GABRIEL SILVA
Los días pasaron y nada ocurría. No me sentía muy seguro de explicarle a Isabella las cosas y manejé lo que todos decían en el hospital, María y Daniel se habían ido juntos a estudiar al extranjero, pero mi cisne era demasiado inteligente para detectar que las cosas no eran normales.
—Suena lindo, pero… ¿irse sin despedir? —preguntó mientras me veía con el ceño fruncido. ¡Era obvio que me estaba acusando con la mirada! Esa mujer no puede ocultar lo que piensa, no sabe disimular.
—No creo que Daniel deseara volver a vernos… —contesté desviando la mirada hacia la ventana. ¿Cómo era posible que una mujer tan pequeña y débil me estuviera intimidando?
GABRIEL SILVAYendo hacia la oficina, le pedí a mi chofer que se detuviera justo cuando pasábamos frente a esa cafetería: Jardín de Noche. Era el lugar en el que Esteban había citado a Isabella, el hombre que sospechaba era el mismo del que me había hablado Sebastián, aunque lo único que los ligara fuera su afición por el ajedrez.Vi mi reloj de pulso, eran las cuatro, la hora exacta en la que había citado a Isabella. Paseé mi mirada por las mesas y había un hombre trajeado dando la espalda a la calle, pero con un tablero de ajedrez delante de él. No tenía ningún contrincante, parecía estarlo esperando.—No tardo… —dije antes de salir del auto.E
ISABELLA RODRÍGUEZMientras un par de policías nos llevaban hacia las celdas, Yolanda se quedó como perro guardián amenazando y haciendo llamadas. ¿Quién diría que, con su estatura reducida y aspecto inofensivo, era tan brava? Por lo menos podía jactarse de tener contactos muy poderosos en varios estratos. —¿Isabella? ¡¿Qué haces aquí?! —exclamó Gabriel al verme entrar.Mi corazón se partió por la mitad en cuanto lo vi detrás de las rejas, tenía el labio partido y un ojo morado. De pronto se me olvidó que necesitaba el bastón y avancé presurosa hacia él, metiendo mis manos entre los barrotes y acariciando su rostro.—¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron? —pregunté angustiada.—Si el señor Silva está en esta celda en solitario, quiere decir que tuvo problemas con los demás presos —contestó Ramírez con un resoplido.—Creen que el traje esconde a un cobarde… Ese fue su error —dijo pegando su frente a la mía, anhelando estrecharme tanto como yo—. No tuviste que venir. Este lugar no es para ti.
ISABELLA RODRÍGUEZDespués de ese momento incómodo donde Esteban se volvió a presentar, como si fuera un completo desconocido para mí, Romina me tomó de la mano y me dirigió hacia el estudio de música. Sentí la mirada de ese hombre clavada en mi espalda como un puñal. La noche era aún joven y sabía que me esperaba una plática difícil con él en algún momento.—Sé lo que ocurrió dentro de ese hospital… y me encuentro en un grave dilema —dijo Romina mientras acariciaba el piano con su delgada mano—. Lo que hizo Gabriel ayudado por el doctor Ávila fue ruin. Quiero creer que tú no estabas enterada de esto.—No… Lo supe después —contesté
ISABELLA RODRÍGUEZ Paseé mis dedos por los números, sin saber cuál presionar, no quería que el cajón se fuera a bloquear o algo por el estilo. De pronto una chispa de lucidez saltó. Presioné la fecha justa en la que nos conocimos y la luz se prendió en verde antes de que el seguro se abriera. No pude evitar sonreír, Gabriel había puesto nuestra fecha, tal vez en un momento de melancolía como el que estaba viviendo yo. En cuanto lo abrí, me di cuenta de que había más cosas de las que esperaba encontrar. —Sabía que no habría otra persona que pudiera abrir ese cajón, más que tú —dijo Guillermina, asomándose por la puerta con una taza de té caliente. —¿Qué es todo esto? —pregunté curiosa y tomé el collar de perlas, alzándolo ante mis ojos.
GABRIEL SILVA Sentado ante mi escritorio, vi la caja de metal que había sido el recipiente del chip, le di un par de vueltas entre mis dedos y al abrirla… estaba ahí. —Por eso te pregunto, ¿de dónde sacaste el chip que le diste a Celeste? —Volteé la caja hacia Isabella, que abrió sus ojos hasta mostrar por completo sus hermosos iris azules. —Ah… ¿Ese es el chip? —preguntó tragando saliva, parecía tener la garganta seca—. Entonces… ¿qué le di a Celeste? ¿Crees que sea buen momento para huir de la ciudad? —Isabella… —Me levanté de mi asiento y me senté en la orilla del escritorio, frente a ella—. Me dijiste que le diste el chip, ¿de dónde lo sacaste? —Del cajón… Ahora que lo pienso, no suena lógico que estuviera ahí desde un principio —reflexionó escurriéndose en la silla mientr
GABRIEL SILVA —¿Por qué una mujer exitosa como tú se está prestando a esto? —pregunté a Patricia. En cuanto se sentó dentro de mi despacho, no paró de hablar, explicando que su acercamiento había sido, desde un principio, plan de Esteban. ¿Desde hacía cuánto tiempo este hombre estaba detrás de mis pasos? —Necesitaba dinero y, acercarme a un hombre rico y atractivo para conquistar su corazón, sonaba como el trabajo de ensueño —contestó apenada, intentando dedicarme una mirada cálida y arrepentida, pero dudando por la presencia de Isabella, que no podía fingir que no le molestaba su confesión. —No creo que conquistar el corazón fuera lo único que querías… Saboteaste ese chip —agregó mi mujer, interponiéndose entre los dos, celosa de que hubiera el mínimo de contacto, aunque fuera visu
ISABELLA RODRÍGUEZ No iba a negar que últimamente me había vuelto muy miedosa, motivos tenía muchos: El bienestar de María, incluso el de Daniel; que Patricia volviera a plantarse frente a la puerta; que Celeste hiciera alguna estupidez que frustrara mi vida, como bien le gustaba hacer, y afectara a mi madre; pero lo que más me aterraba era Esteban. Los días pasaban y tenía esa falsa sensación de paz. Sabía que estaba dando tiempo para que bajáramos la guardia y poder tomarnos por sorpresa, pero no había manera de sacarle ventaja. Ramírez, incluso Yolanda, habían intentado dar con él, buscando por todos los medios su nombre. Era conocido por la gran fortuna que amasaba, pero cada empresa que le daba sus ganancias no parecía estar vinculada a él más allá de acciones o ciertos acuerdos de inversión. No dependía de ninguna y
ISABELLA RODRÍGUEZ Sus ojos parecían estar en llamas y aunque no quise verme dominada por ellos, no podía negar que tenía miedo. De cierta forma comprendía que Esteban tenía la sartén por el mango. —¿Sabes? Tu madre es una mujer muy inteligente. No piensa heredarles nada, pero si usar toda su fortuna para apoyarlas, dispuesta a financiar proyectos ambiciosos, haciendo mujercitas de bien, trabajadoras y visionarias… Eso es admirable —dijo con una gran sonrisa antes de comerse a mi caballo en el tablero—, «dale un pez a un hombre y comerá hoy, enséñale a pescar y comerá el resto de su vida». —¿Qué es lo que quieres? —Vine con toda la intención de hacer negocios con Romina, pero se negó. Dice que su riqueza es para sus hijas y sus propios negocios. —Torció la boca con desilusión