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Al día siguienteTina apenas había terminado de limpiar el pequeño departamento cuando un golpe en la puerta resonó con fuerza. Al abrir, quedó helada al encontrarse cara a cara con Bernardo.—¿Tú? —su voz apenas fue un susurro, cargado de incredulidad.Él respondió con una sonrisa llena de sorna, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo, como si no fuera extraño plantarse frente a ella después de tanto tiempo.—¿Has escuchado esa frase que dice “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”?Tina frunció el ceño, confundida, mientras Bernardo ingresaba al departamento sin esperar invitación.—¿Qué estás haciendo aquí, Bernardo? ¿Qué es lo que quieres?Él se giró hacia ella, su expresión se volvió seria, casi fría.—Fácil. Quiero destruir a Darrel Aragón y su matrimonio.Tina parpadeó, atónita.—¿Qué?—Así como lo escuchaste. Quiero que deje libre a Mora, y tú vas a ayudarme.Por un instante, Tina no supo si reírse o golpearlo.—¿Dejaste a una rica heredera por una simple bastarda? —e
El aroma dulce de un pastel recién horneado llenaba la cafetería, envolviendo el ambiente en un aire de calidez hogareña. Alma revolvía un recipiente de crema mientras la pequeña Florecita, sentada sobre un taburete, observaba atentamente el video instructivo en su tableta.—¡Quiero muchas chispas de chocolate, Alma! —pidió la niña con ojos brillantes, apuntando al pastel, enfriándose sobre la mesa.—Claro, pequeña chef. Tú mandas hoy —respondió Alma con una sonrisa mientras le pasaba un tazón lleno de chispas.Las risas y el bullicio se interrumpieron cuando Salvador entró por la puerta.—¡No, hermanito! —gritó Flor, levantando las manos para cubrir sus ojos—. ¡No puedes ver tu pastel hasta que soples la velita!Él rio, obediente, y se dio la vuelta, fingiendo no haber visto nada.—Como tú digas, princesa.Sin embargo, justo cuando estaba a punto de volver a la cocina, sonaron golpes en la puerta principal. Salvador frunció el ceño.—Yo me encargo —dijo, caminando hacia la entrada.C
Alma sintió que su corazón latía con una fuerza arrolladora mientras se acercaba a la ventana.El reflejo de la luna llena iluminaba apenas su silueta, pero lo que la mantenía en vilo era la presencia de Salvador detrás de ella.Él dio un paso hacia adelante, rompiendo el silencio.—¡Alma, lo siento! —Su voz tembló, cargada de una mezcla de desesperación y arrepentimiento.Cuando sus miradas se encontraron, los ojos de Alma estaban llenos de dolor y decepción, tan profundos que Salvador sintió que lo atravesaban como un cuchillo.—¿La amas? —preguntó ella con un tono frío, distante, como si temiera la respuesta que estaba a punto de recibir.Salvador negó con un leve movimiento de cabeza, pero antes de poder hablar, Alma dejó escapar una risa amarga.—¡Dijiste su nombre, Salvador! —gritó, tratando de contener las lágrimas.Él pasó una mano por su cabello, agitado, con el rostro cargado de culpa.—A veces, los recuerdos matan, Alma. A veces, hieren tanto que dejan cicatrices imposibles
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y
Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.Comenzó a gritar desesperada.Hasta que una enfermera apareció.—¡Señorita, cálmese, por favor!—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?El doctor negó.—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.Marella parecìa tan des
—¡Ella está embarazada, abuelo!Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.Eduardo le miró sorprendido.—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?El abuelo sintió que eso le dolía.—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó EduardoEl abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre,
Un silencio cimbró el lugar, los ojos de Eduardo se ensancharon, sorprendidos al ver a la mujer ahí.Glinda sintió una rabia intensa.—¡Haz que se vaya, ha venido a maldecirme! —dijo Glinda casi llorando.—¡Quiero felicitar a los novios! Se merecen el uno al otro, hacen una pareja perfecta, ¿no lo creen? Después de todo, son igual de traidores, ¿Acaso no engañaste a tu difunto marido con Eduardo, quien me traicionó a mí, Glinda? Diles, diles a todos que esperas un hijo de Eduardo, ¿O no es de Eduardo? Ya que es una mujer infiel, dinos, Glinda, ¿Ese hijo que esperas es realmente de Eduardo Aragón? —exclamó Marella en voz alta, sintiendo una adrenalina que le daba fuerzas.La gente estaba tan sorprendida, Eduardo estaba al borde de un ataque de ira.Glinda estaba llorando sin control, corrió alejándose, abrumada por la humillación, Yolanda fue tras ella.Justo al fondo, con una sonrisa burlona, estaba Dylan Aragón, el primogénito de Máximo y medio hermano de Eduardo.«Venir aquí y ver e