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Dylan dio un paso dentro del apartamento de Bernardo, pero lo que encontró lo dejó helado. Su padre, Máximo, estaba ahí, sentado con la espalda recta, como si estuviera esperando algo.—¿Qué haces tú aquí? —exclamó Dylan, su voz cargada de incredulidad y furia.Máximo levantó la vista, y en su mirada había un destello de temor, aunque intentaba mantener la compostura. Temía, más que nada, que su hijo volviera a pensar lo peor de él.—Dylan, estoy aquí por lo mismo que tú —dijo, con voz serena, pero su pecho parecía apretarse bajo la presión del momento.Bernardo, que estaba de pie junto a la ventana, observó la escena con una sonrisa ladeada, como un depredador que disfruta el espectáculo.—Mi abuelo está de mi lado —intervino Bernardo con una fría suficiencia—. Siempre preferirá a Eduardo, tío. Incluso muerto, Eduardo será más importante que tú.Las palabras golpearon a Dylan como un puñetazo. Sus ojos se oscurecieron con una mezcla de rabia y desprecio mientras avanzaba hacia Bernard
Darrel sintió cómo la furia ascendía como un torrente incontrolable al mirar las caras de los empleados.Algunos lo observaban con duda, otros con una burla apenas disimulada, y unos pocos con curiosidad malsana. Pero lo peor eran las preguntas silenciosas, esas que susurraban detrás de las miradas inquisitivas.No pudo contenerse más.—¡¿Acaso no se les paga por trabajar?! —rugió con una voz que retumbó por toda la planta.Las personas retrocedieron, murmurando disculpas antes de volver a sus puestos. Solo Salvador se atrevió a acercarse, su rostro tranquilo a pesar del caos.—Ya he llamado a la empresa de publicidad, señor. Les hemos amenazado con una demanda por injurias y están retirando esa porquería en este momento. —Su tono era firme, pero sus ojos denotaban preocupación.Darrel soltó un suspiro pesado, tratando de calmar el hervidero de emociones que se agolpaban en su pecho.—Gracias, Salvador. Aunque quisiera negarlo, Mora y yo tenemos enemigos. Personas que harían cualquier
Darrel salió de casa mientras Mora dormía profundamente. Su respiración tranquila y su semblante sereno contrastaban con la tormenta que rugía dentro de él.El recuerdo de su esposa llorando por las maliciosas calumnias de Tina lo llenaba de rabia. No podía permitir que alguien dañara a la mujer que amaba y menos a su hijo, que crecía dentro de ella.Condujo hacia el departamento de Tina, cada kilómetro que recorría alimentando su furia. Para él, no había peor villanía que ensuciar el amor puro que compartía con Mora.Al llegar, su determinación era tan sólida como una roca.Tina, que lo vio acercarse a través de la cámara de seguridad, sonrió con astucia. Corrió a cambiarse, despojándose de toda su ropa y cubriéndose únicamente con un abrigo.Aprovechó el momento para tomar una captura de la cámara y enviársela a Mora, acompañada de varias llamadas insistentes.Cuando la joven finalmente respondió, Tina no dijo nada, solo dejó que el silencio se llenara de suspenso antes de colgar.«
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y
Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.Comenzó a gritar desesperada.Hasta que una enfermera apareció.—¡Señorita, cálmese, por favor!—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?El doctor negó.—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.Marella parecìa tan des
—¡Ella está embarazada, abuelo!Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.Eduardo le miró sorprendido.—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?El abuelo sintió que eso le dolía.—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó EduardoEl abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre,
Un silencio cimbró el lugar, los ojos de Eduardo se ensancharon, sorprendidos al ver a la mujer ahí.Glinda sintió una rabia intensa.—¡Haz que se vaya, ha venido a maldecirme! —dijo Glinda casi llorando.—¡Quiero felicitar a los novios! Se merecen el uno al otro, hacen una pareja perfecta, ¿no lo creen? Después de todo, son igual de traidores, ¿Acaso no engañaste a tu difunto marido con Eduardo, quien me traicionó a mí, Glinda? Diles, diles a todos que esperas un hijo de Eduardo, ¿O no es de Eduardo? Ya que es una mujer infiel, dinos, Glinda, ¿Ese hijo que esperas es realmente de Eduardo Aragón? —exclamó Marella en voz alta, sintiendo una adrenalina que le daba fuerzas.La gente estaba tan sorprendida, Eduardo estaba al borde de un ataque de ira.Glinda estaba llorando sin control, corrió alejándose, abrumada por la humillación, Yolanda fue tras ella.Justo al fondo, con una sonrisa burlona, estaba Dylan Aragón, el primogénito de Máximo y medio hermano de Eduardo.«Venir aquí y ver e