Los días pasaron y al parecer Max se ha comportado muy bien, tras el intento de escapar de la primera noche, no volvió a hablar de salidas esas noches.
El día de la quemadura, Giselle llegó por la tarde al departamento y se fue directo a su despacho, donde se encontró todo lo que había anotado en la lista de suministros. Por la mañana estaba tan impresionada del detalle que Max había tenido con ella, que olvidó aquella lista.
Pero Max no.
Se encargó de comprar todo, incluso aquel cuadro que ella pensaba adquirir en un tiempo más.
“—Si no te gusta, lo puedes cambiar ahora mismo.”
Ella sabía que Max estaba tratando de llevarse bien, de tenerla cómoda y grata, y de alguna manera lo agradecía, porque le hacía olvidar el momento por el que estaba atravesando personal y profesionalmente.
Pero tampoco dejaba tener esa sensaci&o
Una mujer de unos cuarenta años entra junto a dos muchachos que no tienen más de quince, Max se pone de pie y estrecha la mano de cada, Giselle hace lo mismo y todos toman asiento.—Muchas gracias por recibirnos —dice la mujer.—Es un gusto poder tenerles aquí —Max se comporta cordial, pero Giselle no sabe si aceptará la propuesta—. Dígame, ¿en qué podemos ayudarle?—Mi nombre es Mary Claire Peck, soy la directora de nuestra fundación, que es sin fines de lucro. Ellos son los Austin y Peter, adolescentes que nuestra fundación acogió desde su nacimiento. Hemos venido para solicitar que su empresa pueda otorgar pasantías o capacitaciones en algún área específica, para que nuestro niños tengan oportunidades de inserción social y laboral.—Bien —Max se cruza de brazos y los mira detenidamente—. T
Al llegar al subterráneo, Max le deja el paso libre a Giselle para que salga. Ella camina mirando a todos lados, buscando al chofer que la lleva, pero no lo encuentra. Va a enviarle un mensaje, pero Max la detiene.—Yo te llevaré.Ella asiente y caminan juntos al auto de Max, que hoy no es el convertible. Le abre la puerta del copiloto y la ayuda a subir, porque es un poco alto. Rodea el auto con gracia, soltando los botones de su saco, se lo quita antes de subirse y se sube las mangas.Cuando se sienta frente al volante, se quita la corbata y se afloja dos botones de la camisa, obligando a Giselle a mirar por la ventana.—Chica del choque, eres la encargada de la música.—Mejor no, mis gustos son un tanto ruidosos y no creo que sean de tu gusto.—Tú elige, que yo no me quejo, a mí me gusta la música, sea cual sea.—Luego no te quejes —conecta su telé
Llegan al auto, la ayuda a subir y cuando se sube, Giselle respira profundo para calmarse, mira a Max que hace lo mismo con ella, porque le preocupa esa reacción.—Perdona, exageré porque no lo estoy pasando bien… de alguna manera me identifiqué con la protagonista, porque está tan sola como yo —se mira las manos y trata de no llorar—.—No estás sola —le toma las manos y la mira con ternura—. Tienes a Tomy, a Ferny… a mí.Ella sonríe y se limpia una lágrima que se le escapa. Max se acomoda en el asiento y sale directo a un restaurante, mientras pone la radio para oír las noticias. En ellas, anuncian que una reconocida arquitecta ha inaugurado un condominio ecológico en la ciudad de Nueva York, cuyas casas fueron prefabricadas en hormigón desde sus cimientos.—Sería fabuloso que se pudiera replicar en todo el paí
Para cuando Max consigue abrir los ojos, se siente algo mareado, siente que la cabeza le fue aplastada y no es para menos. El rohypnol no es algo para jugar y precisamente eso es lo que la mujer le metió a Max a través de un beso.Aunque la luz natural le daña los ojos, se obliga a despertar, aunque no reconoce muy bien el lugar, puede imaginarse dónde está. Gira la vista para terminar de reconocer el lugar, pero, para su sorpresa, se encuentra con aquella silueta que conocer a la perfección.Trata de incorporarse, porque la cabeza de Giselle reposa en una manera poco natural. Pero el mareo le impide moverse, acentuándose más y decide recostarse otra vez, solo para no darle más problemas a la chica.—Gi-giselle… — le dice con la voz rasposa, por su garganta reseca, ella levanta la cabeza como aturdida y se pone de pie para acercarse a Max—. ¿Qué pasó?
