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Mora y Darrel llegaron a casa.—Estoy preocupada por Alma —dijo Mora, su voz temblando ligeramente, pero intentó mantener la calma. Su mente seguía atrapada en los eventos del día—. ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo pudo casarse por despecho?—Ella va a estar bien —respondió—. Creo que Salvador es un buen hombre. Y, además, no es la primera boda por venganza que termina bien, ¿Verdad?Mora soltó una risa amarga, sabiendo que las palabras de Darrel pretendían consolarla.—Lástima que las bodas obligadas no sean igual de exitosas, ¿Verdad? —dijo ella con un tono sarcástico, la ironía teñida de un dolor palpable.Las palabras de Mora le dieron a Darrel un golpe directo en el pecho.Sintió como si una daga se hubiera hundido en su interior, provocando una punzada aguda que no podía ignorar.Mora, al notar la tensión en el aire, decidió marcharse.Subió rápidamente a su habitación, pero Darrel la siguió, arrastrado por una necesidad de resolver lo que no podía callar.En la habitación, Mora come
Salvador no respondió.Con la mirada fija y el rostro tenso, corrió hacia la puerta, dejando a Alma completamente desorientada. La rabia comenzó a hervir en su pecho, un nudo de frustración apretó su garganta.Sin pensarlo más, decidió seguirlo.No podía soportar ese vacío doloroso que crecía dentro de ella, ese sentimiento de traición que la consumía.—¡No son celos, solo me dan rabia los traidores! —murmuró, enojada, mientras bajaba las escaleras con cuidado para no despertar a Florecita.Al llegar a la puerta, escuchó las voces elevándose en la cafetería.El sonido de un hombre hablando con dureza la hizo detenerse en seco.—¡Vete, Simona! ¡No quiero verte, ¿no te ha quedado claro?! —gritó Salvador, su tono frío y cortante.Simona, la ex de Salvador, le respondió con desespero, su voz quebrada por la rabia.—¡¿Por qué estás con esa?! Dicen en el barrio que te casaste, ¿es cierto? —preguntó, la incredulidad y el dolor en sus palabras.Salvador la miró fijamente, sus ojos tan fríos co
Los hombres salieron corriendo en un caos absoluto, el disparo aun resonando en el aire como una amenaza latente.Alma, con el corazón en un torbellino de pánico, corrió con toda la fuerza que sus piernas le permitieron, buscando desesperadamente a Salvador.Cuando lo vio, un alivio indescriptible la inundó. Estaba allí, maltrecho, pero vivo.Los golpes que cubrían su cuerpo eran solo heridas visibles, pero Alma sabía que lo importante era que él estaba a salvo.No pensó, solo pudo más que lanzarse a sus brazos, abrazarlo con una fuerza feroz.Respiró con dificultad, como si el aire le faltara, pero el contacto con él la hizo sentirse completa, segura, aunque solo fuera por un segundo.Su mirada recorrió su cuerpo, tocando suavemente sus heridas, como si al tocarlas pudiera aliviar su dolor.—¡Dios mío! ¡Estás a salvo! —murmuró, su voz temblando, entre lágrimas y una sonrisa rota.Sus manos se encontraron con la pistola en su mano, recordándole la brutalidad de lo que acababa de pasar
Salvador mantuvo la mirada fija en Franco, su rostro endurecido por la mezcla de rabia y cansancio.Negó lentamente antes de responder, con la voz grave y firme:—No quiero nada, ni un solo centavo. Pero si quiere que esto termine de una vez, hable con su hija. Si ella acepta, le daré el divorcio.Franco apretó los labios, indignado, mientras Alma daba un paso al frente con los ojos ardiendo de ira.—¡Papá! ¿Cómo puedes pedir algo así? —exclamó con la voz quebrada, pero cargada de rabia contenida.Franco rodó los ojos con exasperación.—Les dejo hablar. Si me necesitas, Alma, estaré en casa.Alma, incapaz de ocultar su frustración, apretó los puños y lo enfrentó.—Alma recupera la cordura y vuelve conmigo a casa —suplicó Franco.—¡Esto es mi casa! Esa “casa” que tanto defiendes no es más que una jaula disfrazada de hogar. No volveré.Franco frunció el ceño, su tono se volvió helado.—No lo entiendes, Alma. Mira este lugar. ¿Sabes qué quiere este hombre? ¡Dinero! Conozco a personas com
