GABRIEL SILVAMe acerqué sin poder ocultar mi sonrisa y la tomé en brazos. En cuanto rodeó mi cuello no pude evitar acercar mi nariz al suyo e inhalar su aroma. Era un idilio para mí, su perfume y sus hormonas me enloquecían, su esencia de mujer era adictiva.La llevé hasta su asiento y entonces desayunamos todos juntos. Isabella ayudaba a Sara, quien se comportaba como toda una princesita, agarrando con delicadeza los cubiertos y acercándolos a su boca con precisión. Era una niña que no le gustaba tener las manos sucias y la manera en la que se limpiaba la boca era digna de la realeza. Lo más encantador era cuando se daba cuenta que la estabas viendo, pues te sonreía con la mirada, entrecerrando sus ojos con ternura y arrugando su naricita.Cuando volteab
ISABELLA RODRÍGUEZ —¡No te arrepentirás, «grandulón»! —exclamó Yolanda dándole unas palmadas en el brazo. —Se quedarán si es necesario, pero no permitiré que vivan aquí —advirtió Gabriel desconfiado. —¡Oye! ¡No seas envidioso! —exclamó Yola apretando el brazo de Gabriel con sorpresa—. Qué macizo… ¿De casualidad no tienes un hermano menos atemorizante y soltero del que no nos hayas hablado? —¡Yolanda! ¡Gobiérnate, por favor! —agregó María alejándola de Gabriel que parecía al borde de perder la paciencia. No pude contener la risa, era muy extraño verlas interactuando con Gabriel, él era tan frío y con una actitud tan oscura, mientras ellas eran todo un arcoíris. De pronto mi
ISABELLA RODRÍGUEZ Me acerqué como un ciego, con las manos estiradas hasta tocar la puerta. Era como si ese incendio nunca hubiera sucedido. —Busqué los planos y la mandé a reconstruir lo más fiel posible… Solo quería regresarte algo de lo que te quité… —dijo Gabriel en un susurro. Cuando volteé hacia él, noté de nuevo esa mirada rota y melancólica, vestigio del arrepentimiento. Ambos sabíamos que lo que había ocurrido en el pasado no podía arreglarse y, en silencio, coincidimos en no volver a tocarlo, pero el peso de la culpa a veces era más fuerte y sabía que torturaba a Gabriel. Regresé a él y lo abracé con todas mis fuerzas, queriendo mantener su corazón unido, queriendo reconfortarlo y demostrarle lo agradecida que estaba. —C
GABRIEL SILVA—No eres bienvenido a mi casa… —dijo Romina llegando como un vendaval al recibidor.—Necesitaba hablar con usted seriamente.—¿Hablar o amenazar? ¡Porque pareces muy bueno haciendo lo segundo! ¡Tenías que ser un maldito Silva!No era novedad que mi familia no solía tener buenas relaciones con otras familias poderosas en el país. Era sabido que éramos capaces de pasar por encima de quien fuera para obtener lo que queríamos.—¿Me dejará aquí o me invitará un café? —pregunté con arrogancia y ofreciéndole una sonrisa.—Di lo que quieres
ISABELLA RODRÍGUEZCáncer de pulmón en estadio dos, tal vez tres. Aún no había metástasis, pero el daño en ambos pulmones era sorprendente. Incluso yo, que no estudié medicina, supe en cuanto vi las radiografías, que algo estaba muy mal. ¿Por qué no me sentía tan enferma como parecía que estaba? Solo era una tos que desaparecía con el jarabe, pero… ahora resultaba que mis días estaban contados. Qué extraño era saber que apenas unas horas antes tenía toda una vida por delante, llena de alegrías y sorpresas, con una boda en puerta y una gira por todo el país. Todo se había ido a la mierda en cuestión de minutos. Llamé a la mansión y le pedí a Guillermina que fuera por Javier a la escuela, mientras mis pasos me llevaron al cementerio, donde ricos y pobres terminaban de la misma forma, dos metros bajo tierra y sin nada en los bolsillos. Compré un ramo de flores y caminé por inercia hasta la tumba del señor Rodríguez. Limpié de su nombre la maleza que comenzaba a apoderarse de la lápida
ISABELLA RODRÍGUEZ —¿En verdad tiene que ser blanco? Digo… significa pureza y muy pura no eres, por lo menos no después de dos hijos —dijo Yolanda mientras la señorita de la tienda me ayudaba a ajustar el vestido. Había escogido uno al azar después de que mis amigas me insistieran con varios modelos. La única que parecía tan deprimida como yo, era María. —¡¿Es en serio?! ¿Hoy no hay risas ni regaños? —preguntó Yolanda al ver nuestra actitud tan apagada—. ¿Qué ocurre? María me vio fijamente, sabiendo que la única que podía explicar algo, era yo. —Nada… supongo que tengo muchas cosas en la cabeza —contesté con apatía. En ese momento la señorita apretó el corsé del vestido haciendo que me vinieran las ganas de toser. Cubrí mi boca y comenzó a darme palmadas en la espalda, empeorando la situación. María se acercó con un pañuelo, pero cuando estiré la mano para tomarlo, vi la sangre viva en mi palma. —¡¿Qué carajos?! —exclamó Yolanda poniéndose de pie del cómodo sofá desde donde
GABRIEL SILVA —Señor, ¿me llamó? —preguntó Ramírez, mi abogado, al entrar a mi oficina. —Mi hermosa Isabella me está ocultando algo… —dije con la mirada clavada en la ciudad que se mostraba ante mí a través del ventanal. Su apatía y su distancia hacían que, conforme el tiempo pasaba, me esperara lo peor—. Necesito que investigues qué es lo que la tiene así. —¿A cualquier costo? —preguntó con tranquilidad. Ramírez era la clase de abogado que a todo CEO le gustaba tener. Ávido con el manejo de la ley, inteligente, silencioso y capaz de resolver cualquier tipo de problema, y con una gran imaginación para hacerlo. —Sí, a cualquier costo. Quiero información lo más pronto posible. Con una leve inclinación de cabeza, dio media vuelta y salió de la oficina. Mientras su sueldo fuera constante y pagara con dadivosidad las «horas» extras, él era un fiel peón que siempre tenía respuestas y soluciones. ¤ Llegué a casa más temprano que otras veces, pero agotado mentalmente. —¡Papito! —C
GABRIEL SILVA A la mañana siguiente, cuando pude abrir los ojos, me encontré solo en la cama. ¿A dónde había ido Isabella? —¡Carajo! —exclamé furioso y golpeé en el colchón. ¿Qué me estaba ocultando? ¿Por qué se comportaba de esta manera cuando más feliz éramos? Había mujeres que después de obtener lo que querían, se aburrían y se iban. ¿Ese era el caso de Isabella? No lo podía creer. Cuando bajé al comedor me encontré a mis pequeños desayunando y Sara era ayudada por Guillermina. —¿Dónde está Isabella? —pregunté intentando ocultar mi molestia. —Salió temprano, señor —contestó Guillermina preocupada—. Yo llevaré a los niños a la escuela. —No, lo haré yo… —contesté furioso. ¤ El tiempo pasó en la oficina y cada segundo que marcaba el reloj de la pared se me clavaba como una aguja en el pecho. Me sentía traicionado y estúpido por no saber lo que pasaba con Isabella. Su cuerpo seguía respondiendo al mío, pero era como si su alma y su corazón ya no estuvieran en sintonía. Abrí