Sin decirle nada a Giselle, trata de bajarse de la cama, pero su cuerpo está algo aturdido todavía y la chica debe sostenerlo.—Necesito ir al baño.—Me estás…—No.Suspira irritada, pero lo lleva al baño, una vez que se asegura que no se caerá, se para de espaldas a él, en el umbral de la puerta y de brazos cruzados.—Si sientes que te vas a caer, dímelo.—¿Aunque esté…?—Sí, ya qué.Pero no pasó nada de eso. Así que Max se lava las manos, Giselle lo lleva a la cama de nuevo y comienza a sacar la ropa del bolso, dejando la ropa interior sobre todo lo demás. Él se queda mirando la ropa y luego trata de ponerse un calcetín, pero se va con todo y cuerpo hacia adelante, por lo que Giselle decide que en eso lo puede ayudar.—Gracias, señorita niñera.—Cállate —le responde de mala gana, en parte porque no se esperaba que le tocaría hacer algo como eso y en parte porque tiene sueño—.Y todos saben que las mujeres con sueño se ponen de muy mal genio en algún momento.Le pone los calcetines y
Tras el incidente con la mujer del local nocturno las cosas se mantuvieron muy calmadas durante los siguientes días. Pero lo mejor de toda aquella noche fue lo ocurrido con los medio de comunicación.Y es que ninguno se enteró.Giselle se encargó de manejar esa situación de raíz, no dio la oportunidad de que nadie grabara a Max al salir, cubriéndole el rostro y haciendo que en el hospital firmaran un acuerdo de confidencialidad.Por supuesto, Max no sabía nada de eso, así que se sentía extraño de llegar al lunes sin verse en los tabloides sensacionalistas.Pero Giselle se volvería otra cosa.Como no quería dejar solo a Max, canceló la cita del domingo con Evan y quedaron en verse durante la semana para almorzar en algún lugar discreto. Evan insistió que fuera en su casa, pero la mujer alegó que no tenía tanto tiempo, así que finalmente el senador eligió un restaurante modesto, discreto y alejado de la parafernalia de Los Ángeles, si es que eso es posible.El chofer la deja frente al l
Llega a la fábrica de Hunter Security Solutions, allí Max la está esperando en la entrada. Ella corre para entrar, mientras se arregla un mechón de cabello que se le escapó.—Disculpa, estaba almorzando con un amigo.—¿Amigo? —le pregunta él con amabilidad, aunque por dentro se muere de celos—.—Con Evan, el senador Smith…—Menudo amigo —dice entre dientes y Giselle lo mira—.—¿Dijiste algo?—Nada, los chicos nos esperan.Cabe decir que el reencuentro de Giselle con Austin y Peter fue muy efusivo, pero esta vez iban todos los chicos del orfanato, así que los saludó a todos super emocionada. Una asistente de la fábrica los invita a ponerse los implementos de seguridad a todos, incluidos los cascos.Giselle se desarma la coleta, dejando su cabellera suelta, para que no le moleste el casco
Es viernes y sus cuerpos lo saben.Max se levanta con una sonrisa radiante, sale de su habitación directo a la cocina por su chocolate, hoy no quiere hacer ejercicio en la mañana y un dios griego como él se lo puede permitir cuantas veces quiera.Toma la taza con el delicioso líquido, le coloca tres malvaviscos y camina a la ventana. Apenas está amaneciendo, pero él se siente radiante y lleno de vitalidad, con ganas de hacer cosas menos auto destructivas y es obvio que en eso tiene que ver Giselle.En la habitación más grande del departamento, la mujer abre los ojos con algo de pereza, se sienta en la cama y deja escapar un bufido al ver que es viernes.—Solo espero que no haga una tontería como la de la semana pasada…Se pone de pie de mala gana y sale con rumbo a la cocina, para beber ese café que al menos la despertará, porque ánimo es imposible en e