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Salvador mantuvo la mirada fija en Franco, su rostro endurecido por la mezcla de rabia y cansancio.Negó lentamente antes de responder, con la voz grave y firme:—No quiero nada, ni un solo centavo. Pero si quiere que esto termine de una vez, hable con su hija. Si ella acepta, le daré el divorcio.Franco apretó los labios, indignado, mientras Alma daba un paso al frente con los ojos ardiendo de ira.—¡Papá! ¿Cómo puedes pedir algo así? —exclamó con la voz quebrada, pero cargada de rabia contenida.Franco rodó los ojos con exasperación.—Les dejo hablar. Si me necesitas, Alma, estaré en casa.Alma, incapaz de ocultar su frustración, apretó los puños y lo enfrentó.—Alma recupera la cordura y vuelve conmigo a casa —suplicó Franco.—¡Esto es mi casa! Esa “casa” que tanto defiendes no es más que una jaula disfrazada de hogar. No volveré.Franco frunció el ceño, su tono se volvió helado.—No lo entiendes, Alma. Mira este lugar. ¿Sabes qué quiere este hombre? ¡Dinero! Conozco a personas com
Bernardo estaba furioso.Sus pasos resonaban pesadamente en el pasillo mientras maldecía entre dientes.Elinor, desesperada, había acudido a él en busca de ayuda, pero su respuesta fue tajante y cruel.—Si vuelves a nombrarme, Elinor, te arrepentirás de haberme conocido.Elinor retrocedió, temblando.Su miedo era palpable, y con un movimiento torpe, recogió sus cosas y escapó. No podía arriesgarse a enfrentarlo de nuevo.Sin embargo, su breve encuentro con Bernardo fue suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos.Un hombre con porte discreto se acercó a Bernardo y le entregó un teléfono móvil.—Aquí está, señor. Las fotografías que pidió están almacenadas en un álbum oculto del teléfono. Nadie podrá verlas a simple vista.Bernardo sonrió con una satisfacción perversa y tomó el teléfono.Se dirigió hacia Mora, quien, ajena a la situación, hablaba con unos colegas.Se inclinó y colocó el dispositivo en el suelo frente a ella.—Mora, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, con
Cuando sus labios se separaron, ambos quedaron inmóviles, aturdidos por lo que acababa de ocurrir. Salvador y Alma intercambiaron miradas llenas de asombro y confusión, como si el mundo se hubiese detenido por un instante.—¿Por qué me besaste? —preguntó Alma con un susurro, tratando de procesar lo que había pasado. Su voz tenía un matiz de reproche, pero también de vulnerabilidad.Él desvió la mirada por un momento, luego la enfrentó con algo de nerviosismo.—Tú también me besaste… —murmuró con una pequeña sonrisa, como intentando suavizar el momento.Alma sintió que el calor le subía al rostro. Era cierto, lo había hecho. No podía negarlo.Sus manos temblaban mientras apretaba el borde de su vestido, incapaz de encontrar las palabras.Ambos bajaron las miradas, evitando enfrentarse al torrente de emociones que comenzaba a desbordarse.—Feliz cumpleaños, Salvador… —dijo Alma, rompiendo el incómodo silencio, aunque su voz temblaba ligeramente.Él la miró con ternura, una calidez que n
Al día siguienteTina apenas había terminado de limpiar el pequeño departamento cuando un golpe en la puerta resonó con fuerza. Al abrir, quedó helada al encontrarse cara a cara con Bernardo.—¿Tú? —su voz apenas fue un susurro, cargado de incredulidad.Él respondió con una sonrisa llena de sorna, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo, como si no fuera extraño plantarse frente a ella después de tanto tiempo.—¿Has escuchado esa frase que dice “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”?Tina frunció el ceño, confundida, mientras Bernardo ingresaba al departamento sin esperar invitación.—¿Qué estás haciendo aquí, Bernardo? ¿Qué es lo que quieres?Él se giró hacia ella, su expresión se volvió seria, casi fría.—Fácil. Quiero destruir a Darrel Aragón y su matrimonio.Tina parpadeó, atónita.—¿Qué?—Así como lo escuchaste. Quiero que deje libre a Mora, y tú vas a ayudarme.Por un instante, Tina no supo si reírse o golpearlo.—¿Dejaste a una rica heredera por una simple bastarda? —e
El aroma dulce de un pastel recién horneado llenaba la cafetería, envolviendo el ambiente en un aire de calidez hogareña. Alma revolvía un recipiente de crema mientras la pequeña Florecita, sentada sobre un taburete, observaba atentamente el video instructivo en su tableta.—¡Quiero muchas chispas de chocolate, Alma! —pidió la niña con ojos brillantes, apuntando al pastel, enfriándose sobre la mesa.—Claro, pequeña chef. Tú mandas hoy —respondió Alma con una sonrisa mientras le pasaba un tazón lleno de chispas.Las risas y el bullicio se interrumpieron cuando Salvador entró por la puerta.—¡No, hermanito! —gritó Flor, levantando las manos para cubrir sus ojos—. ¡No puedes ver tu pastel hasta que soples la velita!Él rio, obediente, y se dio la vuelta, fingiendo no haber visto nada.—Como tú digas, princesa.Sin embargo, justo cuando estaba a punto de volver a la cocina, sonaron golpes en la puerta principal. Salvador frunció el ceño.—Yo me encargo —dijo, caminando hacia la entrada.C
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y
Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.Comenzó a gritar desesperada.Hasta que una enfermera apareció.—¡Señorita, cálmese, por favor!—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?El doctor negó.—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.Marella parecìa tan des