Me desperté tarde, sintiendo el sol golpear fuertemente a través de la ventana de mi habitación. Un rápido vistazo al reloj confirmó mis temores: había dormido mucho más de lo que planeaba. Maldiciendo en voz baja, salté de la cama y me apresuré hacia el baño. El agua caliente de la ducha me ayudó a despertarme por completo mientras me lavaba rápidamente el cuerpo. Cinco minutos más tarde, salí corriendo, envuelta en una toalla, y me dirigí a mi armario en busca del uniforme habitual. Sabía que había descuidado mi deber de vigilar, y eso me preocupaba profundamente. Necesitaba retomarlo cuanto antes. Me vestí a toda prisa, apenas tomándome el tiempo para cepillar mi cabello y cubrirlo con el velo. Bajé las escaleras con rapidez, el sonido de mis pasos resonando en el aire. Una de las hermanas se me acercó en ese momento, su rostro serio mientras tomaba mi mano con la suya. Al mismo tiempo, Roman ingresaba con su porte serio pero coqueto de sacerdote, y sentí un nudo en el estómago a
Permanecí en ese lugar un par de horas, hasta que decidí salir. Subí a la camioneta del convento y me puse en marcha. Roman había estado llamando insistentemente, pero al menos me dio mi espacio y no vino hasta aquí para buscarme; sin embargo, estaría bueno que lo hiciera.En ese momento, otro llamaba entraba, y cuando vi su nombre en la pantalla, sonreí por instinto para después contestar.— Hmm — Solo eso di como respuesta.— ¿Cómo que hmm? ¿Has visto la hora, pajarita? Ya se hizo noche y aun no estás aquí — manifiesta.— Estuve en el refugio — respondí —, pero ya estoy en camino. Nada que tus hombres no te hayan informado.Porque sí, era conscientes que los hombres de Roman me custodiaban.— ¿Cómo quieres que te espere? Vestido de sacerdote para bendecirte o completamente desnudo en tu diminuta cama — dice, y no puedo contenerme a soltar una carcajada que sale de mi alma.¿Acaso este hombre no puede simplemente dejar de bromear con eso de las bendiciones?— Estás loco.— Haré que s
ROMANPresionaba fuerte el celular en la oreja, esperando a que ella no cortara, per estaba claro que lo tenía en voz alta. El terror me inundó mientras escuchaba sus palabras, cada una de ellas una puñalada en mi alma. Mi mente giraba, incapaz de procesar la idea de perderla.El eco de su caída resonó en mis oídos, dejando un vacío insondable en mi corazón. No había tiempo que perder. Di órdenes rápidas a mis hombres mientras me apresuraba hacia el acantilado, la necesidad de salvarla impulsándome hacia adelante como una fuerza imparable.Cuando llegamos al borde del precipicio, la vista me dejó sin aliento. Danishka estaba atrapada en el vehículo, herida y débil, pero luchando con todas sus fuerzas por mantenerse con vida. Ella no gritaba, y conociéndola, estaba seguro que se estaba concentrando en respirar antes que caer en la desesperación.La impotencia se apoderó de mí mientras observaba la escena, mi corazón retorciéndose en agonía. No me importaba lo que pensaran mis hombres,
— ¿Cómo que de ese hospital? — rugí molesto.— Puede ser Vladimir. Él siempre está ahí con Marta — sospecha Saúl, con una seriedad inmutable. Se nota que está ansioso por la situación, y yo también lo estaría con los daños que nos está ocasionando esta basura —. Solo digo, pero seguiré investigando.Sin embargo, a mí se me ha encendido una lámpara, y aunque no estoy segura de que pueda ser; voy a apostar por ese lado. Tendría mucho sentido.La puerta se abre y el médico sale.— ¿Cómo está ella? ¿Está bien? — pregunté desesperado, olvidándome completamente de lo que pasaba a mi alrededor.La verdad, no me importaba.— Sufrió golpes muy severos, pero logramos mantenerla estable por el momento. — Su rostro no mostraba signos de estar tranquilo.— ¿Qué más?— Como le dije, está estable; sin embargo, sufrió dos infartos en el quirófano. Las próximas horas son cruciales — respondió.— ¿Y su pierna? — escuché a Saúl preguntar.— Logramos salvarla, pero necesitará ayuda profesional — asentí.
DANISHKA.El susurro de la noche se filtraba por las ventanas entreabiertas, creando un aura de calma en la habitación. Roman yacía allí, su cabeza apoyada sobre el colchón, mientras mis dedos se deslizaban suavemente por su cabello. Cada caricia era un intento de calmar la tormenta que rugía dentro de él.— Lamento no poder protegerte mejor — susurró Roman, su voz cargada de pesar —. En verdad, lamento no hacerlo. Quisiera prometerte que… que puedo, pero a veces se me escapa de las manos.Sentí un nudo en mi garganta al escuchar sus palabras. No era su culpa, nunca lo había sido. Quise levantarme, decirle que no tenía por qué disculparse, pero sus ojos se encontraron con los míos antes de que pudiera moverme.— No es tu culpa, Roman — respondí con voz suave pero firme—. Sé que hay más en juego, más personas que quieren vernos mal.El dolor y la preocupación brillaban en sus ojos, como estrellas en una noche sin luna. Me dolía verlo así, tan vulnerable y roto por dentro. Pero esta vez
Los días fueron pasando, y aún me encontrada tendida en la cama. Tenía un puto hoyo en mi pierna que me imposibilitaba moverme con normalidad, y esperar a que cicatrice completamente, llevaría su tiempo.Si esto no se acababa de una vez, más personas inocentes saldrían heridas y no podía permitirlo. Tampoco podía abusar de la confianza de Roman. Por más que lo disimulaba bien, sabía que tenía problemas en con clientes por los cargamentos perdidos.La puerta se abrió, y Saúl me observó con seriedad.— Hay una chica que quiere verte. Una monja… — Pone los ojos en blanco, mientras yo frunzo el ceño —. Dice que se llama Lucía.Una sonrisa se forma en mis labios y asiento efusivamente. Ella ingresa en la habitación, y observa a Saúl con arrogancia, para después enfocarse en mí y realizar una mueca.— Te ves como la mierda, Danishka — masculla —. Sí que te dieron duro.— Tan duro que no tengo idea de cómo sobreviví a ese acantilado — gruñí.— Así que fue un acantilado y no un asalto — soltó
ROMAN.El sol ardiente castigaba la ciudad mientras reunía a los hombres en el viejo almacén que había convertido en mi base de operaciones temporal. La tensión en el aire era palpable, y mi impaciencia crecía con cada segundo que pasaba.— ¡Maldita sea, vamos, muevan esos traseros! — grité, golpeando con fuerza una mesa cercana —. No tenemos tiempo que perder.Los hombres se apresuraron a tomar sus posiciones, conscientes de la urgencia de la situación. A mi lado, Vladimir me miraba con determinación, aunque podía ver el brillo de la preocupación en sus ojos. No era un hombre de muchas palabras, y tampoco quería estar aquí, pero estaba claro que teníamos algo en común en esta guerra. Ambos estábamos siendo perjudicados y tenían a una persona nuestra, la amiga de mi mujer quien al parecer era su mujer.— Roman, ¿qué está pasando exactamente? — preguntó Vladimir, su tono tranquilo contrastando con mi explosiva impaciencia —. No has parado de mirarte desde que salimos del hospital.— La
DANISHKA. — Sigo sin creer que tu casa esté dentro de una putísima cueva — gimió Lucía, mientras observa todo el lugar —. Entonces, ¿está es tu casa? Asentí. — Sí, aunque ahora entiendo porque teníamos una casa muy peculiar — respondí. Lucía tenía el ceño fruncido —. Mis padres eran personas muy importantes… en el mundo bajo. Puso una expresión de asombro y luego se relajó, respondiendo: — Cool. Mis padres eran drogadictos. Consumía lo que tus padres vendían. — Mis padres no traficaban drogas. Al menos no ese tipo de drogas. — ¿Armas? ¿Personas? — Negué —. Puedes abrir ese armario y pasarme la silla de ruedas. Lucía hizo lo que le pedí, y una vez acomodó la silla para mí, me observó. — ¿Había paralíticos en tu familia? — Sonreí y negué. — Mi familia creaba un tipo de droga más potente. Ayudaba a sus hombres a recuperarse de forma más rápida, y esa misma droga con el tiempo de convirtió en un arma, porque los hombres se volvían más fuertes. — Como los soldados de invierno — re