Gia estaba parada entre Lorenzo y Dante frente al vidrio de la sala de recién nacidos admirando a Anna Carmela, la hija recién nacida de Bianca, llamada así en honor a su abuela materna. A su lado derecho su padre miraba emocionado a la bebé, del lado izquierdo estaba Lorenzo.La tormenta finalmente había pasado y Lorenzo estaba más tranquilo porque a Bianca se le pudo contener la hemorragia y no hubo necesidad de hacerle la histerectomía, aunque en ese momento no se sabía si lograría un nuevo embarazo.«Si solo son dos hijas lo que tendré me doy por bien servido, lo importante es que mi Bianca se recupere porque no podría vivir sin ella» pensó Lorenzo emocionado.En ese momento Bianca estaba en la sala de recuperación, cuando despertara de la anestesia la pasarían a una habitación―Es tan hermosa ―dijo Gia con un suspiro pensando en cuando su bebé naciera.―Y tan pelirroja como la madre ―replicó Dante con satisfacción ―No pintas nada, Lorenzo ―le dijo a modo de broma.―Después de est
Gia entró por la puerta principal del hospital y se acercó a la recepcionista. Una sonrisa de inocencia adornaba su rostro.―Me puede indicar cual es el consultorio del doctor Fabricio ―preguntó en la recepción.―En el segundo piso, consultorio doscientos treinta y cuatro, si no hay nadie espere un ratito que el doctor debe estar en el desayuno de bienvenida que le hizo el personal.―Gracias, no hay problema, esperaré.Gia estaba furiosa, su rabia se había calentado mucho cuando supo por medio de Bianca, que Lorenzo había podido contactar con él por teléfono y orgulloso le envió unas fotos de Gianna y de Anna Carmela, en una de las fotos salía su hijo Carmelo cuando estaba recién nacido y el único comentario de Fabricio fue que no le sorprendía que ella tuviera un hijo. «¿Quién demonios se cree él para juzgarme?» pensó.Hasta Lorenzo se molestó por el comentario de Fabricio y le dijo que no se atreviera a hablar mal de ella porque no lo toleraría, desde ese día no se habían vuelto a e
La enfermera que arrullaba a Carmelo levantó la cabeza cuando un olor desagradable llegó a su nariz, su jefe, el doctor Fabricio se había quedado mirando la puerta por donde la mamá del bebé había salido. Ella era enfermera de la sala de recién nacidos y recordaba muy bien a Gia de cuando estuvo hospitalizada por el nacimiento del bebé. Era difícil olvidar ese pelo rojo y a la chica que parecía una adolescente parada frente al vidrio de la sala de recién nacidos mientras las lágrimas corrían por su rostro.Sí había cargado al bebé era para que este no llorara más no por compasión a su jefe.―Doctor, debo volver a mi trabajo, tomé al niño ―dijo poniéndole al bebé en los brazos.Fabricio la miró con un brillo de desesperación en sus ojos, como preguntando ¿Y ahora qué hago? Ella lo ignoró y caminó hasta la puerta del salón y antes de salir se giró.―Por cierto, doctor, el bebé tiene el pañal sucio, tiene que cambiarlo ―le soltó antes de desaparecer.Fabricio entrecerró los ojos, sabien
Julia Conte, la madre de Fabricio, iba en el coche junto a su marido, el afamado y retirado doctor Fabián Conte. Se dirigían a casa de su hijo cuando recibió el mensaje de auxilio de este.Una hora antes Julia había recibido una llamada de una amiga del hospital contándole con pelos y señales todo lo ocurrido en el desayuno de bienvenida de Fabricio.Estuvo a punto de llamarlo, pero prefirió ir a constatar con sus propios ojos lo que le habían dicho, así que le pidió a su amiga que averiguara donde se encontraba su hijo. Un rato después recibió una segunda llamada, según la secretaria de Fabricio, este se había marchado a casa con el bebé.Al llegar al edificio el portero les dijo que podían pasar de inmediato, subieron el ascensor hasta el último piso y al llegar Fabricio lo esperaba en la puerta con Carmelo en brazos.―¡Oh! ¡Qué hermoso es! ―exclamó Julia tomando al bebé en brazos, el niño le dio una sonrisa a su nueva abuela reconociendo de inmediato su amor.Al pasar por el lado d
En alguna parte de Rusia La mujer miraba como un grupo de hombres vestidos de trajes negros bajaban a la tierra el ataúd de su marido. El hombre con el que había compartido los últimos años de su vida, aunque por fuera su actitud era contrita, por dentro no podía dejar de sentir cierta satisfacción. ¡Al fin era libre! Ya no lo tendría en su vida para vigilarla y controlarla. Le había costado un poco encontrar la manera de librarse de él, pero en el mundo donde su marido trabajaba los hombres no solían durar mucho. Lo mejor de esos años de sacrificio había sido la fortuna y los contactos que le había dejado. Con ese dinero se operaría para trasformar sus facciones y se compraría una nueva identidad, después podía comenzar a planificar su venganza. Ya tenía todo preparado, al día siguiente saldría muy temprano para Tailandia, el paraíso de las clínicas de cirugía estética, allí iría con un cirujano plástico que era experto en cambiarle la cara a las personas. Su costo era elevado, per
Gia se quedó mirando al hombre arrodillado a sus pies y una profunda rabia la invadió, él aún no la quería solo estaba allí por un motivo: Carmelo. Quería casarse con ella para tener a su hijo, no porque la amara, esa mañana no había en su rostro ninguna señal de que se alegrara de verla, de hecho, no recordaba nunca haber visto en su cara un gesto de alegría al verla. ―No ―respondió simplemente mirándolo a los ojos. Las comisuras de los labios de Dante se curvaron con malicia. Fabricio se levantó de un salto con la incredulidad pintada en el rostro. ―¿No? ¿Cómo qué no? ¡Por Dios! Tenemos un hijo. ―¿Y qué? ¿Crees que me importa lo que dice la gente sobre mí? ¿O crees que no puedo criarlo sola? ―le respondió retadora con las manos en las caderas. ―No entiendo por qué no quieres casarte conmigo, pensé que era lo que siempre habías deseado ―dijo él con voz furiosa. Gia bufó burlona. ―Si tiene que explicártelo eres más tonto de lo que pensaba ―replicó Dante con voz divertida. ―¡P
Al día siguiente, Fabricio no tuvo noticias de Gia por lo que, al salir de la consulta, a media tarde, fue hasta su casa. Dante iba saliendo cuando llegó―¿Qué quieres, doctorcito?―Solo vine a ver a Carmelo, pensé que hoy Gia lo dejaría a mi cuidado, pero no apareció.―Carmelo tiene una niñera, ayer Mary Anne tenía el día libre por lo que mi hija te dejó el niño, pero pasa, puedes visitarlo, sé que Gia no se opondrá ―dijo Dante.―Rosa, dile a Mary Ann que el padre de Carmelo vino a verlo, que lo traiga. Yo debo marcharme tengo una reunión, espera a Gia para que se pongan de acuerdo cuando puedes ver a Carmelo.―La estuve llamando todo el día, pero no logré comunicarme, imagino que cambió de número ―señaló Fabricio.―No, tiene el mismo número ―aseguró Dante antes de marcharse.Eso solo significaba que lo había bloqueado.Poco tiempo después, Mary Ann llegó con Carmelo en brazos.―Hola, ¿es usted el señor Fabricio? ―preguntó la chica en un italiano con mucho acento inglés.―Sí, ¿cómo e
Que bien se sentía estar de nuevo en su país, pensó Carmina al llegar a Londres. Traspasar la frontera había sido un riesgo, aunque lo hizo por Escocia donde el control era menos riguroso. La plantilla digital que le fabricaron en Tailandia junto a su nueva identificación había dado resultado, las huella coincidían perfectamente con su nueva identidad.En Londres alquiló un apartamento de lujo en una zona céntrica de la ciudad y se puso en contacto con las personas adecuadas, en ese momento estaban haciendo la vigilancia de su prima. Era necesario conocer su rutina para poder secuestrarla. Eso era más difícil que simplemente matarla, pero no podía resistir la tentación de mirarla a los ojos y que supiera porque estaba allí.También llamó a Ofelia, la mujer era un pozo sin fondo en cuanto al dinero, pero también era una fuente inagotable de información.―Hola, Carmina ―respondió Ofelia ―estaba pensando en ti.―¿Tienes alguna información relevante para venderme?―Por supuesto, siempre t