GABRIEL SILVA —Señor, ¿me llamó? —preguntó Ramírez, mi abogado, al entrar a mi oficina. —Mi hermosa Isabella me está ocultando algo… —dije con la mirada clavada en la ciudad que se mostraba ante mí a través del ventanal. Su apatía y su distancia hacían que, conforme el tiempo pasaba, me esperara lo peor—. Necesito que investigues qué es lo que la tiene así. —¿A cualquier costo? —preguntó con tranquilidad. Ramírez era la clase de abogado que a todo CEO le gustaba tener. Ávido con el manejo de la ley, inteligente, silencioso y capaz de resolver cualquier tipo de problema, y con una gran imaginación para hacerlo. —Sí, a cualquier costo. Quiero información lo más pronto posible. Con una leve inclinación de cabeza, dio media vuelta y salió de la oficina. Mientras su sueldo fuera constante y pagara con dadivosidad las «horas» extras, él era un fiel peón que siempre tenía respuestas y soluciones. ¤ Llegué a casa más temprano que otras veces, pero agotado mentalmente. —¡Papito! —C
GABRIEL SILVA A la mañana siguiente, cuando pude abrir los ojos, me encontré solo en la cama. ¿A dónde había ido Isabella? —¡Carajo! —exclamé furioso y golpeé en el colchón. ¿Qué me estaba ocultando? ¿Por qué se comportaba de esta manera cuando más feliz éramos? Había mujeres que después de obtener lo que querían, se aburrían y se iban. ¿Ese era el caso de Isabella? No lo podía creer. Cuando bajé al comedor me encontré a mis pequeños desayunando y Sara era ayudada por Guillermina. —¿Dónde está Isabella? —pregunté intentando ocultar mi molestia. —Salió temprano, señor —contestó Guillermina preocupada—. Yo llevaré a los niños a la escuela. —No, lo haré yo… —contesté furioso. ¤ El tiempo pasó en la oficina y cada segundo que marcaba el reloj de la pared se me clavaba como una aguja en el pecho. Me sentía traicionado y estúpido por no saber lo que pasaba con Isabella. Su cuerpo seguía respondiendo al mío, pero era como si su alma y su corazón ya no estuvieran en sintonía. Abrí
GABRIEL SILVA Intenté controlar mis sentimientos, después de la explicación de María, mi corazón se reventó. No podía creerlo, no quería hacerlo. ¿Cómo podía escuchar que mi bello cisne me… dejaría? No podía con la idea, mucho menos con su decisión. ¿Por qué no me había dicho nada? ¡¿Por qué me estaba haciendo a un lado?! De pronto estacioné el auto, no podía seguir manejando, estaba dolido, triste y por primera vez tuve miedo. Golpeé el volante antes de aferrarme a él y comenzar a llorar. No quería perder a Isabella, no sabía que haría sin ella. ¿Cómo podía verla a los ojos sin sentirme miserable y sin suplicarle que no me dejara, no ahora? ¿Cómo podría sobrevivir, cómo le explicaría a los niños? ¡No! ¡No! ¡NO! Renuente a llegar a la mansión, sin saber cómo controlarme frente a Isabella, pasé la noche en la casa que la vio crec
ISABELLA RODRÍGUEZGabriel me escuchó con paciencia y en completo silencio, sin ser capaz de interrumpirme. Sabía que estaba tenso por como apretaba sus dientes, haciendo que sus mejillas se endurecieran. —No tienes por qué pasar por esto tú sola… «En la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad», o eso es lo que se dice… ¿no? —Me ofreció mi anillo, el cual brillaba cuando la luz de la luna acariciaba el hermoso diamante.—Prométeme que cuidarás de los niños… Júrame que no los dejarás solos ni los apartarás de tu lado —pedí mientras tomaba el anillo entre mis dedos y lo veía con nostalgia. Representaba todo ese brillante futuro que nunca podría ser.&mdas
MARÍA MURILLO—No sé si esto es una buena o una pésima idea —dijo Yolanda mientras conducía—. La vida de Isabella está en juego, ¿estás consciente de eso?—Lo sé, por eso lo hago… —contesté revisando que tuviera todos los estudios en mis manos.—¡Claro! ¡Y te tuviste que esperar hasta el último momento! ¿No pudimos hacer esto antes? —preguntó iracunda.—¡Ya lo sé! ¡Me tardé!, pero estaba tan insegura. ¡Nunca había tenido que atender a alguien que en verdad me importara! —exclamé con la mandíbula temblorosa y tragando saliva.—Lle
ISABELLA RODRÍGUEZ—No podemos seguir perdiendo más tiempo, se me hace una negligencia lo que está haciendo la doctora Murillo —dijo el doctor Ezequiel acercando los papeles para autorizar la quimioterapia.—Isabella, solo fírmalos y comencemos con esto —agregó Gabriel preocupado y ansioso.—No —contesté con la frente en alto y la mirada serena—. Confío en María.—No voy a permitir que tu confianza en ella te arrebate de mí —insistió Gabriel hincándose a mi lado—. Por favor, mi hermoso cisne, no me hagas esto. No soy suficientemente fuerte y valiente para vivir sin ti. Si te pierdo… no me siento capaz de tolerar el dolor.
MARÍA MURILLOVer la cara de Isabella y Gabriel fue interesante, eran una revoltura entre sorpresa y horror.—¡¿Tú?! ¡¿Qué carajos haces aquí?! —exclamó Gabriel acercándose furioso a Daniel, pero este no parecía tener miedo.—Vine a ayudar a una vieja amiga —contestó Daniel con apatía, restándole importancia—. Si nos permite, señor Silva, tenemos que trabajar y estamos contra reloj.—¿Qué ocurre, doctora Murillo? ¿Se preocupó de mis amenazas y buscó refuerzos? Traer a Daniel no cambiará nada, incluso lo empeorará —insistió Gabriel dedicándome una mirada asesina que fue bloquea
GABRIEL SILVANunca nos damos cuenta de las repercusiones de nuestras acciones, menos como empresarios. Vemos los accidentes como si nuestros compradores fueran hormigas, pequeños y sin mucha importancia, o así solía ver al mundo cuando lo único que quería era ser poderoso.La vida me estaba dando una dura lección, de todos los que pudieron resultar afectados por mi negligencia, fue justamente Isabella quien se llevó la peor parte, la mujer a la que amo con devoción. Era complicado cuando no había mucho que hacer. Tenía poder, tenía dinero y éxito, pero no sabía cómo ayudarla. Daría todo por ella, pero no era suficiente, nada de lo que tenía en mis manos servía.—¿Puedo donar mi pulmón? &m