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Marella se tensó al escuchar aquellas palabras, su rostro reflejando una mezcla rabia—¿Qué está diciendo? —susurró el abuelo, mirando a Dylan, buscando desesperadamente una negación, una explicación, algo que desmintiera esa acusación.Dylan, aún paralizado, finalmente rompió el silencio.—Esto no es cierto… —dijo, con la voz firme pero enojada. Luego giró hacia Cecilia, sus ojos llenos de una furia contenida—¡¿Qué estás haciendo aquí, Cecilia?!Cecilia alzó el mentón, aunque había un leve temblor en su voz.—Estoy aquí porque este es tu hijo, y debes hacerte responsable. No tengo nada más que decir.Eduardo dio un paso al frente, colocando una mano sobre el hombro de Cecilia, como si fuera su marioneta.—¿Ves, abuelo? Siempre supe que Dylan no era el hombre perfecto que aparentaba ser. Ocultó esto durante años.Santiago se levantó lentamente, golpeando la mesa con ambas manos, su rostro lleno de indignación.—¡Eduardo, basta con tus juegos! —gruñó, aunque sus ojos se movieron hacia
—¡Cállate, Dylan! ¡Basta de envenenar esta familia! —rugió Máximo, su voz, como un latigazo que atravesó la sala, mientras sus puños temblaban de furia.Dylan, desde el suelo, se limpió con el dorso de la mano, la sangre que corría por la comisura de sus labios.Se levantó lentamente, con una sonrisa amarga que no alcanzaba a esconder el dolor en sus ojos.—¿Yo? —respondió con una voz cargada de sarcasmo y rabia—. No soy quien la ha envenenado, padre. La verdad lo hizo.El silencio que siguió fue tan denso que parecía ahogar a todos los presentes. Dylan dejó que sus palabras calaran, que el peso de su acusación llenara el aire como una tormenta inminente.—Criaste a un bastardo —continuó, mirando directamente a Máximo con ojos que brillaban con una mezcla de desprecio y desafío—. Y te enamoraste de una mujerzuela.La declaración fue como un rayo que partió en dos el ambiente.Yolanda, al escuchar esas palabras, dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho. Eduardo se levantó brusc
Santiago tocó su frente con una mano temblorosa, un mareo lo invadía mientras sus piernas parecían ceder. Dylan apenas tuvo tiempo de sostenerlo antes de que colapsara por completo.—¡Abuelo! —gritó, con el pánico, apoderándose de su voz.—Estoy bien, hijo, por favor... ayúdame a ir a mi habitación —logró decir Santiago con esfuerzo.Dylan asintió, sujeta a su abuelo con cuidado y lo llevó hasta la habitación. Apenas lo recostó en la cama, llamó al médico. La espera se sintió eterna, pero al cabo de unas horas, un doctor llegó y examinó a Santiago minuciosamente.—Tiene la presión alta —informó el médico con un tono profesional pero preocupado—. Le hemos administrado medicamento, pero será crucial mantenerlo en reposo y evitarle cualquier tipo de estrés. Debemos tener paciencia.Dylan asintió en silencio mientras miraba a su abuelo, cuyo rostro ahora parecía más pálido y frágil. El médico se retiró tras asegurarse de que todo estaba bajo control, y poco después Santiago cayó en un sueñ
Yolanda, con el rostro lleno de determinación y algo de temor, extendió un cepillo de dientes hacia su esposo, era el cepillo de dientes de Eduardo para la prueba de paternidad.—Si estuviera mintiendo, ¿haría esto? —exclamó, su voz entrecortada por los nervios—. ¡Eduardo es tu hijo, Máximo! ¡Lo juro por lo que más quiero en este mundo!Máximo, atrapado entre la duda y la desesperación, la miró fijamente antes de ceder. Su expresión suavizó mientras la tomaba de los hombros y la abrazaba.—Esto no debería estar pasando... Esto es culpa de Dylan. No puedo creer que mi propio hijo sea capaz de cosas tan crueles —susurró con rabia contenida.Yolanda se aferró a él como si dependiera de ese abrazo para sostenerse.—¡Te lo dije! —gritó, casi histérica—. Dylan haría cualquier cosa para destruirme... para vengarse de mí. ¡Es culpa de él y de esa mujer, Miranda! Ellos siempre han querido hundirme.Sin más palabras, ambos se dirigieron al laboratorio. Allí se realizó la prueba, y aunque el ambi
—¡Es mentira! ¡Mi hijo es incapaz de lastimar a una mujer! —gritó Yolanda, su voz cargada de rabia y desesperación.Marella soltó una risa seca, amarga, que resonó en el aire como una sentencia.Dylan apartó los ojos de Yolanda para mirar a Cecilia. Ella, con el rostro bañado en lágrimas, se aferraba al borde de la mesa, suplicante.—¡Te lo juro, Dylan! —gimió—. No quería, no quería engañarte...El rostro de Dylan permaneció frío, impenetrable.—No te creo —dijo, con una calma que dolía más que cualquier grito—. Lo hiciste. Me engañaste, me lastimaste, y eso no tiene perdón. Ahora vete. Lucha por darle a tu hijo un buen padre, porque es lo único que puedes hacer por él.Cecilia bajó la mirada, como si cada palabra de Dylan la aplastara. Con un sollozo desgarrador, huyó de la habitación, dejando tras de sí un eco de vergüenza y arrepentimiento.En el silencio que quedó, Dylan buscó a Marella. Extendió su mano hacia ella, y cuando ella la tomó, algo dentro de él se calmó. Era lo que nece
Las palabras no hicieron más que alimentar la decepción en los ojos de Máximo.Soltó a Eduardo con un empujón que lo hizo tambalearse, y luego, sin pensarlo dos veces, levantó la mano y le propinó una bofetada sonora.—¡Imbécil! —bramó, con la voz quebrada por la rabia—. ¡Me has decepcionado tanto!Eduardo se llevó la mano al rostro, no solo por el dolor físico, sino porque las palabras de su padre lo aplastaron como una condena.Máximo dio media vuelta, respirando agitadamente, mientras Yolanda observaba desde la puerta con lágrimas en los ojos, sin atreverse a intervenir.***Más tarde, esa noche, Dylan buscó a su madre. La encontró en el jardín, con los ojos hinchados por el llanto. Él sabía que había una conversación pendiente, una verdad que había sido enterrada por demasiado tiempo.—¿Por qué, mamá? —preguntó Dylan, su tono cargado de dolor—. ¿Por qué me lo ocultaste?Miranda levantó la vista, y sus lágrimas volvieron a brotar al enfrentarse a la mirada de su hijo.—Tenía miedo,
Cuando Eduardo y Máximo regresaron al departamento, encontraron a Yolanda sosteniendo a un niño pequeño, de no más de tres años.El niño, se escondía tímidamente en el cuello de Yolanda, como si percibiera la tensión en el ambiente.Eduardo se detuvo en seco, sus ojos se clavaron en el niño con una mezcla de confusión y repulsión.Máximo, por su parte, observó al pequeño con una mirada inquisitiva.—¿Qué significa esto, madre? —preguntó Eduardo, su voz cargada de sospecha.Yolanda, firme, se acercó al hijo con el niño en brazos.—Es tu hijo, Eduardo —anunció con determinación—. ¡Tu heredero!Eduardo retrocedió como si las palabras lo hubieran golpeado. Miró al niño como si fuera una amenaza y negó con vehemencia.—¡Este bastardo no es mi hijo! —exclamó, rechazando al niño con brusquedad—. ¡Quiero que se vaya ahora mismo!El pequeño, asustado, comenzó a llorar. Su llanto resonó en la sala como una súplica silenciosa, pero Eduardo se mantuvo impasible. Yolanda lo miró con indignación.—¡
En una sala de reuniones, Franco estaba frente a Claudia y sus abogados. Sobre la mesa, el acuerdo de divorcio estaba listo para ser firmado. Franco miró a Claudia con frialdad, mientras su abogado tomaba la palabra.—Señora, el acuerdo es más que justo. Usted entró al matrimonio sin nada y se llevará la mitad de los bienes. Solo tiene que firmar y dejar al señor Nassin en paz.Claudia negó con la cabeza, su voz resonó con firmeza.—¡Estoy embarazada! No quiero el divorcio.Franco arqueó una ceja, sorprendido, pero no por las razones que Claudia creía.Claudia lo miró fijamente.—Franco, estoy esperando un hijo tuyo.El abogado de Franco intervino.—Eso se puede verificar, señora. El señor Nassin propone una prueba de paternidad.Si resulta positiva, él se compromete a cumplir con sus obligaciones legales hacia el niño.Claudia sintió miedo.—Solo aceptaré con una condición: si la prueba resulta positiva, no te divorciarás de mí. Renunciaré al acuerdo prenupcial, incluso aceptaré que t