Bernardo estaba furioso.Sus pasos resonaban pesadamente en el pasillo mientras maldecía entre dientes.Elinor, desesperada, había acudido a él en busca de ayuda, pero su respuesta fue tajante y cruel.—Si vuelves a nombrarme, Elinor, te arrepentirás de haberme conocido.Elinor retrocedió, temblando.Su miedo era palpable, y con un movimiento torpe, recogió sus cosas y escapó. No podía arriesgarse a enfrentarlo de nuevo.Sin embargo, su breve encuentro con Bernardo fue suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos.Un hombre con porte discreto se acercó a Bernardo y le entregó un teléfono móvil.—Aquí está, señor. Las fotografías que pidió están almacenadas en un álbum oculto del teléfono. Nadie podrá verlas a simple vista.Bernardo sonrió con una satisfacción perversa y tomó el teléfono.Se dirigió hacia Mora, quien, ajena a la situación, hablaba con unos colegas.Se inclinó y colocó el dispositivo en el suelo frente a ella.—Mora, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, con
Cuando sus labios se separaron, ambos quedaron inmóviles, aturdidos por lo que acababa de ocurrir. Salvador y Alma intercambiaron miradas llenas de asombro y confusión, como si el mundo se hubiese detenido por un instante.—¿Por qué me besaste? —preguntó Alma con un susurro, tratando de procesar lo que había pasado. Su voz tenía un matiz de reproche, pero también de vulnerabilidad.Él desvió la mirada por un momento, luego la enfrentó con algo de nerviosismo.—Tú también me besaste… —murmuró con una pequeña sonrisa, como intentando suavizar el momento.Alma sintió que el calor le subía al rostro. Era cierto, lo había hecho. No podía negarlo.Sus manos temblaban mientras apretaba el borde de su vestido, incapaz de encontrar las palabras.Ambos bajaron las miradas, evitando enfrentarse al torrente de emociones que comenzaba a desbordarse.—Feliz cumpleaños, Salvador… —dijo Alma, rompiendo el incómodo silencio, aunque su voz temblaba ligeramente.Él la miró con ternura, una calidez que n
Al día siguienteTina apenas había terminado de limpiar el pequeño departamento cuando un golpe en la puerta resonó con fuerza. Al abrir, quedó helada al encontrarse cara a cara con Bernardo.—¿Tú? —su voz apenas fue un susurro, cargado de incredulidad.Él respondió con una sonrisa llena de sorna, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo, como si no fuera extraño plantarse frente a ella después de tanto tiempo.—¿Has escuchado esa frase que dice “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”?Tina frunció el ceño, confundida, mientras Bernardo ingresaba al departamento sin esperar invitación.—¿Qué estás haciendo aquí, Bernardo? ¿Qué es lo que quieres?Él se giró hacia ella, su expresión se volvió seria, casi fría.—Fácil. Quiero destruir a Darrel Aragón y su matrimonio.Tina parpadeó, atónita.—¿Qué?—Así como lo escuchaste. Quiero que deje libre a Mora, y tú vas a ayudarme.Por un instante, Tina no supo si reírse o golpearlo.—¿Dejaste a una rica heredera por una simple bastarda? —e
El aroma dulce de un pastel recién horneado llenaba la cafetería, envolviendo el ambiente en un aire de calidez hogareña. Alma revolvía un recipiente de crema mientras la pequeña Florecita, sentada sobre un taburete, observaba atentamente el video instructivo en su tableta.—¡Quiero muchas chispas de chocolate, Alma! —pidió la niña con ojos brillantes, apuntando al pastel, enfriándose sobre la mesa.—Claro, pequeña chef. Tú mandas hoy —respondió Alma con una sonrisa mientras le pasaba un tazón lleno de chispas.Las risas y el bullicio se interrumpieron cuando Salvador entró por la puerta.—¡No, hermanito! —gritó Flor, levantando las manos para cubrir sus ojos—. ¡No puedes ver tu pastel hasta que soples la velita!Él rio, obediente, y se dio la vuelta, fingiendo no haber visto nada.—Como tú digas, princesa.Sin embargo, justo cuando estaba a punto de volver a la cocina, sonaron golpes en la puerta principal. Salvador frunció el ceño.—Yo me encargo —dijo, caminando hacia la entrada.C