de esto, Marella! —vociferó él, su voz cargada de rabia contenida—. Tu boda por venganza se volverá en tu contra, y juro que no tendré piedad de ustedes.Ella se giró lentamente, lanzándole una mirada burlona. Luego, levantó el dedo medio, sonriendo con malicia.—¡Adiós, bastardo! —soltó una carcajada que retumbó en el aire, golpeando los nervios de Eduardo como una tormenta que se desata sin aviso.Eduard