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La cabaña se alzaba solitaria entre las montañas, rodeada por la quietud de la noche. El canto de los grillos y el murmullo del viento nocturno eran los únicos testigos de su llegada. Alma y Salvador detuvieron el auto frente a la pequeña construcción de madera.Las luces del interior estaban apagadas, y el frío de la altura se colaba bajo sus abrigos.Alma miró a Salvador con curiosidad, frunciendo ligeramente el ceño.—¿Por qué vinimos aquí?Él sonrió, una de esas sonrisas que siempre lograban desarmarla.—Bueno, fue idea de tu papá.La sorpresa se reflejó en los ojos de Alma.—¿Qué? ¿De verdad?Salvador asintió, divertido por su reacción.—Claro. Tu papá te adora. Quiere que seas feliz… y, al parecer, cree que yo puedo ayudarte a lograrlo.Alma no pudo evitar sonreír.Su padre siempre tenía una forma peculiar de demostrar su amor, y aunque a veces lo desafiaba, sabía que en el fondo solo buscaba lo mejor para ella.Cuando entraron a la cabaña, un aire frío les dio la bienvenida.Sal
Bernardo apretaba los puños mientras miraba el cuerpo inerte de su abuela en la morgue. El frío del lugar parecía traspasar su piel, pero no era el frío lo que lo hacía temblar.Era la rabia, el dolor encapsulado en su pecho, acumulado durante años.Las luces blancas y frías iluminaban el rostro de la mujer que lo había cuidado de niño. Ahora, se había ido para siempre.—Abuela, te juro que los Aragón pagarán —murmuró con los dientes apretados—. Pagarán por todo el daño que nos hicieron, por todas las vidas que destrozaron.Sus palabras resonaban en su mente como un mantra, un juramento. Se giró con brusquedad y salió de allí, su corazón rugiendo con ira contenida. Pero apenas cruzó la puerta, su paso se detuvo en seco. Allí estaba Máximo Aragón.El anciano lo miró con una calma que parecía diseñada para ocultar una tormenta interna.—Vendrás conmigo, Bernardo —ordenó Máximo con voz grave.El joven lo miró con desconfianza, pero no opuso resistencia. Lo siguió en silencio, sus pensami
Dylan dio un paso dentro del apartamento de Bernardo, pero lo que encontró lo dejó helado. Su padre, Máximo, estaba ahí, sentado con la espalda recta, como si estuviera esperando algo.—¿Qué haces tú aquí? —exclamó Dylan, su voz cargada de incredulidad y furia.Máximo levantó la vista, y en su mirada había un destello de temor, aunque intentaba mantener la compostura. Temía, más que nada, que su hijo volviera a pensar lo peor de él.—Dylan, estoy aquí por lo mismo que tú —dijo, con voz serena, pero su pecho parecía apretarse bajo la presión del momento.Bernardo, que estaba de pie junto a la ventana, observó la escena con una sonrisa ladeada, como un depredador que disfruta el espectáculo.—Mi abuelo está de mi lado —intervino Bernardo con una fría suficiencia—. Siempre preferirá a Eduardo, tío. Incluso muerto, Eduardo será más importante que tú.Las palabras golpearon a Dylan como un puñetazo. Sus ojos se oscurecieron con una mezcla de rabia y desprecio mientras avanzaba hacia Bernard
Darrel sintió cómo la furia ascendía como un torrente incontrolable al mirar las caras de los empleados.Algunos lo observaban con duda, otros con una burla apenas disimulada, y unos pocos con curiosidad malsana. Pero lo peor eran las preguntas silenciosas, esas que susurraban detrás de las miradas inquisitivas.No pudo contenerse más.—¡¿Acaso no se les paga por trabajar?! —rugió con una voz que retumbó por toda la planta.Las personas retrocedieron, murmurando disculpas antes de volver a sus puestos. Solo Salvador se atrevió a acercarse, su rostro tranquilo a pesar del caos.—Ya he llamado a la empresa de publicidad, señor. Les hemos amenazado con una demanda por injurias y están retirando esa porquería en este momento. —Su tono era firme, pero sus ojos denotaban preocupación.Darrel soltó un suspiro pesado, tratando de calmar el hervidero de emociones que se agolpaban en su pecho.—Gracias, Salvador. Aunque quisiera negarlo, Mora y yo tenemos enemigos. Personas que harían cualquier
