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Dylan reaccionó con rapidez, aprovechando el vaivén repentino del yate al virar. Con una patada bien dirigida, hizo que el capitán perdiera el equilibrio y cayera al suelo. En un movimiento calculado, Dylan le arrebató el arma, su respiración agitada mientras lo apuntaba con decisión.—¡¿Quién te envió a hacer esto?! —rugió, su voz llena de furia.El hombre temblaba, apenas capaz de sostener la mirada. El terror lo obligó a hablar.—¡Alejandro…! ¡Fue Alejandro! —gritó desesperado.El nombre no significaba nada para Dylan, pero no tuvo tiempo de indagar. Un vistazo al horizonte le mostró el peligro inminente: el yate avanzaba directo hacia un risco. Con el arma aún en la mano, tomó a Marella por el brazo.—¡Salta conmigo! —le ordenó.—¡Dylan, no puedo! —Su voz estaba cargada de pánico, sus piernas temblaban.Dylan la miró con intensidad, sujetándola con fuerza.—¡Recuerda lo que nos prometimos, Marella! ¡Yo salto, tú saltas! —su tono fue firme, una promesa grabada en sus palabras.Con u
—¡¿Qué pasa, Santiago?! ¿Qué le pasó a mi hijo? —exclamó Miranda, su voz temblaba con una mezcla de desesperación y temor.Agustín apretó los puños a su lado, su mente nublada por la preocupación. No dejaba de pensar en Marella, su hija. El silencio de Santiago era un presagio, una sombra que caía sobre todos en la habitación.Santiago finalmente se dejó caer en una silla, como si su cuerpo ya no pudiera soportar el peso de la noticia que llevaba. Miranda, con las manos temblorosas, le ofreció un vaso de agua. Él lo tomó, pero no bebió. Sus ojos, rojos y vidriosos, se alzaron hacia ella, y en ese momento, el corazón de Miranda supo la verdad antes de que las palabras fueran pronunciadas.Lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Santiago, sus manos temblaban, apretando el vaso con fuerza. Su garganta se cerraba, y cada palabra era como una daga que debía sacar lentamente.—¡Santiago, habla, por favor! —rogó Miranda, la angustia en su voz desgarrando el aire—. ¿Le pasó algo a mi hij
Yolanda colgó la llamada, su pecho subiendo y bajando de emoción contenida. Apenas tuvo tiempo de controlar la expresión de triunfo en su rostro cuando escuchó el sonido de otro teléfono. Sabía exactamente de quién era.Corrió hacia la sala y encontró a Máximo ya con el móvil en mano, atendiendo la llamada con una expresión de creciente alarma. Su voz, habitualmente fuerte y autoritaria, se quebró con un susurro.—¿Qué dijiste? —preguntó, su tono incrédulo. Un segundo después, el teléfono resbaló de sus manos, golpeando el suelo con un ruido seco.Yolanda se acercó rápidamente, fingiendo preocupación.—¡Mi amor! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —preguntó, tomándolo del brazo.Pero Máximo no respondió. Cayó desplomado en el sillón más cercano, como si su cuerpo no pudiera soportar el peso de la noticia. Sus hombros temblaban, y su rostro, normalmente severo, estaba pálido y cubierto de un sudor frío.—¡Dylan! ¡No, mi Dylan! —gritó de pronto, llevando las manos al rostro mientras un sollozo de
Al amanecerEl aroma salado del mar impregnaba el aire fresco de la mañana mientras Dylan observaba a Marella desde la distancia. Ella estaba inclinada sobre una olla, ayudando a la anciana a preparar el almuerzo, sus movimientos meticulosos y concentrados, como si cada pequeña acción la anclara a la realidad después de tanto caos. Dylan no pudo evitar sentir un nudo en el pecho. Esa mujer había enfrentado todo con una fortaleza que él apenas podía comprender.Con un suspiro, se giró hacia Pedro, el anciano que había accedido a ayudarlo.—Venga conmigo —le dijo Pedro con una sonrisa amistosa—. Vamos a ver si alguien tiene un barco o lancha disponible. Somos un pueblo pequeño, ¿sabe? Aquí nadie quiere irse. Es un lugar pacífico, incluso si estamos lejos del mundo. Dylan asintió, tratando de captar el significado detrás de esas palabras.—Debe ser especial —respondió, mirando a su alrededor el paisaje sereno—. Porque, a pesar de estar aislados, no parece necesitar de nada.Después de ca
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y
Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.Comenzó a gritar desesperada.Hasta que una enfermera apareció.—¡Señorita, cálmese, por favor!—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?El doctor negó.—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.Marella parecìa tan des
—¡Ella está embarazada, abuelo!Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.Eduardo le miró sorprendido.—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?El abuelo sintió que eso le dolía.—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó EduardoEl abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre,