ISABELLA RODRÍGUEZ
—No podemos seguir perdiendo más tiempo, se me hace una negligencia lo que está haciendo la doctora Murillo —dijo el doctor Ezequiel acercando los papeles para autorizar la quimioterapia.
—Isabella, solo fírmalos y comencemos con esto —agregó Gabriel preocupado y ansioso.
—No —contesté con la frente en alto y la mirada serena—. Confío en María.
—No voy a permitir que tu confianza en ella te arrebate de mí —insistió Gabriel hincándose a mi lado—. Por favor, mi hermoso cisne, no me hagas esto. No soy suficientemente fuerte y valiente para vivir sin ti. Si te pierdo… no me siento capaz de tolerar el dolor.
MARÍA MURILLOVer la cara de Isabella y Gabriel fue interesante, eran una revoltura entre sorpresa y horror.—¡¿Tú?! ¡¿Qué carajos haces aquí?! —exclamó Gabriel acercándose furioso a Daniel, pero este no parecía tener miedo.—Vine a ayudar a una vieja amiga —contestó Daniel con apatía, restándole importancia—. Si nos permite, señor Silva, tenemos que trabajar y estamos contra reloj.—¿Qué ocurre, doctora Murillo? ¿Se preocupó de mis amenazas y buscó refuerzos? Traer a Daniel no cambiará nada, incluso lo empeorará —insistió Gabriel dedicándome una mirada asesina que fue bloquea
GABRIEL SILVANunca nos damos cuenta de las repercusiones de nuestras acciones, menos como empresarios. Vemos los accidentes como si nuestros compradores fueran hormigas, pequeños y sin mucha importancia, o así solía ver al mundo cuando lo único que quería era ser poderoso.La vida me estaba dando una dura lección, de todos los que pudieron resultar afectados por mi negligencia, fue justamente Isabella quien se llevó la peor parte, la mujer a la que amo con devoción. Era complicado cuando no había mucho que hacer. Tenía poder, tenía dinero y éxito, pero no sabía cómo ayudarla. Daría todo por ella, pero no era suficiente, nada de lo que tenía en mis manos servía.—¿Puedo donar mi pulmón? &m
GABRIEL SILVARevisaba las llamadas perdidas y los mensajes de Isabella, exigía saber donde me encontraba, tanto misterio la estaba molestando. Puse boca abajo mi teléfono y tomé de mi café mientras veía a lo lejos a Daniel, esperando pacientemente en la mesa lejos de la mía, entonces escuché ese taconeo tan característico que anunciaba la presencia del diablo disfrazado de mujer.Celeste se acercó dejando una estela de perfume dulce, sus cabellos se balanceaban con gracia y usaba un vestido rojo que se ceñía a su cuerpo. Me sorprendía que sola y sin un trabajo pudiera darse el lujo de lucir como una mujer adinerada.Se sentó junto a Daniel y lo vio con malicia disfrazada de coquetería, acariciaba su mano y se le repegaba llenán
MARÍA MURILLO—Se lo merece… —contestó Daniel, pasando de apresarme contra la pared a abrazarme, haciéndome sentir como un oso de peluche entre los brazos de un niño—. Nos lastimó a todos, ¿no es lo justo?—¿Lo harás? —pregunté con temor. No me importaba el destino de Celeste, pero sí el de Daniel, no podía perder todo lo que había logrado por culpa de esa mujer.—No, tenemos otros planes para ella, que no te puedo decir por tu propia seguridad. Entre menos sepas de lo que ocurrió hoy, mejor —agregó desilusionado antes de verme a los ojos—. Te dije hace unos días que deseaba que me dieras tu corazón, ¿lo harás? ISABELLA RODRÍGUEZUna enfermera me ayudó con la mascarilla, tanto oxígeno me estaba mareando. Aunque los medicamentos en mi suero aparentaban ser potentes, me dolía horrores el torso, cualquier movimiento hacía que me pasmara. Era como si un par de manos invisibles me quisieran partir por la mitad.¿Había sido mi imaginación o hacía un momento Gabriel estaba a mi lado? Lo busqué con la mirada una vez que la enfermera salió del cuarto, pero era obvio que estaba sola. Cerré los ojos por un momento y sonreí, tenía razón María, se sentía como si todo hubiera sido un mal sueño.De pronto escuché el movimiento de la puerta y tuve la ilusión de que se trataría de Gabriel, pero, por el contrario, entCapítulo 102: Comienza la partida
GABRIEL SILVALos días pasaron y nada ocurría. No me sentía muy seguro de explicarle a Isabella las cosas y manejé lo que todos decían en el hospital, María y Daniel se habían ido juntos a estudiar al extranjero, pero mi cisne era demasiado inteligente para detectar que las cosas no eran normales.—Suena lindo, pero… ¿irse sin despedir? —preguntó mientras me veía con el ceño fruncido. ¡Era obvio que me estaba acusando con la mirada! Esa mujer no puede ocultar lo que piensa, no sabe disimular.—No creo que Daniel deseara volver a vernos… —contesté desviando la mirada hacia la ventana. ¿Cómo era posible que una mujer tan pequeña y débil me estuviera intimidando?
GABRIEL SILVAYendo hacia la oficina, le pedí a mi chofer que se detuviera justo cuando pasábamos frente a esa cafetería: Jardín de Noche. Era el lugar en el que Esteban había citado a Isabella, el hombre que sospechaba era el mismo del que me había hablado Sebastián, aunque lo único que los ligara fuera su afición por el ajedrez.Vi mi reloj de pulso, eran las cuatro, la hora exacta en la que había citado a Isabella. Paseé mi mirada por las mesas y había un hombre trajeado dando la espalda a la calle, pero con un tablero de ajedrez delante de él. No tenía ningún contrincante, parecía estarlo esperando.—No tardo… —dije antes de salir del auto.E
ISABELLA RODRÍGUEZMientras un par de policías nos llevaban hacia las celdas, Yolanda se quedó como perro guardián amenazando y haciendo llamadas. ¿Quién diría que, con su estatura reducida y aspecto inofensivo, era tan brava? Por lo menos podía jactarse de tener contactos muy poderosos en varios estratos. —¿Isabella? ¡¿Qué haces aquí?! —exclamó Gabriel al verme entrar.Mi corazón se partió por la mitad en cuanto lo vi detrás de las rejas, tenía el labio partido y un ojo morado. De pronto se me olvidó que necesitaba el bastón y avancé presurosa hacia él, metiendo mis manos entre los barrotes y acariciando su rostro.—¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron? —pregunté angustiada.—Si el señor Silva está en esta celda en solitario, quiere decir que tuvo problemas con los demás presos —contestó Ramírez con un resoplido.—Creen que el traje esconde a un cobarde… Ese fue su error —dijo pegando su frente a la mía, anhelando estrecharme tanto como yo—. No tuviste que venir. Este lugar no es para ti.