A medida que él bajaba la velocidad, el alivio que sentí por escucharlo llegar desaparecía, y daba espacio al entumecimiento. El balde de agua fría cayó de nuevo en mi cabeza al recordar la noche pasada. Todo lo que sentía ahora era una tensión entre nosotros.De todas las razones por las cuales se acercó a mi casa las menos probables eran: porque me quería, o porque había cambiado de parecer y quería lo que yo le había ofrecido ayer. Cuando despejé mi mente de la discusión con mi madre, esto había tomado su lugar dentro de la neblina.Estaba agradecida que me hubiera sacado de casa, de escuchar rugir a la Ducati de nuevo, pero esto no eran esas noches de disfrute. Me dije que esto debía ser una despedida. Paseos en motocicleta, noches divertidas, chapuzones en el oceano, risas contagiosas y conversaciones interminables. Todo fue parte de una bonita y corta aventura que recordaría con una sonrisa en mis labios. Aquél hombre que me dio la confianza de ser yo misma. Quien me dijo que po
Mi madre una vez me dijo que el corazón de una mujer no se compra, ni se vende. Se gana. El de ésta mujer yo me lo había ganado.Un hermoso regalo envuelto en lo que ésta chica era. Pero era un premio que no quería si tenía incluido una mentira omitida. Una mentira que si salía a relucir maltrataría su ser ya rasgado.Prefería decirlo ahora y no tenerla, que ver una mirada de traición cruzar por su cara. En este punto ya no era egoísta. Ella se lo había ganado con una personalidad sincera y unas sonrisas que no merecía.Una sonrisa que ahora sus labios no mostraban.Levanté mi mano y acaricié con el dorso de mis nudillos su mejilla. Ella cerró sus ojos y tomó mi mano para apoyar su cara en ella. Sentí contra mí, como su pecho subía y bajaba en un ritmo lento.─Mamá es sólo muy terca, cederá. Papá ayudará ─decía suavemente mientras cerraba sus ojos. Reí sin ganas.─¿A éstas alturas aún crees que el problema es tu mamá? ─pregunté tranquilo mientras retiraba un pequeño mechón de su rostr
Tiempo.Una pequeña palabra que abarcaba demasiado. Eso era lo que necesitaba en ese momento mientras estaba en el taxi rumbo a casa. Tiempo para asimilar lo que mis oídos habían captado de sus labios.─East Village, calle 85, Ben. Estoy cerca de casa como vez, campeón, pronto estaré ahí he iremos a comer pizza. ─En la lejanía escuchaba hablar en una voz rasposa al hombre. Bloqueé su sonido y me enfurruñé en el asiento mientras aguantaba mis sollozos en mi garganta. Sentía como mis ojos se inundaban de lágrimas.Lágrimas por saber que la vida solo me deparaba pérdidas.Daniel había dicho las palabras. "Te quiero"... y si él me quería podía tenerme. Malditamente lo hacía. Si él me pedía mi corazón, yo se lo daría complacida. Pero él añadió otras que simplemente destrozaron lo que ya poseía en sus manos.Ni en un millón de años pensé en sentir algo más que rencor por el causante de la ausencia de hogar cuando tenía ocho años.Cuando moría de frío en la estación de servicio prometí a qui
Los días siguientes pasaron en un borrón de entumecimiento. La comunicación con mi madre iba de mal en peor.Cuando había llegado aquella tarde del porche del señor Nicolás, no paró de preguntar por mis ojos rojos y mi voz ronca. No paró de decirme que me había advertido. Ni siquiera le había contado nada, y ya iba exclamando con todo gusto que ella tenía la razón y que debía lidiar ahora yo con mi corazón roto.¿Qué debía decirle yo en respuesta? ¿Que sí, que Daniel me había engañado? ¿Que hizo algo mucho peor que acostarse con otra mujer?Daniel no había sido nada más que un excelente hombre en lo que a mí respecta. Como nadie nunca lo había sido. Y, aunque, haya hecho lo que hizo, no iba a revelar su secreto para que ella pudiera regodearse en mí cara.Él no lo merecía...No podía ir y simplemente perdonarlo por lo que había hecho. Era solo que no lo merecía, y odiaba tener todavía esos pensamientos hacía él porque, ¿cómo se suponía que tenía que olvidarle si todavía seguía con sen
