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—No es ninguna locura, es un trato justo; gracias a este matrimonio, tu hermana estará a tu lado y podrás cuidarla.La voz firme de Alma resonó como un desafío en el pequeño departamento.Salvador la miraba con incredulidad, su ceño fruncido revelaba lo difícil que era comprender lo que acababa de escuchar.—¡¿Y tú qué ganas con todo esto?! —espetó, casi sin aliento, sin poder quitarle los ojos de encima.Alma sostuvo su mirada, pero por un instante pareció perderse en algún recuerdo doloroso. Las imágenes de Bernardo, —esa sonrisa arrogante, las promesas rotas, la humillación—, ardían en su memoria como fuego.Apagó cualquier atisbo de debilidad con un pestañeo y, elevando el mentón, respondió:—Yo… me vengaré de alguien que me hizo mucho daño.El silencio que siguió fue denso, casi palpable.Salvador observó a aquella mujer, que parecía tan segura y al mismo tiempo tan rota.—Mira, Salvador, esto es simple —continuó Alma, su tono volviendo a ser calculado—. Casémonos. Será solo un co
Salvador se miró en el espejo con el traje de novio, ajustándose la corbata una vez más.Su reflejo le devolvía una imagen que no podía reconocer, como si estuviera viendo a alguien más. Su reloj marcaba la hora, pero aún faltaba para el momento en que Alma lo había citado en la iglesia.Un nudo creció en su estómago, un sentimiento de duda que no lograba disipar. La ansiedad lo invadió como una marea creciente. ¿Y si todo era una mentira? ¿Y si solo lo estaban usando como un peón en un juego cruel del que nunca podría salir?«¿Y si se burla de mí? ¿Y si esta boda no es más que una farsa?»En ese momento, su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos.Era la trabajadora social.Salvador respondió, aunque su voz tembló levemente.—Señor Ochoa, voy directo a la iglesia —dijo la trabajadora social con tono severo—. Espero que esto no sea una broma. He investigado sobre la señorita Alma Nassin. ¡Ella es una rica heredera! Si no es verdad que se casará con usted, y esto es solo un truco
—¡¿Qué estás diciendo, Alma?! ¡Dime que esto es una m*****a broma! —explotó Bernardo, su voz cargada de furia, y sus manos temblaban de impotencia.Alma, sin embargo, no se inmutó. Sus ojos brillaban con una determinación que Bernardo no había visto antes.Lentamente, una sonrisa irónica se dibujó en su rostro.—No es una broma. Esta es la verdad, Bernardo. No me casaré con un traidor que ama a Mora. Eres un cobarde, un hombre incapaz de tomar una decisión, y lo peor de todo… es que me usaste. —dijo Alma, con la voz baja, pero firme, como si cada palabra fuera un golpe rotundo en el corazón de Bernardo.La sala quedó en un profundo silencio.Cada uno de los presentes contenía la respiración, como si pudieran sentir la tensión palpable en el aire.Bernardo, sintiendo cómo su control se desmoronaba, apretó los dientes. Su ira crecía por dentro, pero sabía que perder la calma solo lo haría ver débil.Tenía que mantener la compostura, al menos por ahora.«No debo romper mis lazos con los A
Al salir de la iglesia, los novios no se detuvieron a recibir las típicas felicitaciones.En lugar de eso, subieron rápidamente al auto junto a la pequeña Florecita, y se marcharon, dejando una estela de incomodidad en el aire.El acto de desdén de Alma golpeó a todos como una sombra, y el silencio que siguió a su partida parecía más pesado que cualquier palabra no dicha.Franco, viendo la escena desde la distancia, sintió una creciente ansiedad que le oprimía el pecho.Quiso correr tras ellos, pero las palabras de Suzy lo detuvieron.—No lo haré, hasta que entienda qué está pasando con nuestra hija —dijo, con una furia contenida, mientras sus manos se apretaban en los puños. —Ella no puede actuar de esa manera, Suzy. Hace apenas unos días amaba a Bernardo, ¿y ahora lo desprecia, lo humilla frente a todos en el altar?Suzy lo miró con angustia. Aunque también se sentía perdida, confiaba en Alma, en la fuerza que siempre había mostrado, en la certeza de que su hija sabía lo que hacía.E