Darrel salió de casa mientras Mora dormía profundamente. Su respiración tranquila y su semblante sereno contrastaban con la tormenta que rugía dentro de él.El recuerdo de su esposa llorando por las maliciosas calumnias de Tina lo llenaba de rabia. No podía permitir que alguien dañara a la mujer que amaba y menos a su hijo, que crecía dentro de ella.Condujo hacia el departamento de Tina, cada kilómetro que recorría alimentando su furia. Para él, no había peor villanía que ensuciar el amor puro que compartía con Mora.Al llegar, su determinación era tan sólida como una roca.Tina, que lo vio acercarse a través de la cámara de seguridad, sonrió con astucia. Corrió a cambiarse, despojándose de toda su ropa y cubriéndose únicamente con un abrigo.Aprovechó el momento para tomar una captura de la cámara y enviársela a Mora, acompañada de varias llamadas insistentes.Cuando la joven finalmente respondió, Tina no dijo nada, solo dejó que el silencio se llenara de suspenso antes de colgar.«E
Mora y Darrel estaban emocionados mientras salían del hospital.La noticia de que esperaban gemelas les había llenado de una alegría tan profunda que no podían dejar de sonreír.Caminaban de la mano, compartiendo miradas cómplices y sueños silenciosos sobre el futuro que les esperaba.—Cuando les contemos a mis padrinos, van a estar tan felices, amor —dijo Mora, su voz temblando por la emoción mientras acariciaba su vientre—. No puedo esperar para darles la noticia.Darrel se detuvo, la giró hacia él con suavidad y acunó su rostro entre sus manos.Sus ojos, llenos de adoración, se encontraron con los de Mora.—Mora, tú me has dado las mayores alegrías de mi vida. Nunca dejaré de agradecerte... ni de pedirte perdón por haberte hecho tanto daño en el pasado.Las palabras de Darrel llegaron al corazón de Mora, reviviendo viejas heridas y sanándolas al mismo tiempo.Se abrazó a él, sintiendo su calor, su amor.—Está bien, amor. Te he perdonado. Es cierto, me rompiste el corazón... pero tam
Cuando Bernardo llegó a su departamento, nunca imaginó que encontraría a su madre allí.La escena fue como una bofetada sin tocar su piel, un golpe que lo dejó sin aliento, sin saber qué sentir.Su mirada recorrió el espacio, buscando explicaciones, pero su madre estaba ahí, en el centro de la sala, como una sombra de lo que alguna vez había sido.—¡Madre! —su voz tembló entre la sorpresa y la ira, pero lo que encontró fue una mirada fría y distante.Cecilia, agotada, se levantó del sofá con una rapidez que contrastaba con su apariencia cansada.Y sin previo aviso, su mano voló hacia su rostro, dejándolo en shock. El sonido de la bofetada resonó en sus oídos como un eco profundo que lo dejó sin palabras.—¡¿En esta basura de hombre te convertiste?! —las palabras de Cecilia lo atravesaron, y Bernardo sintió cómo la rabia crecía en su pecho, tan palpable que parecía quemar su interior.Con el rostro ardiendo por el golpe, Bernardo la miró fijamente, sus ojos enrojecidos de rabia y dolor.
Darrel se lanzó con toda la fuerza de su ira contra aquel hombre descarado que osaba acusar a su esposa de semejante infamia.—¡¿Cómo te atreves?! —rugió, con la voz rota por la furia—. ¿Quién demonios te crees que eres para hablar así de mi mujer?Los puños de Darrel impactaron con fuerza, desatando un caos palpable en el salón.El golpe resonó como un trueno, y los invitados comenzaron a retirarse apresuradamente, horrorizados por el violento espectáculo.Salvador, Dylan y Franco se lanzaron hacia él, sujetándolo con todas sus fuerzas mientras él se debatía como una bestia enjaulada, intentando liberarse.—¡Hijo, por favor, cálmate! —imploró Salvador, su voz cargada de angustia—. ¡Él está mintiendo! ¡Solo quiere destrozarte!Mora, desde la distancia, contemplaba todo con el corazón hecho pedazos.El escenario de su vida parecía venirse abajo, reducido a un campo de batalla de insultos y violencia. La traición en las palabras de aquel hombre y la burla en la sonrisa de Tina se clavaba