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Yolanda y Eduardo permanecieron inmóviles, la presencia de Glinda irradiaba una mezcla de furia y vulnerabilidad.Pero Eduardo fue el primero en reaccionar, recuperando su habitual temple frío.—No te metas en esto, Glinda. Ella se adelantó, temblando de rabia.—¿Que no me meta? ¿Así que tienes un hijo bastardo con otra mujer, pero yo debo quedarme callada? ¿Ese es tu gran plan, Eduardo? ¡Humillarme frente a todos! —Su voz resonó como una bofetada.Antes de que Eduardo pudiera responder, Yolanda alzó la mano y abofeteó a Glinda con tal fuerza que el eco del golpe pareció detener el tiempo en la habitación.—¡No te entrometas en lo que no te incumbe! —gritó Yolanda, su rostro, una máscara de desprecio—. Tu única tarea es parir a un hijo sano para la familia Aragón, ¡nada más!Glinda, con lágrimas desbordándose de sus ojos, miró desesperada hacia Eduardo, buscando en su mirada algún vestigio de apoyo.—¿Eduardo? ¿De verdad vas a permitir esto? ¿Vas a dejar que me humillen de esta manera
Cuando Dylan llegó a casa esa noche, las luces del dormitorio eran cálidas y suaves. Allí estaba Marella, profundamente dormida, su rostro sereno como si el mundo fuera un lugar pacífico y seguro.Él la miró durante largos minutos, sintiendo una mezcla de amor y envidia. ¿Cómo podía ella mantenerse tan ajena al caos que carcomía su alma?Con cuidado, Dylan se recostó a su lado, deslizando un brazo alrededor de ella.La abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera absorber algo de su calma. Apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, pero el torbellino de pensamientos no lo dejó descansar.«Marella, no lo puedo creer», pensó, mientras su garganta se cerraba por la rabia contenida.«Eduardo no es mi hermano. Nunca lo fue. ¿Cómo lo confesaré todo? ¿Cómo enfrentaré a mi padre después de descubrir que el hombre al que dedicó la mitad de su vida ni siquiera llevaba su sangre?»Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. No intentó detenerlas; necesitaba sentir ese dolor, dejar que
Marella se tensó al escuchar aquellas palabras, su rostro reflejando una mezcla rabia—¿Qué está diciendo? —susurró el abuelo, mirando a Dylan, buscando desesperadamente una negación, una explicación, algo que desmintiera esa acusación.Dylan, aún paralizado, finalmente rompió el silencio.—Esto no es cierto… —dijo, con la voz firme pero enojada. Luego giró hacia Cecilia, sus ojos llenos de una furia contenida—¡¿Qué estás haciendo aquí, Cecilia?!Cecilia alzó el mentón, aunque había un leve temblor en su voz.—Estoy aquí porque este es tu hijo, y debes hacerte responsable. No tengo nada más que decir.Eduardo dio un paso al frente, colocando una mano sobre el hombro de Cecilia, como si fuera su marioneta.—¿Ves, abuelo? Siempre supe que Dylan no era el hombre perfecto que aparentaba ser. Ocultó esto durante años.Santiago se levantó lentamente, golpeando la mesa con ambas manos, su rostro lleno de indignación.—¡Eduardo, basta con tus juegos! —gruñó, aunque sus ojos se movieron hacia
—¡Cállate, Dylan! ¡Basta de envenenar esta familia! —rugió Máximo, su voz, como un latigazo que atravesó la sala, mientras sus puños temblaban de furia.Dylan, desde el suelo, se limpió con el dorso de la mano, la sangre que corría por la comisura de sus labios.Se levantó lentamente, con una sonrisa amarga que no alcanzaba a esconder el dolor en sus ojos.—¿Yo? —respondió con una voz cargada de sarcasmo y rabia—. No soy quien la ha envenenado, padre. La verdad lo hizo.El silencio que siguió fue tan denso que parecía ahogar a todos los presentes. Dylan dejó que sus palabras calaran, que el peso de su acusación llenara el aire como una tormenta inminente.—Criaste a un bastardo —continuó, mirando directamente a Máximo con ojos que brillaban con una mezcla de desprecio y desafío—. Y te enamoraste de una mujerzuela.La declaración fue como un rayo que partió en dos el ambiente.Yolanda, al escuchar esas palabras, dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho. Eduardo se levantó brusc
