Capítulo 2
Los dos se abrazaban como si no hubiera nadie más, y, al final, se besaron frente a todos. Él rodeaba su cintura con sus brazos, con total confianza, mientras ella lo tomaba de los brazos, como si fuera lo más natural del mundo.

A su lado, yo parecía una extra en mi propia película. La gente alrededor me miraba con burla, y más de uno murmuró a mi lado:

—Si yo fuera Elena, quisiera que la tierra me tragara —comentó uno.

—El prometido se mete con la hermana y ella todavía es capaz de quedarse ahí parada como violinista en velorio.

Yo sabía perfectamente lo que todos esperaban… que hiciera el ridículo, que armara el escándalo de siempre, para que él, con suerte, me prestara un poco de atención.

Wyatt también me miró en ese momento. Y, cuando notó que yo no haría nada, suspiró satisfecho.

Estaba a punto de decir algo, pero no le di el gusto de rebajarme. Me di la vuelta y me fui de una vez.

Llamé al chofer, y, cuando estaba por subirme al auto, cuando un coche negro frenó junto a mí.

Cuando bajó la ventanilla, lo vi. Era Wyatt.

—Sube, no hagas un escándalo —dijo con fastidio.

Iba a negarme, pero entonces vi que Callista iba sentada en el asiento delantero.

—Ese asiento no es para ti —repuso Wyatt, con seriedad, al notar mi mirada.

No dije nada, pero Callista, con los ojos otra vez llenos de lágrimas, se giró hacia mí.

—Hermanita, Wyatt solo se preocupa por mí… Perdón, no quise herirte… Ya me bajo…

Sin embargo, pese a sus palabras, no se movió ni un centímetro.

Wyatt le tomó la mano con cariño, mientras me miraba como si yo fuera una molestia.

—No incomodes a Callista. Si no vas a subir, entonces no estorbes.

Sin decir ni una palabra, caminé directo a la puerta trasera del auto, mientras Callista le acariciaba el rostro a Wyatt, como si yo no existiera.

—Wyatt, ¿te gusta el olor de esta crema para manos? —le susurraba, pasándole los dedos por la cara, una y otra vez.

Se escuchaba a la perfección cómo Wyatt tragaba saliva. La respiración de ambos se volvió pesada, y sus miradas cada vez más intensas. Estaban por desbordarse.

Justo cuando estaban por besarse… ¡PUM! Se escuchó un portazo.

Wyatt se giró de golpe hacia atrás, encontrándose con que el asiento trasero estaba vacío.

Entonces lo entendió: el ruido había sido la puerta al cerrarse.

Era yo.

Algo dentro de él cambió, algo que no podía explicar.

Bajó del coche casi corriendo y me gritó:

—¿A dónde crees que vas?

Lo miré por un segundo y señalé un coche que acababa de llegar.

—No necesito que me lleves. Me voy en ese.

Wyatt notó algo raro en mí, pero, como siempre, pensó que era otra de mis escenas. Por lo que, rápidamente, me tomó del brazo y sacó un anillo del bolsillo, el cual me colocó en el dedo a la fuerza.

—Ya basta de hacerte la difícil. Serás mi esposa, aunque sea solo en papel, pero la única que quedará como tonta eres tú.

—¿Y quién será tu esposa de verdad? ¿Callista? —pregunté con un tono seco, mirándolo fijamente.

Wyatt se quedó callado. Aunque se notaba enojado, en el fondo también parecía satisfecho.

—Más te vale que cierres la boca —dijo, en tono amenazante—. Callista no es como tú. Ella es dulce, delicada, buena… No se compara con una salvaje como tú. Si se te ocurre decirle o hacerle algo, prepárate para pasar el peor día de tu vida cuando nos casemos.

Al escuchar eso, me dieron ganas de reír. Wyatt no quería quedar como el malo, pero tampoco quería dejar ir a Callista. Así que era más fácil echarme la culpa a mí, como si yo fuera la responsable.

Sin decir nada más, me di la vuelta y me subí a mi auto que me estaba esperando.

En el camino, revisé mi teléfono móvil y vi que Callista acababa de subir una nueva historia: un diamante rosa brillaba en su mano en plena oscuridad.

Lo reconocí de inmediato. Ese diamante, de casi diez quilates, lo habían subastado hacía poco por más de cien millones.

«Así que el comprador misterioso… era Wyatt.»

De pronto, pensé en el anillo que él me había dado. Lo saqué y miré bien el pequeño diamante, comprobando que se trataba del regalo barato que daban en la subasta con la compra del diamante rosa.

Sin embargo, antes de que pudiera ir más allá, mi teléfono sonó.

Vi el nombre en la pantalla y contesté.

—Wyatt, si te casas conmigo… ¿qué pasará con mi hermana…?

—Callista, eres la única que amo. Ella no se lo merece.

Se escuchaban besos y jadeos al otro lado de la línea. ¡Qué maldito asco!

Colgué de inmediato.

A los segundos, me llegó un mensaje de Callista:

«Hermana, la que no es amada… esa es la amante, la otra. Llevas años como la prometida de Martino. Ya era hora de que me tocara un poco de diversión.»
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP