Una Loba para el mafioso
Una Loba para el mafioso
Por: Yerimil Perez
Prólogo

—¿Sabes que puedo matarte? —susurra con su cabeza gacha en total sumisión arrodillada en el suelo como le pidió que debía estar cada vez que entren a esa habitación.

El Don se carcajea.

—Tu naturaleza no te lo permite —suelta con toda la soberbia y arrogancia que posee.

—No sabes cuánto lo deseo.

—Ya cállate y chupa mi miembro. —Su mano derecha eleva su cabeza mientras que con la otra sujeta su grueso miembro.

—No quiero —niega y frunce sus labios.

—Aquí haces lo que yo pida, cachorrita. Si te digo que ladres, ladras. Si pido que muevas la cola, mueves la cola. Si te digo “Hazte la muerta”, obedeces. ¿Quedó claro? —Se queda callada, de modo que su mano presiona su mandíbula. Gime adolorida—. Te hice una pregunta, cachorrita.

—Sí, Don.

(...)

Solloza con cada embestida que le da el Don a su concha. Eso solo lo enfurece más y más, por lo tanto, sale de su interior para bajar de la cama y soltar:

—Lárgate, no sirves para hacer tu trabajo de prostituta.

Busca un habano para encenderlo y ver cómo la puta que contrató para satisfacer sus necesidades baja de su cama. Sus sollozos y gemidos de dolor son un puto dolor de cabeza para el Don.

—Se supone que eres una ramera, pero eres una muy débil. Deberías cambiar de trabajo —sugiere para darle una succión a su habano y echar el humo al aire.

—Don…

Eleva su mano para que se calle. No quiere escuchar la misma queja que dan todas las putas que trae para soltar el estrés, pero solo termina más estresado que nunca.

—Una prostituta debe estar dispuesta a ser jodida por cualquier hombre sin importar qué tan grande sea su miembro. Tú y todas la que terminan llorando a mares cuando les echo un polvo son golfas débiles. No quiero escucharte otra vez. Ahora lárgate —la sermonea.

A paso lento sale de su habitación para coger porque en su habitación personal no deja entrar a nadie. Solo la ama de llaves puede ingresar para limpiar sus cosas. Agarra su botella de whisky para darle un sorbo y sentir cómo el alcohol calienta su garganta. Suspira y observa su aparato biológico.

—No eres buena opción para liberar estrés. —Hace una mueca. No tiene la culpa de que Dios haya hecho su aparato reproductor con tantas dimensiones—. Dios, ya que me has dado el miembro de este tamaño, ¿tal vez has hecho la mujer que me aguante?

Contempla el techo de la habitación en busca de una repuesta que nunca llegará.

Rueda sus ojos, deja la botella en su lugar y así desnudo sale de la estancia con destino a la suya, donde duerme, en búsqueda de la única cosa que sí aguanta sin queja alguna las dimensiones de su miembro: una sexi muñeca inflable.

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