Pronto, el animador llamó a los novios para bailar su primer vals.Salvador y Alma se miraron. Sus ojos reflejaban ansiedad.—No soy buen bailarín, no quiero avergonzarte —dijo SalvadorAlma esbozó una sonrisa—Yo tampoco soy una experta. Pero si hacemos el ridículo, lo haremos juntos —respondió con una risa suave, y Salvador no pudo evitar relajarse un poco.La niña, que observaba desde un costado, saltó hacia ellos con una risa contagiosa.—¡Tú puedes, hermanito! Como la Cenicienta y el Príncipe Azul; uno, dos, uno, dos —dijo con su pequeña voz, bailando alrededor de ellos con alegría inocente.Salvador y Alma se miraron, un momento de complicidad, y la risa de la niña hizo que se sintieran más unidos, aunque el nerviosismo seguía latente en sus corazones. Los padres de Alma se acercaron en ese instante.—Vayan a bailar, cuidaré de esta pequeña —dijo Suzy con una sonrisa llena de ternura, mientras la niña la miraba con ojos brillantes de curiosidad.—¿Usted será mi abuelita? —pregunt
Mora y Darrel llegaron a casa.—Estoy preocupada por Alma —dijo Mora, su voz temblando ligeramente, pero intentó mantener la calma. Su mente seguía atrapada en los eventos del día—. ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo pudo casarse por despecho?—Ella va a estar bien —respondió—. Creo que Salvador es un buen hombre. Y, además, no es la primera boda por venganza que termina bien, ¿Verdad?Mora soltó una risa amarga, sabiendo que las palabras de Darrel pretendían consolarla.—Lástima que las bodas obligadas no sean igual de exitosas, ¿Verdad? —dijo ella con un tono sarcástico, la ironía teñida de un dolor palpable.Las palabras de Mora le dieron a Darrel un golpe directo en el pecho.Sintió como si una daga se hubiera hundido en su interior, provocando una punzada aguda que no podía ignorar.Mora, al notar la tensión en el aire, decidió marcharse.Subió rápidamente a su habitación, pero Darrel la siguió, arrastrado por una necesidad de resolver lo que no podía callar.En la habitación, Mora come
Salvador no respondió.Con la mirada fija y el rostro tenso, corrió hacia la puerta, dejando a Alma completamente desorientada. La rabia comenzó a hervir en su pecho, un nudo de frustración apretó su garganta.Sin pensarlo más, decidió seguirlo.No podía soportar ese vacío doloroso que crecía dentro de ella, ese sentimiento de traición que la consumía.—¡No son celos, solo me dan rabia los traidores! —murmuró, enojada, mientras bajaba las escaleras con cuidado para no despertar a Florecita.Al llegar a la puerta, escuchó las voces elevándose en la cafetería.El sonido de un hombre hablando con dureza la hizo detenerse en seco.—¡Vete, Simona! ¡No quiero verte, ¿no te ha quedado claro?! —gritó Salvador, su tono frío y cortante.Simona, la ex de Salvador, le respondió con desespero, su voz quebrada por la rabia.—¡¿Por qué estás con esa?! Dicen en el barrio que te casaste, ¿es cierto? —preguntó, la incredulidad y el dolor en sus palabras.Salvador la miró fijamente, sus ojos tan fríos co
Los hombres salieron corriendo en un caos absoluto, el disparo aun resonando en el aire como una amenaza latente.Alma, con el corazón en un torbellino de pánico, corrió con toda la fuerza que sus piernas le permitieron, buscando desesperadamente a Salvador.Cuando lo vio, un alivio indescriptible la inundó. Estaba allí, maltrecho, pero vivo.Los golpes que cubrían su cuerpo eran solo heridas visibles, pero Alma sabía que lo importante era que él estaba a salvo.No pensó, solo pudo más que lanzarse a sus brazos, abrazarlo con una fuerza feroz.Respiró con dificultad, como si el aire le faltara, pero el contacto con él la hizo sentirse completa, segura, aunque solo fuera por un segundo.Su mirada recorrió su cuerpo, tocando suavemente sus heridas, como si al tocarlas pudiera aliviar su dolor.—¡Dios mío! ¡Estás a salvo! —murmuró, su voz temblando, entre lágrimas y una sonrisa rota.Sus manos se encontraron con la pistola en su mano, recordándole la brutalidad de lo que acababa de pasar