Frederick tenía un civic azul. Sonaba y se sentía genial. Bien por él. Mal por mí por estar encerrada en este pequeño auto con un hombre cuya boca no paraba un segundo para tomar un respiro.El chico había entrado en confianza cuando lo alenté a contarme como había conseguido el auto. A partir de ahí se adentró en una incansable charla sobre préstamos de banco y caja de ahorros. Entre seguros, fideicomisos y demás.Sin embargo, cuando paré su cháchara para sugerirle que fuéramos a la playa, su entusiasmo bajó de nivel y se cerró diciendo en una voz confusa que no llevábamos la ropa adecuada. Yo le dije que era muy estirado y que podía nadar en calzones si quería.─¡No fui criado por salvajes!─Bueno, hubieras salido más divertido, eso sí ─bromeé con él y escuché una pequeña risa por su parte.Finalmente el aceptó y de la nada ya me encontraba a su lado sentada en la capota del Civic, escuchando la diversión a la distancia desde el estacionamiento.El olor a mar y sol, por alguna razón
El continuo sonido del tono de llamada sonaba en el auto dando anticipación a una voz que buscaba escuchar desde el mismo momento en que desapareció.—¿Daniel? —pregunté con mi estómago en mi garganta al momento en que tomaron el teléfono.—Sí, hola... En estos momentos el Sr. Cox se encuentra indispuesto —respondió una mujer de edad del otro lado de la línea. Apreté mis puños en frustración.—¿Segura? ¿Podría decirle que Eloise Bennett le busca? —pedí sin querer rendirme. Parecía extraño que otra persona respondiera su teléfono personal. Esperé unos segundos antes de que respondiera.—¿La señorita Bennett? ¡Oh, Dios, es usted! —exclamó angustiada.—Si, soy yo. ¿Pasa algo? ¿Dónde está Daniel? —pregunté urgente. En ese momento lo que menos importaba era quien estaba del otro lado del teléfono.—Él ha estado bebiendo tanto, señorita Bennett —mencionó preocupada. Su voz tenía un quiebre de desasosiego que me hizo temblar. Tragué fuerte y cerré mis ojos en medio de un suspiro. Mi corazón
El calor que desprendía un cuerpo a mi costado izquierdo y el incesante repicar de un teléfono, hizo que me despertara del mejor sueño que había tenido en muchos años. Con una paz y una ligereza que recorría mi cuerpo que había olvidado que podía sentir.Abrí mis ojos y encontré la razón. Una apacible y durmiente figura estaba arraigada a mi cuerpo con unas de sus manos posada en mi barbilla y la otra enterrada en mi cabello. Una de sus piernas estirada despreocupadamente en medio de las mías y su cabeza posada ligera en mi hombro. En ese momento estuve consiente de su cuerpo y como calmado, subía y bajaba contra el mío.Una dicha me embargó por ver su dulce rostro tan cerca del mío, su cuerpo tendido en esta cama y su mano rozando de nuevo mis mejillas. Mi corazón empezó a hacer cosas extrañas en mi pecho y solo pude posar mis labios en su frente mientras cerraba mis ojos, calmando mis agitados sentimientos. Suspiré profundamente y enterré mi mano en ese abundante cabello color cara
─Ya es de noche, Eloise, ¿todavía estás con él? ─preguntó calmada mi madre a través del teléfono.Por más que no estuviera en buenos términos con ella, había querido llamarla para verificarle que no me había pasado nada y estaba segura. Sabía que estaría preocupada. Había paseado todo el día fuera de casa.─Sí, estamos en su departamento -le confirmé.─Bien.Se escuchaba calmada, muy diferente a como de furiosa y alterada sonaba esta mañana.─¿Está todo bien? ─pregunté con mi ceño fruncido. Me había preparado mentalmente para ésta batalla y, a pesar de que sabía que seguiría molesta, me iba a aguantar eso con tal de confirmarle mi bien estar. Pero extrañamente esta vez no, ahí estaba ella, hablando conmigo como si nada hubiera pasado. Tranquila. Serena.─Sí, por supuesto.Encogí mis piernas hasta mi pecho en el sofá y apoyé mi barbilla en mis rodillas. Las abracé con mi mano izquierda.─Mamá, yo... ─suspiré calmándome─. Daniel es diferente, ¿sí? No es como lo pintas. Él solo me entien