Santiago tocó su frente con una mano temblorosa, un mareo lo invadía mientras sus piernas parecían ceder. Dylan apenas tuvo tiempo de sostenerlo antes de que colapsara por completo.—¡Abuelo! —gritó, con el pánico, apoderándose de su voz.—Estoy bien, hijo, por favor... ayúdame a ir a mi habitación —logró decir Santiago con esfuerzo.Dylan asintió, sujeta a su abuelo con cuidado y lo llevó hasta la habitación. Apenas lo recostó en la cama, llamó al médico. La espera se sintió eterna, pero al cabo de unas horas, un doctor llegó y examinó a Santiago minuciosamente.—Tiene la presión alta —informó el médico con un tono profesional pero preocupado—. Le hemos administrado medicamento, pero será crucial mantenerlo en reposo y evitarle cualquier tipo de estrés. Debemos tener paciencia.Dylan asintió en silencio mientras miraba a su abuelo, cuyo rostro ahora parecía más pálido y frágil. El médico se retiró tras asegurarse de que todo estaba bajo control, y poco después Santiago cayó en un sueñ
Yolanda, con el rostro lleno de determinación y algo de temor, extendió un cepillo de dientes hacia su esposo, era el cepillo de dientes de Eduardo para la prueba de paternidad.—Si estuviera mintiendo, ¿haría esto? —exclamó, su voz entrecortada por los nervios—. ¡Eduardo es tu hijo, Máximo! ¡Lo juro por lo que más quiero en este mundo!Máximo, atrapado entre la duda y la desesperación, la miró fijamente antes de ceder. Su expresión suavizó mientras la tomaba de los hombros y la abrazaba.—Esto no debería estar pasando... Esto es culpa de Dylan. No puedo creer que mi propio hijo sea capaz de cosas tan crueles —susurró con rabia contenida.Yolanda se aferró a él como si dependiera de ese abrazo para sostenerse.—¡Te lo dije! —gritó, casi histérica—. Dylan haría cualquier cosa para destruirme... para vengarse de mí. ¡Es culpa de él y de esa mujer, Miranda! Ellos siempre han querido hundirme.Sin más palabras, ambos se dirigieron al laboratorio. Allí se realizó la prueba, y aunque el ambi
—¡Es mentira! ¡Mi hijo es incapaz de lastimar a una mujer! —gritó Yolanda, su voz cargada de rabia y desesperación.Marella soltó una risa seca, amarga, que resonó en el aire como una sentencia.Dylan apartó los ojos de Yolanda para mirar a Cecilia. Ella, con el rostro bañado en lágrimas, se aferraba al borde de la mesa, suplicante.—¡Te lo juro, Dylan! —gimió—. No quería, no quería engañarte...El rostro de Dylan permaneció frío, impenetrable.—No te creo —dijo, con una calma que dolía más que cualquier grito—. Lo hiciste. Me engañaste, me lastimaste, y eso no tiene perdón. Ahora vete. Lucha por darle a tu hijo un buen padre, porque es lo único que puedes hacer por él.Cecilia bajó la mirada, como si cada palabra de Dylan la aplastara. Con un sollozo desgarrador, huyó de la habitación, dejando tras de sí un eco de vergüenza y arrepentimiento.En el silencio que quedó, Dylan buscó a Marella. Extendió su mano hacia ella, y cuando ella la tomó, algo dentro de él se calmó. Era lo que nece
Las palabras no hicieron más que alimentar la decepción en los ojos de Máximo.Soltó a Eduardo con un empujón que lo hizo tambalearse, y luego, sin pensarlo dos veces, levantó la mano y le propinó una bofetada sonora.—¡Imbécil! —bramó, con la voz quebrada por la rabia—. ¡Me has decepcionado tanto!Eduardo se llevó la mano al rostro, no solo por el dolor físico, sino porque las palabras de su padre lo aplastaron como una condena.Máximo dio media vuelta, respirando agitadamente, mientras Yolanda observaba desde la puerta con lágrimas en los ojos, sin atreverse a intervenir.***Más tarde, esa noche, Dylan buscó a su madre. La encontró en el jardín, con los ojos hinchados por el llanto. Él sabía que había una conversación pendiente, una verdad que había sido enterrada por demasiado tiempo.—¿Por qué, mamá? —preguntó Dylan, su tono cargado de dolor—. ¿Por qué me lo ocultaste?Miranda levantó la vista, y sus lágrimas volvieron a brotar al enfrentarse a la mirada de su hijo.—Tenía miedo,